Intro: En una ocasión cuando salí del departamento donde solíamos vivir en el Seminario San Pablo, al bajar por las escaleras, noté que en una de las lámparas del cubo de la escalera, estaban dos avispas construyendo a penas lo que sería la base de su panal. Pensé que debía encargarme del asunto porque si no se formaría una colmena peligrosa para mi familia. Pero también pensé que podría atenderlo después puesto que en ese momento tenía una clase y que luego podría regresar y rápidamente acabar con el problema. Así que seguí mi camino.
Cuando regresé como a las cuatro horas, no podía dar crédito a mis ojos: Lo que era a penas la base incipiente se había convertido en un panal casi completo. Dos avispas se habían convertido en una colmena completa trabajando a paso acelerado para concluir su obra.
El panal estaba tan cerca de donde pasábamos en la escalera que representaba un verdadero peligro y tuve que recurrir a alguien experimentado en el ramo para que me ayudara a terminar con mi problema.
Lo que parecía algo inofensivo, algo insignificante, nada amenazante se convirtió, antes de que me diera cuenta, en algo grande, peligroso y difícil de erradicar.
Esto no sólo pasa con las avispas y los panales, sino mucho peor, eso ocurre con cosas muy serias, con cosas relacionadas con el pecado. El pecado tiene esa característica, al principio parece algo inofensivo, atractivo, insignificante y nada amenazante, algo que piensas que puedes manejar o erradicar cuando lo decidas. Pero en un abrir y cerrar de ojos, muestra sus verdaderos colores, y cuando te das cuenta estás ya atrapado, cegado, endurecido y recogiendo los pedazos rotos de tu vida por haber tomado decisiones necias.
El pecado es nuestro más grande problema, pero en la Escritura tenemos grande esperanza. Puesto que Cristo Jesús vino a esta tierra y cumplió la misión del Padre y a través de su vida, muerte y resurrección nos ha traído una nueva vida y nueva perspectiva y expectativa para todos los que están unidos a él por medio de la fe.
Dios, en su gracia, nos muestra en la Escritura cómo pelear esta lucha contra el pecado. Es por eso que este mes hemos estado hablando de cómo blindarte, de cómo protegerte, de cómo luchar en contra del pecado que nos asedia. Lo primero que dijimos es que debes recordar que si estás unido a Cristo perteneces a nueva humanidad, eres participante de una nueva creación, habilitado y equipado para enfrentar el pecado.
También hemos dicho que Dios no nos deja desprovistos sino nos Su fortaleza para cubrirnos de protección. A través de su armadura, como por ejemplo, el escudo de la fe, la espada de palabra, el yelmo de la salvación, podemos enfrentar los ataques del enemigo.
Muy importante también es recordar que no estamos solo en esta lucha sino que tenemos compañeros en este mismo ejército para apoyarnos, animarnos y edificarnos. Dios nos ha puesto en una comunidad de creyentes como uno más de sus medios de blindaje en nuestra lucha contra el pecado.
La Biblia abunda aún más sobre este tema, pero para cerrar esta serie quisiéramos agregar una verdad más para contribuir a este blindaje. Y esta verdad es: “Con el pecado debemos tomar medidas drásticas”.
Nuestro gran problema es que el pecado es tan engañoso que es increíble cómo se nos hace difícil tomar medidas preventivas para evitarlo. Es tan escurridizo que comienzas a decirte a ti mismo cuando pones medidas contra el pecado: ¿No estaré exagerando? ¿Será que me voy a ver un poco fanático?
Y comienzas a racionalizar tus acciones, diciendo cosas como “No es chisme, si no es mentira lo que estoy diciendo, es la verdad, así que no importa que lo estén escuchando personas que ni tendrían porque haberlo escuchado”. O bien, “No es pornografía, es una película con escenas de desnudos, o escenas para adultos, pero no es pornográfica”. “No son conversaciones inmorales, sólo me llevo fuerte con mi amigo”. “No estoy mintiendo a mis padres, sólo no les digo todo lo que hago”.
En fin, no dimensionamos en realidad la naturaleza y peligros del pecado. No nos sentimos en guerra, sino en tiempos de paz. Pero gracias a Dios, por la Escritura que nos alerta y nos enseña a vivir velando en todo tiempo en esta lucha contra el pecado. Por eso, con el pecado debemos tomar medidas drásticas.
Jesús, en el sermón del monte, nos muestra precisamente esta verdad con palabras radicales y memorables. En Mateo 5:27-30, Jesús nos va enseñando diciendo: (vrs. 27-28) »Ustedes han oído que fue dicho: “No cometerás adulterio”. Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseos a una mujer, ya adulteró con ella en su corazón.
Jesús hace algo maravilloso aquí. Desenmascara la verdadera naturaleza y peligrosidad del pecado. Tomando el pecado del adulterio como estudio de caso podemos ver esta radiografía del pecado. Comienza hablando del mandamiento explícito de la ley de Dios. Eso es lo primero, definir las cosas como pecado o no pecado. ¿Cómo hacer esto? Por supuesto, el pecado es la falta de conformidad o transgresión de la ley de Dios. Dios es quien marca cuando algo es pecado y cuando no. Lo que es contrario a su ley, lo que violenta su voluntad, lo que le deshonra en su carácter, esto es pecado.
Jesús comienza señalando la ley que dice: “No cometerás adulterio”. Cuando escuchamos “adulterio” pensamos enseguida en la práctica del acto sexual o sus equivalentes con una persona que no es mi cónyuge. Viendo el mandamiento nada más por encima, varios podríamos decir, “uff” ya la libre, porque yo nunca he hecho esto en todos estos años de matrimonio. Ese acto externo no ha sido nunca parte de mi repertorio.
