Intro: En abril de 1992, mi esposa y yo nos encontrábamos en el centro de Tlaquepaque, Jalisco. Teníamos apenas como tres días de casados y estábamos en nuestra luna de Miel. Unos parientes nos habían regalado la estancia en un bueno hotel en Guadalajara y otros, nos habían regalado los pasajes de avión, pero en realidad nosotros íbamos con un presupuesto muy limitado. Como a Delia le gustan mucho las artesanías mexicanas, pues una visita obligada en esa región era precisamente a Tlaquepaque.
Después de pasear y ver artesanías toda la mañana llegó la hora de la comida y comenzamos a buscar un restaurant acorde con nuestras posibilidades. Nos sentamos en las mesas de uno, muy acogedor y típico y nos trajeron el menú.
Inmediatamente, mis ojos comenzaron a escanear la lista de precios y se detuvieron en cierta sección que cobraba a menos de 15 pesos la ración (estamos hablando de hace 20 años). Pero la elección definitivamente fue para un platillo de $8 pesos y se trataba de “enchiladas campesinas”.
No podíamos creer que íbamos a comer un sabroso plato de enchiladas por $8 pesos por persona. Cuando nos sirvieron, Delia comenzó a observar las enchiladas con mucha atención y le preguntó al mesero: “Disculpe, ¿no se les olvidó por casualidad ponerle pollo a estas enchiladas?” (Pues se trataba de tortillas enrolladas y remojadas en salsa de tomate) El mesero le contestó: “No, así son las enchiladas campesinas que ustedes ordenaron”. Así que comimos lo que habíamos elegido, aunque probó ser una desafortunada elección.
Todos los días tomamos decisiones y elegimos entre una cosa u otro, entre un artículo u otro, entre un compromiso u otro, entre una acción u otra. Y siempre usamos criterios variados para elegir: conveniencia personal, comodidad, precio, rapidez, etc. Estamos acostumbrados a elegir.
Por eso, no se nos debe hacer nada extraño si decimos que Dios también ha elegido entre una persona u otra. Pero siendo sinceros, cuando se trata de la elección de Dios, enseñanza probada de las Escrituras, nos sentimos incómodos con la sola idea. Quizá la incomodad venga porque comparamos la elección de Dios con su referente más inmediato de nuestras propias elecciones. Ciertamente, nuestras elecciones son normadas por criterios arbitrarios muchas veces, e inclusive, injustos. Pero cuando hablamos de la elección realizada por Dios, estamos hablando de la elección de un ser perfecto, justo, santo, bueno, intachable, irreprochable y sobre todo, soberano.
La Biblia nos presenta a Dios como el soberano que ha elegido por su libre gracia a su pueblo, a su gente, para que le sirva y le adore. Esta es una de las doctrinas bíblicas que no goza de mucha popularidad. Pero no porque no nos guste es menos bíblica y verdadera.
Quizá no nos atrae porque nuestro referente de lo que es una elección somos nosotros mismos o nuestros semejantes; y definitivamente, nosotros elegimos imperfecta, injusta y arbitrariamente. Pero la elección de Dios es soberana, perfecta, justa, santa, y una muestra indiscutible de su gracia.
La doctrina de la elección debe traer a nuestros corazones un sentido de asombro por su maravillosa gracia y soberanía que nos lleve a la obediencia agradecida y gozosa para la gloria de Dios.
Uno de los pasajes de la Escritura que con mayor claridad habla de la elección por la pura gracia de Dios es, precisamente, el que acabamos de leer en Efesios 1.
El pasaje inicia con una exclamación de alabanza por toda la bendición que ha derramado para con los suyos. Dice el versículo 3 (RVC): “ Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales”.
El contemplar las bendiciones espirituales que ha traído Dios sobre los suyos, nos lleva a la adoración y la admiración de la grandeza del Padre. No podemos contener nuestra admiración y asombro por todo lo que hemos recibido en Cristo por su gracia. Dice la Escritura, toda bendición espiritual; todo procede del Padre y son grandes sus bendiciones. Y entonces, comienza a enumerarlas; y la primera en la lista, como si fuera la base de todas las demás, es precisamente la bendición que representa la elección de Dios.
Dicen los versículos 4-5 “En él, Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, para que en su presencia seamos santos e intachables. Por amor nos predestinó para que por medio de Jesucristo fuéramos adoptados como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad”.
La base de todas las bendiciones espirituales que hemos recibido los que estamos en Cristo es precisamente la elección que Dios hizo en Él. Él nos escogió antes de la fundación del mundo.
