Intro: Esta semana estaba en el banco haciendo un depósito y tuve la oportunidad de ver que llegara la compañía transportadora de valores en su camión blindado a recargar el cajero automático. Es interesante ver todas las maniobras que hacen. Tienen un protocolo estricto que siguen, se les ve con una actitud alerta y a la defensiva, como si una gran amenaza estuviera al asecho. Uno de los agentes estaba montando guardia con la mano sobre la pistola en su cintura. Trataron de hacerlo lo más rápidamente posible y luego, se retiraron siguiendo su protocolo estricto.
Quizá nosotros, a simple vista y sobre todo aquí en Yucatán, podríamos calificarlos de “exagerados”. Podríamos pensar que se toman demasiado en serio su papel. Cómo que sobreactúan sus movimientos. Pero ellos conocen su trabajo y conocen la amenaza real a la que se enfrentan. Por eso cada movimiento es intencional y obedece a un plan diseñado para asegurar los valores que transportan. Ellos han sido entrenados para estar alertas, concentrados, y siempre listos para usar las armas que tienen para enfrentar lo que pueda amenazar los valores que resguardan.
Como creyentes en Cristo, deberíamos vivir de esa misma manera con respecto a nuestra lucha contra el pecado. Muchas veces creemos que vivimos en tiempos de paz y como que bajamos la guardia en nuestra lucha por hacer lo que agrada a Dios y desechar lo que lo ofende. Se nos olvida que la Escritura nos enseña a estar siempre velando y alertas por la gran amenaza que representa el pecado para nuestra relación con Dios y con el prójimo. Nos olvidamos que Dios, en su palabra, nos ha dado tantos recursos y herramientas para blindar o proteger nuestra alma y vida de los embates inmisericordes del pecado personal y colectivo.
Nos referimos a esas pautas pecaminosas con las que has luchado por años, a tal grado que ya parecen lo “normal” para ti.
Nos referimos a esas tentaciones tercas y recurrentes que sientes que son más fuertes que tú y que como que demandan tu atención cada vez que tocan a tu puerta.
Nos referimos a esas maneras pecaminosas de responder y reaccionar ante las situaciones de la vida diaria y que tratamos de justificar diciendo cosas como: “Es que es mi carácter”, “Mi papá respondía de la misma manera” o “Es que estoy muy estresado”.
Nos referimos a esa lucha contra el pecado remanente en nuestros corazones que perjudica nuestro avance en el proceso de santificación.
Esta es una lucha real y diaria, pero en la Escritura encontramos la ayuda necesaria para pelear esa buena batalla. Por eso, este mes estaremos hablando de este tema bajo el título general de “blindados”. Y nuestro propósito es proveer herramientas útiles y prácticas a los creyentes para luchar en contra del pecado. No olvidemos que somos soldados del ejército del Reino de Dios y nuestro capitán nos ha provisto de lo que necesitamos para pelear la buena batalla de la fe y vivir vidas que glorifiquen a Dios.
El primero de estos recursos que abordaremos que Dios nos ha dado para nuestra lucha contra el pecado es fundamental. Se trata precisamente de la nueva identidad que tienen aquellos que están en una relación con Cristo. Los que creen en Cristo, los que están en una relación con Cristo han experimentado un cambio interno y de posición con respecto a Dios que les da una nueva condición y equipamiento para vencer en la lucha contra el pecado. La clave está en reconocer, creer y vivir de acuerdo con lo que YA eres en Cristo, de acuerdo con tu nueva identidad.
La Escritura nos dice en 2 Corintios 5:17 NVI: Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!
Lo primero que debemos subrayar es la frase estar “en Cristo”. Esta es una frase que se repite por todas partes en el Nuevo Testamento, ya sea en esa forma o en sus equivalentes: “en él”, “en Jesús”, “en el hijo” y demás alusiones. Y es clave porque es una manera técnica de hablar de nuestra unión con Cristo.
Es decir, que aquellos que creen en Cristo han sido unidos a Cristo y esta unión es tal, de modo que todo lo que Cristo hizo se toma en cuenta como si sus representados lo hubieran hecho, y todo lo malo e indeseable que los representados han hecho o harán fue adjudicado a Cristo y castigado y pagado cuando Cristo murió por sus representados.
Entonces, en nuestra unión con Cristo, es que tenemos y gozamos de todos los beneficios espirituales y reales de la vida, muerte y resurrección de Cristo.