Pero aquí Jesús hace algo maravilloso para nosotros. Delata y revela la verdadera naturaleza y peligrosidad del pecado y esto es, que no sólo hay que tener en cuenta lo que se ve, o sea el acto externo, sino también y sobre todo, hay que tener en cuenta lo que no se ve, es decir, el deseo o la creencia que nos controla en el interior y produce ese fruto malo en nuestras vidas.
Jesús dice: cualquiera que mira con deseos a una mujer, ya adulteró con ella en su corazón. Para transgredir la ley de Dios no basta con nunca haber cometido el acto externo, sino con tan solo desearlo, anhelarlo, planearlo, saborearlo, fantasiarlo, en nuestro corazón, hemos caído en las garras destructivas del pecado y necesitamos arrepentirnos.
La envergadura del pecado no sólo abarca el mero acto externo, sino también la motivación o lo oculto también cuenta. Esto lo hace altamente nocivo porque no sólo es lo que se ve, sino hasta lo que el ojo humano no alcanza a ver lo que importa, cuenta y afecta.
El pecado es como la hierba que crece en tu jardín o patio. No sólo es lo verde que se observa lo que hay que arrancar, sino también lo oscuro y café que subyace bajo la tierra que provee de alimento a lo verde y externo. Por eso si sólo chapeas por encima y no deshierbas o arrancas desde la raíz la planta, al poco rato, de nuevo la tendrás vivita y coleando.
Menciona el pecado que quieras…así funciona. Tiene un lado externo y observable y tiene un lado interno e invisible al ojo humano. Esto hace del pecado un arma letal. No podemos estar descuidados, la amenazas es real y el enemigo es un monstruo de dos cabezas. Y la lucha no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros.
El pecado es cosa muy seria, no es cosa de risa ni de broma. Es altamente destructivo. Después de haber hecho de las suyas, miras hacia atrás y cual escena de la segunda guerra mundial, vez una estela de destrucción de relaciones, familias, personas, situaciones y vidas.
Si esto es así, por eso no deben causar extrañeza las palabras siguientes de Jesús en los versículos 29 y 30: Por tanto, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo y deshazte de él; es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtatela y deshazte de ella; es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
Se oye muy radical, pero debido a la amenaza es bastante normal. Por supuesto, Jesús no quiere que te mutiles el cuerpo. No quiere mancos ni tuertos. No es lo que está diciendo. Está usando esta imagen hiperbólica para llamar nuestra atención a una verdad fundamental: Toma medidas drásticas con el pecado. No esperes más, no digas “mañana”. Tómalas hoy y córtalo de tajo.
Los médicos que atienden casos de diabetes avanzada muchas veces tienen que tomar estas medidas extremas cuando una herida en el pie no se controla y se comienza presentar gangrena. Cuando no hay otro remedio, van cortando la parte muerta para que no contamine el resto del cuerpo. Es mejor perder una parte de tu cuerpo a perder la vida.
Jesús nos está enseñando que el pecado es tan serio y destructivo que no hay que esperar a que contamine más, sino que hay que tomar medidas drásticas para acabar con él y luchar contra él.
Por eso con el pecado no podemos decir: “Voy a dejarlo poco a poco”. “Voy a dejar esta relación pecaminosa poco a poco”, “Voy a dejar de hablar mal o difamar a la gente poco a poco”, “Voy a dejar de robar poco a poco”. “Voy a dejar de vivir en desobediencia a mis padres poco a poco”. Con el pecado debemos tomar medidas drásticas.
No digas: “esto es inofensivo” “No le hago mal a nadie”, “Yo puedo decir hasta donde” “Yo puedo dejarlo cuando quiera”, “Una vez más, y ya, en serio lo voy a dejar”.
No se con qué estás luchando específicamente este día. Pero por la gracia de Dios, por la obra de Jesucristo, podemos hoy tener recursos claros y precisos para luchar y avanzar en esta guerra contra el pecado. No estamos solos, tenemos los recursos que Dios nos ha dado en su palabra y en su comunidad. Tenemos la presencia del Espíritu Santo que nos convence de pecado y nos fortalece para vencerlo. Por eso, y con la ayuda de la gracia de Dios, establece a partir de hoy límites o medidas drásticas contra ese pecado con que luchas.
No sé qué implique en la práctica específicamente para ti. Esto puede ser diferente para cada uno de nosotros según nuestra lucha. Quizá tomar medidas drásticas implique para ti:
• Cancelar tu internet o tu servicio de televisión de paga.
• Cerrar tu cuenta de Facebook o cualquier otra red social.
• Dejar de frecuentar por completo cierto lugar.
• Alejarte definitivamente de ciertas compañías.
• Cambiarte de trabajo.
• Cancelar tus tarjetas de crédito.
• Rendir cuentas de tus finanzas a hermanos maduros en la fe.
• Pedir que te descuenten directamente de tu sueldo para saldar tus deudas.
• Quedarte callado o hablar menos en las reuniones.
• Cambiar por completo tu guardaropa.
En fin, no hay medida innecesaria cuando se trata de la lucha contra el pecado.
Dios, en su gracia, y por la obra de Jesucristo nos ha hecho participantes de la nueva humanidad que está siendo conformada a la imagen de su Hijo y nos provee todo lo que necesitamos para ir blindando nuestras vidas para enfrentar el día a día de la lucha contra el pecado. Sigamos caminando confiados que el que comenzó en nosotros la buena obra la irá perfeccionando hasta el día de Jesucristo para la gloria de Dios.