Intro: Imagina que el jefe, que es el dueño de la empresa, te invita a su oficina y te dice que ha visto tu desempeño y que quiere ascenderte de puesto; por supuesto, tendrás un salarios tres veces mejor que el que tienes ahora. Pero te dice: “Antes de hacer oficial tu ascenso, quiero que me hagas un favor, en tu próximo reporte, me gustaría que no aparezcan las ventas de ciertas mercancías… ¿Me explico? ¿Estás en el equipo o no?”
¿Qué harías? Sabes que si no lo haces, no tendrás tu ascenso y quizá también te cueste el trabajo (y sabes cuánto necesitas este trabajo). Podrías racionalizarlo diciendo, “no sería robo o fraude pues él mismo dueño me lo está pidiendo” o “En este país así funcionan las cosas” y muchas “razones” más para aceptar este ofrecimiento. Te quiero decir lo que una persona que estaba en una relación creciente con Cristo hizo en esa situación. Fue con su jefe y le dijo que en esas condiciones no quería el ascenso y que no se prestaría a ese tipo de cosas, sabiendo que sus días en la empresa estaban contados y pasaría a ser un número más en las estadísticas del desempleo.
El jefe le dijo: “Por favor, entrega tu reporte final en este puesto en la empresa porque a partir de hoy has sido ascendido…¡Felicidades por tu honestidad, saliste aprobado de esta prueba”
Se trataba de una prueba y todo tuvo un final feliz. Pero sabemos que el resultado inmediato no siempre es así. A veces, el final de situaciones en las que tienes que demostrar de qué estás hecho por dentro, implicará quedarse sin trabajo, perder relaciones, enfrentar dificultades, pero lo importante, para ti y para mí que estamos en una relación creciente con Cristo, siempre será tener un carácter aprobado por Dios, tener las manos limpias delante de Dios.
Mantener un carácter aprobado en un mundo caído no es un asunto fácil. Mantener un buen testimonio delante de las personas no siempre resulta sencillo. A veces los resultados inmediatos no parecen ser favorables o alentadores en el corto plazo, no siempre los resultados son finales felices en nuestras historias, y esto puede comenzar a desanimar a algunos de continuar manteniendo ese testimonio o conducta aprobada delante de Dios.
Esto precisamente les estaba pasando algunos creyentes de los primeros años del cristianismo. El autor de la epístola a los Hebreos, precisamente, escribe su epístola a personas que necesitaban escuchar nuevamente las buenas noticias del evangelio porque se estaban desanimando y abandonando el camino recto.
La epístola a los Hebreos es muy particular. En ella encontramos grandes advertencias en contra de claudicar o abandonar por completo la fe en Cristo. Lo que pasa es que un grupo de los destinatarios originales de la epístola estaban dejando por completo la fe en Jesús y estaban regresando a formas y creencias judías mezcladas con un poco de filosofías paganas. En fin, estaban abandonando por completo a Cristo por haberse desanimado en mantenerse firme en la fe y conducta aprobada delante de Dios. Por eso, Hebreos se caracteriza por sus declaraciones y advertencias fuertes en contra de dejar de seguir a Jesús. Pero al mismo tiempo nos anima y nos da la respuesta a este tipo de lucha que quizá hoy mismo estemos pasando.
Después de entrar en grandes argumentos bíblico teológicos que demostraban la superioridad de Cristo y la fe en él sobre cualquier otra forma, personaje o institución del pasado en los primeros 10 capítulos, el autor de la epístola, en el capítulo 11, hace un recuento de la historia bíblica por medio de mencionar a grandes personajes que perseveraron en su fe hasta el final. Es el salón de la fama de los héroes de la fe.
Al llegar al capítulo 12, inicia con ese conector “Por lo tanto,” para indicarnos que lo que está a punto de decir, está conectado con todo lo que nos ha dicho hasta ese punto y en el contexto inmediato, se refiere a todos estos hombres y mujeres, mencionados en el capítulo 11, que perseveraron en la fe teniendo un carácter aprobado delante de Dios.
Y dice Hebreos 12:1ª (RVC): “Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor…”
Esa “nube de testigos” no se refiere a las personas que nos rodean a ti y a mí en la vida cotidiana como pudiéramos pensar al darle una leída superficial a este versículo. Esa nube de testigos se refiere a los “testigos” que acaba de presentarnos en el capítulo 11 (todos los héroes de la fe). La imagen que tenemos aquí es la de un estadio lleno de gente que ha recorrido la carrera y ahora está en las gradas a nuestro alrededor.