¡Qué profundo es esto! No había creado nada ni a nadie y ya desde entonces, nos había elegido en él. En la eternidad, antes de que el mundo fuese, Dios tomó ciertas decisiones respecto a quienes serían suyos. No podemos ni imaginar cómo es esto posible en el espacio y el tiempo.
Pero es una enseñanza indiscutible de la Escritura. Dios se caracteriza en la Escritura por elegir: Eligió a Abram de entre todos lo hijos de taré. Eligió a Jacob en vez de a Esaú. Eligió a David de entre todos los hijos de Isaí. Eligió a Jeremías desde el vientre de su madre. Eligió al apóstol Pablo para ser su instrumento entre los gentiles. La elección no es algo ajeno al carácter de Dios. El siempre ha elegido.
No debe perturbarnos ni confundirnos este hecho. Su elección no está manchada por pecado alguno, por injusticia, por maldad. Su elección es buena, santa, justa, gloriosa y soberana. El tiene esa prerrogativa por ser el Dios soberano del universo. Por eso el pasaje nos muestra esto como una bendición espiritual en los lugares celestiales. El haber sido elegido desde antes de la fundación del mundo, antes de que existiéramos es una bendición que no pueden describir las palabras.
¿Para qué nos eligió Dios según este pasaje? Como dice el mismo versículo 4, para “para que en su presencia seamos santos e intachables” El proyecto de Dios, desde antes de la fundación del mundo, es que aquellos a quienes eligió sean santos e intachables, es decir, sean conformados a semejanza de Jesucristo. Que reflejen el carácter de Cristo. El final ha sido escrito desde el principio. Esto debe dar seguridad a los que estamos en Cristo de que él terminará su obra en tu vida en mi vida, pues es su compromiso desde antes de la fundación del mundo. El no se anda con rodeos, juegos ni experimentos. Está decidido desde el principio a llevar a sus elegidos a la medida del varón perfecto, a la semejanza de Cristo Jesús.
¿Qué criterio usó Dios para elegir? Bueno, con la información que nos provee la Escritura podemos estar seguros que la elección no se basó en los méritos de la persona, ni en la voluntad de la persona.
El criterio de elección no fue porque Dios supo de antemano, desde antes de la fundación del mundo, que la persona iba a tener un corazón receptivo o una vida que buscaría en su momento histórico a Dios, atrayendo de esta manera hacia sí la atención de Dios. La elección de las personas no se basó en los méritos de las personas.
Cuando estaba en la primaria, el día que me más gustaba ir a la escuela era el día que teníamos educación física. Básicamente era mi día favorito porque jugábamos un partido de fútbol en la cancha de los grandes. También era un momento emocionante porque tenías la oportunidad de ser el capitán del equipo y escoger a tus jugadores. El maestro nos formaba en filas y nos decía: “Voy a dar la instrucción de “firmes” y aquellos que pongan la mejor posición del cuerpo serán seleccionados como los capitanes y luego ellos escogerán a su equipo de entre todos sus compañeros”. Así que cuando daba la instrucción “firmes”, todos poníamos nuestro mejor esfuerzo con tal de ser seleccionados.
Recuerdo que yo me ponía lo más recto y plantado posible para atraer la atención del maestro. Varias veces lo logré y pude elegir a mi equipo. Por supuesto, trataba de elegir a los que yo consideraba los mejores y garantizarían la derrota del equipo contrario. Los que no eran buenos jugando fútbol quedaban al último con sus caras de lástima y tenías escogerlos porque “ya ni modos”. Aunque de todas maneras tratabas de quedarte con lo mejorcito de entre lo peor.
Nos parece algo bastante normal seleccionar a las personas basándonos en su desempeño, talento o en alguna característica particular que atraiga nuestra atención y sea percibida como algo bueno. En cambio, descartamos inmediatamente a aquellos que no tienen algo atractivo o que llame nuestra atención.
Pero la Biblia es clara en decirnos que la elección de Dios no estuvo basada en mérito alguno de la persona que Dios conociera de antemano o en la voluntad o disposición de la persona hacia Dios que él considerara antes de la fundación del mundo.
Por lo que encontramos en este pasaje sabemos que esa elección tuvo una base que nos deja boquiabiertos. Dice en estos versículos: “Por amor nos predestinó para que por medio de Jesucristo fuéramos adoptados como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad”.
Y el versículo 11 del mismo capítulo de efesios 1 dice: En él asimismo participamos de la herencia, pues fuimos predestinados conforme a los planes del que todo lo hace según el designio de su voluntad.