Y dice el pasaje que los que están EN CRISTO son una nueva creación. Algunas versiones dicen: una nueva criatura, pero esta traducción da la idea de algo muy individual. Es decir, la persona o individuo es una nueva criatura o ha experimentado un nuevo nacimiento. Pero lo que está diciendo Pablo aquí es algo mucho más glorioso y maravilloso que el hecho de que un individuo tenga una nueva vida.
Lo que la Escritura está enseñando aquí tiene que ver más con un concepto de la escatología bíblica, es decir con la doctrina o enseñanza de los últimos tiempos o el final de los tiempos de este mundo. Recordemos que toda la historia bíblica a partir de la caída nos está llevando a la culminación en la que tendremos unos cielos nuevos y tierra nueva (una renovación de todo el orden de la creación donde todos hacen y obedecen la voluntad del padre así como en el cielo así también en la tierra). Es decir, una nueva tierra donde el Reino de Dios está establecido plenamente y para siempre, con Cristo como el rey humano visible e invicto.
Recordemos también que el Nuevo Testamento nos enseña que con la primera venida de Cristo a la tierra ese siglo o época venidera fue inaugurado en la tierra. Aunque el presente siglo o época no concluyó sino sigue vigente, el siglo venidero irrumpió o se traslapó en paralelo con esta época que no concluyó y que culminará plenamente, cuando el Señor Jesús regrese en gloria.
Pablo entonces, en este texto está haciendo referencia a que esa realidad de los cielos nuevos y tierra nueva (la nueva creación), ya está presente en aquellos que están en Cristo. Por eso dice, que si alguno está en Cristo, es una nueva creación. Es decir, el poder y gloria de la nueva creación ya son vigentes y disponibles (cuando menos en parte) para aquellos que se han identificado con Cristo por medio de la fe, para aquellos que están en unión con Cristo.
Entonces, los que están en Cristo deben comenzar a verse como partícipes ya de la nueva creación. Es decir, los recursos y realidades de la nueva creación han irrumpido a este mundo y están disponibles para los que están en Cristo. De hecho, el pasaje dice que lo viejo ha pasado y lo nuevo ha llegado. Nuestra identidad ya no está más ligada a este mundo, sino a la realidad futura que ya es presente de lo que somos en Cristo: ciudadanos y participantes de una nueva creación.
Si estás en Cristo, si crees en él, tu identidad ya no está en lo que fuiste, o en lo que solías ser, sino en lo que ahora eres y serás en Cristo. La descripción de tu vida y del propósito de la misma, ya no debe ser determinada por tu identidad pasada caracterizada por tu pecado, sino debe ser de acuerdo a la esperanza de lo que seremos y somos en Cristo.
Esto es importante porque nuestra identidad o lo que creamos ser determinará el propósito, rumbo y expectativa de mi vida. Si creo que soy ladrón. Si mi identidad es ser ladrón, pues veré mi vida como teniendo el propósito de sacar provecho de cada persona o situación, me daré permiso de una vida de baja moral y ética, seré corrupto y aprovechado. Lo que creo que soy determina como vivo.
Una vez escuché como entrenan a los elefantes a permanecer quietos en un mismo lugar. Te puedes preguntar, como una animal de tal tamaño y fuerza se queda parado en el mismo lugar sujetado tan solo con una cadena en una pata unida a una estaca enterrada en la tierra. ¿Si el animal es capaz de tirar árboles inmensos cómo es posible que una simple estaca lo detenga? Cuando son pequeños les ponen esa cadena alrededor de la pata y clavan la estaca en la tierra. El animal trata de moverse pero como es pequeño no tiene la fuerza suficiente para hacerlo. Después de tantos intentos, se da por vencido y se convence que no es posible mover la estaca. Y así crece toda su vida creyendo esta mentira y aun cuando es adulto maduro con toda la fuerza necesaria, permanece quieto porque está convencido que nadie puede mover esa estaca.
Algo parecido puede estar ocurriendo en tu vida y mi vida. Si estás en Cristo, eres nueva Creación, pero como hemos vivido tanto tiempo esclavizado al pecado seguimos viendo nuestra identidad ligada a él. Seguimos sintiendo como que tenemos que acceder a sus exigencias, como que estamos solos o desprovistos de recursos para decirle “no”. Hemos vivido tanto tiempo esclavizados que aun no vemos las implicaciones reales de que ya tenemos en Cristo una nueva identidad que nos da los recursos suficientes para mover la estaca de lugar. El pecado ya no se enseñorea de los que están en Cristo.
La Escritura está diciendo aquí que los que estamos en Cristo, ya no debemos identificarnos más con nuestro pecado o nuestra manera pecaminosa de vivir, sino con el propósito, rumbo y expectativa de nuestra nueva identidad. Somos nueva creación. Somos ciudadanos del siglo venidero que ha irrumpido en este siglo malo. Somos hijos de Dios, aceptados y perdonados por gracia por el Padre. Ya no debemos vivir como si no estuviéramos unidos a Cristo, sino como conectados con él, en su vida, muerte y resurrección.