Podemos imaginarnos como estar en la pista del estadio principal donde se realizaron las competencias en las olimpiadas de Londres 2012. Allá estamos los que aún estamos vivos y creemos en Cristo, a punto de empezar la carrera, y a nuestro alrededor están los miles y miles de personas que en la historia bíblica han pasado por esa misma pista y llegaron a la meta por la gracia de Cristo. Ahora ellos están a nuestro alrededor, siendo testigos de la multiforme gracia de Dios en sus vidas y en las nuestras. Cada uno es un testimonio y un trofeo de la gracia de Dios. Cada uno, por gracia, se mantuvo firme hasta al final con un carácter aprobado para la gloria de Dios.
Y con esa imagen en mente, la palabra de Dios, nos da tres instrucciones a todos los que aún estamos en la pista. Nos da tres acciones que debemos emprender para perseverar en la fe y tener un carácter aprobado delante de Dios.
Como dice, “nosotros también”, al igual que aquellos que ya están en las gradas como testigos de la fidelidad del Señor, debemos ser diligentes en cumplir estas tres acciones:
Lo primero es Despojarse de lo que estorba. Mira como dice Hebreos 12:1b RVC: “liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia”.
Todo corredor sabe que para ir con mayor velocidad tiene que llevar sobre sí, el menor peso posible. Siempre me ha asombrado ver lo delgados que son los corredores de maratones. Mientras menos peso lleves más rápido avanzas.
El peso no nos permite avanzar. Como le pasó a un pobre poni que conocí en la niñez. Resulta que nos llevaron a un circo que tenía como atractivo a sus afueras un carrusel de ponis reales. Tendría como unos 8 o 9 años. Nos distribuyeron a todos en nuestros respectivos caballitos. A mi me dejaron al último. Y yo desde que nací con 5 kilos, nunca me he recuperado del todo, ya se imaginan lo que pensé cuando me indicaron que mi poni sería el más pequeño de todos. (Y no me imagino lo que pensó el poni cuando me vio caminando hacia él). Me subí y llegó el momento de avanzar en el carrusel, pero mi poni no se movió para adelante, sino para abajo. No pudo avanzar, el peso excesivo sobre él no le permitió dar un solo paso.
El peso no nos permite avanzar. ¿ En nuestra fe cristiana cuál es el peso que no te permite avanzar en esta carrera y correr con mayor agilidad? El pasaje dice que nos despojemos del pecado que nos asedia. El pecado es lo que nos estorba. Entonces, la primera acción para mantener un carácter aprobado es precisamente abandonar, alejarse, despojarse, destruir, apartar de nuestras vidas el pecado.
No se cuál es tu lucha específica. No se cuál es el pecado en particular con el que más batallas. La Biblia nos dice que hagamos todo lo necesario para abandonar, apartarnos, alejarnos de él. No esperemos más. Hoy es el momento para dar pasos concretos en esa dirección. Despojémonos de lo que estorba.
Pero la Palabra nos insta a realizar una segunda acción. No basta sólo con dedicarte a despojarte del lastre sino debes seguir corriendo hacia adelante, es decir: Correr con paciencia. Dice el versículo 12:1c: “Y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”.
La Biblia es realista. Esta carrera, esta vida, no será nada fácil y rápida. La vida cristiana no es una carrera de 100 metros, sino un maratón. Por eso, la Escritura nos adelanta que necesitaremos paciencia y perseverancia.
¡Cuánto paciencia nos falta…¿verdad?! A las primeras dificultades, comenzamos a decir, “ya no puedo más”; “esto es demasiado”, “mejor regreso a mis formas y maneras de antes”, “para qué seguir obedeciendo a Dios, si me va peor ahora”, “esta situación nunca va a cambiar”. La Biblia nos advierte que esto será un largo proceso y que necesitamos continuar corriendo aunque no se vea el resultado positivo inmediato. Que debemos seguir corriendo hacia adelante aunque las cosas no parezcan estar saliendo como se supone que deberían; que debemos seguir corriendo aunque vayamos por el camino secándonos las lágrimas; que debemos seguir corriendo con paciencia como lo hicieron la grande nube de testigos que dan fe de que la carrera si tiene un final, de que Dios sí cumple sus promesas, de que Dios es fiel y completará todo lo que ha comenzado.