Dos asuntos resaltan a la vista: Esa predestinación tuvo su origen en el amor que Dios tuvo para con sus elegidos. Fue una decisión basada en su amor, en su gloriosa gracia. Dios eligió a los que eligió por su libre gracia. Y el otro rasgo que resalta es que en esa elección no tuvo nada que ver el susodicho, sino que fue según el beneplácito o el designio de la voluntad de Dios. Fue una decisión de su soberana gracia. No hay nada en la persona que haya afectado la decisión de Dios, sino fue una decisión basada en su pura y santa voluntad
La Biblia enseña que todos estábamos destituidos de la gloria de Dios, lejos de cualquier bendición espiritual de su parte, apartados por completo de si quiera la posibilidad de considerar una vida con Dios. Pero él, por su libre gracia, desde antes de que el mundo fuese, de entre toda la humanidad destinada justamente a la condenación eterna, tuvo misericordia y amó a algunos de tal manera que los eligió para que no recibieran la justa consecuencia de su desobediencia, sino que sus pecados fueran pagados y perdonados en Cristo y fueran aceptados como hijos adoptados por los méritos de la obra de Jesús.
A la familia de mi esposa le gusta mucho los gatos. Desde que era novio de Delia han tenido gato en la casa, y en particular, hembras. Una gata muy hermosa que tenían tuvo crías en una ocasión, pero de todas, una gatita, nació un tanto deforme. Esa gatita era despreciable a la vista, tenía la cabeza enorme, más grande que el resto de su cuerpo. De hecho, no podía moverse porque la cabeza la pesaba demasiado. Su madre la despreció y no la alimentaba, los hermanos que eran más fuertes, le ganaban a la hora de comer, así que este pobre animal estaba destinado a una muerte segura.
Recuerdo que mi suegra tuvo compasión y se hizo cargo de ella para ver si la podía salvar. Con una jeringa le daba leche y con su dedo le frotaba el estómago para sacarle su gas. Y así entre cuidados y cuidados el tiempo fue pasando y al final, ustedes no podrían creer que la única gata que se quedó en casa de esa camada, que esa hermosa gata con la cola tan esponjada y con ese pelaje tan hermoso, era precisamente esa gata que de pequeña era tan fea, despreciable y condenada a la muerte segura.
Si esto es lo que hace la compasión, el amor en un animal, imagínate lo que hace la gracia de Dios en la vida y destino de una persona. Dios por su libre gracia, desde antes de la fundación del mundo, nos vio condenados, despreciables, aborrecibles, pero fue movido a misericordia, y nos eligió para que no enfrentáramos su justo juicio, sino recibiéramos la grandiosa bendición de ser sus hijos para estar con él para siempre. Por eso este pasaje comienza con una exclamación de alabanza a Dios por las grandes bendiciones espirituales recibidas en Cristo.
Ahora bien, ¿Con qué propósito hizo Dios todo esto?
En este pasaje hay una frase que se repite tres veces y que contiene esa clausula que indica propósito o finalidad. Podemos verlas en los siguientes versículos.
Versículo 6: “para alabanza de la gloria de su gracia…
Versículo 12: “… a fin de que nosotros, los primeros en esperar en Cristo, alabemos su gloria”.
Versículo 14: “…para alabanza de su gloria”.
El criterio de su elección fue su libre gracia, pero el propósito de la elección fue la alabanza de su gloriosa gracia. Dios hizo todo lo que hizo para su gloria. La elección es un acto de su libre gracia que trae la mayor gloria a él. Delante de él, no hay nadie que pueda jactarse, pueda decir: “me debes Dios”. Sino todos quedamos en el mismo plano y mudos ante su gloria, su soberanía y su gracia.
Hermanos, Dios nos eligió por gracia, para que vivamos para su gloria. Por eso todo gira alrededor de él en tu vida y en la mía.
¿Cómo podemos responder ante estas abrumadoras verdades? La Confesión de fe de Westminster al reflexionar al respecto concluye:
“Esta doctrina proporcionará motivos de alabanza, reverencia y admiración a Dios; y humildad, diligencia y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen al evangelio”. CFW III.8
Lo primero que debe producir en ti y en mí es un sentido de adoración, admiración, asombro ante la majestuosa e inescrutable gracia de Dios para tu vida y la mía. Desde antes de la fundación del mundo Dios nos eligió por gracia y para su gloria. Con Pablo podemos decir: ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo!
Y lo otro, es que con humildad, porque todo fue por gracia, sin jactancia alguna, puedes ser animado y consolado para obedecer con toda sinceridad y amor a aquel que te amó primero. Una vida de obediencia sincera, humilde y llena de gratitud es evidencia de la elección por gracia de Dios.
Por eso, si estás en Cristo, adora a Dios con tu vida, con tus decisiones, con tus relaciones. Sírvele gozoso, confiando en aquel que desde antes de que el mundo fuese te miró y te amó y te eligió por gracia para vivas para su gloria.