Por eso, cuando seas tentado a vivir para ti y tus deleites pecaminosos. Cuando seas tentado a buscar egoístamente a hacer lo que deseas. Cuando seas tentado a evaluar esta vida considerando el provecho personal egocéntrico que sacas de cada persona, relación o situación, recuerda la realidad de tu nueva identidad que te dice:
2 Corintios 5:14-15: El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado.
Es en Cristo, es en él, que puedes decirle “no” al egoísmo. Es en Cristo que puedes orientar tu vida para todo lo bueno y todo lo que glorifica al que murió por ti. Ya no tienes que vivir egocéntricamente, en Cristo, puedes vivir para amar al prójimo, para sacrificar tu comodidad por los demás, para cuidar primero el interés de los demás antes que el tuyo, para abandonar la amargura, el rencor, los celos, la envidia y todas esas cosas en las que habitamos cuando vivimos para nosotros mismos. En Cristo, en tu nueva identidad como nueva creación, ahora vives para el que murió por ti y resucitó.
En tu lucha contra el pecado a veces tendrás momentos cuando el pecado te diga que no puedes, que estás lejos de Dios, que Dios te ha abandonado, que estás solo en esto, que nunca cambiarás, que seguirás siendo el mismo de siempre, que Dios te ha dado la espalda porque eres tan vil y malo.
Si estás en Cristo, que esto no te detenga para venir y acercarte a él, cobijándote en su gracia. Pues recuerda que tu nueva identidad en Cristo te dice que has sido reconciliado con el Padre.
2 Corintios 5:18-19: Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación.
En Cristo, has sido aceptado como hijo por Dios. En Cristo, Dios ha perdonado tus pecados. En Cristo, ya no eres enemigo de Dios. De hecho, el que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador para que fuéramos hechos justicia de Dios en él.
Dios reconcilió todas las cosas consigo mismo por medio de trasladar la culpa y el pecado sobre aquel que no cometió pecado como si él lo hubiera cometido y a los que se identifican por medio de la fe con Cristo, les brinda la rectitud y justicia de Jesús. Es decir, como si las obras buenas que Cristo realizó nosotros las hubiéramos hecho.
Que la culpa y la derrota no te aleje de Dios, sino al contrario, que te haga regresar desesperadamente al Pare y cobijarte en su gracia demostrada en la cruz, para abandonar, dejar y desechar el pecado en tu vida.
Cuando el pecado quiera confundirte respecto a qué tarea tienes en la tierra, recuerda lo que tu nueva identidad te dice: 2 Corintios 5:20 Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.»
Eres embajador del Rey. Hablas, vives, piensas y muestras al rey en cada acción. Esta es nuestra misión y tarea: somos embajadores reconciliando al mundo con Dios. Entonces, no hablas por ti, sino por el rey. No vives para ti, sino para rey. No estas construyendo tu reino, sino el del rey.
Nuestra nueva identidad en Cristo nos habilita para enfrentar el pecado. Esta es tu primera arma en esta guerra. Es un arma letal contra la mentira que el pecado quiere inculcar para preservar su hegemonía. Pero ya no la tiene, porque Cristo vivió perfectamente, murió en nuestro lugar y resucitó para ser el Señor. Los que estamos en Cristo, ya no tenemos que obedecer al pecado y sus demandas.
Ya no tienes que decir: “Es que es mi carácter”, “Es que así lo vi desde niño”, “Es que mis hormonas no andan bien”, “Es que, el que no tranza no avanza”, “Es que si no lo hago así, no me van a respetar”, “Es que no debo mostrar debilidad”, “Es que es mi talón de Aquiles”, “Es que esto es más fuerte que yo” y demás excusas. En vez de esto, debes decir, creer y vivir de acuerdo con lo que eres: ciudadano y participante de la nueva creación. Cuando el pecado toque a la puerta, dile: “No”. Pecado, No voy a ceder, no eres más fuerte que Cristo en mí, soy una nueva creación, puedo aspirar a vivir de una manera diferente, voy a vivir para la gloria de Dios, como Cristo lo hizo”.
Cristo nos da una nueva identidad que nos dice que el poder y realidad del mundo venidero ha incursionado, por la obra y persona de Cristo, en el mundo actual. Esta es una pieza importante de tu blindaje en contra del pecado, esta es una pieza importante para vivir para la gloria de Dios.