Todos estos testigos parecieran estarnos diciendo cuando estamos agotados y a punto de tirar la toalla: “sigue corriendo, sigue adelante, confía en Cristo, sigue el camino trazado, Dios es fiel”.
Debemos abandonar lo que estorba y seguir corriendo con paciencia. Pero hay una tercera acción que se nos presenta en este pasaje para perseverar en la fe y es Poner los ojos en Jesús. Mira lo que dicen los versículos 2-3: Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios. Por lo tanto, consideren a aquel que sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores, para que no se cansen ni se desanimen.
Aquí está la idea central del asunto. Lo importante es no perder de vista al más importante. Es no quitar los ojos de encima a Jesús.
¿Por qué Jesús?
Jesús es el autor y consumador de la fe. Jesús es el atleta por excelencia. Jesús es el que origina, ejemplifica, consuma y perfecciona la fe. Si te asombran las cosas logradas por los héroes de la fe mencionados en el capítulo 11, espera a que conozcas al “autor y consumador de la fe”. No hay otro como él. Nosotros corremos acompañados. Jesús corrió solo. Nosotros seguimos un camino ya trazado. Jesús abrió con sus pasos el camino, él llegó a donde ningún otro pudo llegar. Él llego a reconciliar al hombre con Dios.
Jesús soportó la cruz. El es un atleta experimentado. Jesús tenía una meta: el gozo de la salvación para los suyos. Y estuvo dispuesto, con tal de lograr esa meta, a soportar la muerte de cruz y la vergüenza que conlleva siendo inocente. Sufrió la cruz, los clavos, la asfixia, la sangre perdida, la muerte lenta y penosa. Esa muerte estaba reservada para lo peor de lo peor, para los peores criminales. Pero el la soportó porque vino hacer y cumplir la voluntad de su Padre y con ese meta en mente continuó corriendo esa carrera difícil y tortuosa hasta exclamar: “consumado es”.
Jesús concluyó la carrera. Se sentó a la diestra de Dios. No se quedó colgado en la cruz, sino al tercer día resucitó y ascendió al cielo, se sentó en su trono a la diestra de Dios, sobre todo principado, nación, pueblo o lengua, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre. Jesús garantiza que los que se identifiquen con él por medio de la fe, concluyan también la carrera.
Por todo esto, debemos fijar los ojos en Jesús. Recuerdo la carrera de relevos femenil en un campamento juvenil al que asistí en mis años mozos. Desde el primer relevo tenía nuestro equipo amplia ventaja, así que el último relevo la tenía muy fácil. Con mucha comodidad, la última chica tomó la estafeta y comenzó correr. Nosotros detrás de la meta, ya celebrábamos la victoria porque a todas luces se veía que iba a ganar. En los últimos metros antes de llegar a la meta, a nuestra corredora se le ocurrió mirar hacia atrás para ver cuánta ventaja llevaba sobre su contrincante más próxima, al regresar la mirada al frente, no se percató de una roca en el camino y se tropezó y cayó de una manera muy aparatosa. A los pocos segundos, mientras ella estaba todavía en el suelo, las demás corredoras llegaron a la meta y nuestro equipo quedó en el último lugar. Por haber desviado la mirada de la meta, se tropezó y cayó.
La Biblia nos dice: Pon tu mirada fija en Cristo. No mires ni de reojo a nadie más que a Cristo y con esto podrás seguir corriendo con un carácter aprobado a pesar de las dificultades, los pesares y los sufrimientos. Pon tu mirada de fe sólo en Cristo y no te desanimarás ni desmayarás.
Presentar un testimonio aprobado no es algo sencillo, pero en la gracia de Cristo podemos ser diligentes en despojarnos de lo que estorba, seguir corriendo con paciencia y poner nuestra mirada fija en el autor y consumador de nuestra fe, dependiendo de él cada día y confiando en su obra y poder que nos llevará a la meta puesta delante de nosotros.
La vida cristiana es esta carrera y tú y yo estamos seguros con nuestro gran Señor y maestro. Por tanto, corramos, corramos, corramos para la gloria de nuestro buen Padre Celestial.