La consciencia del pecado. 16/oct/2011
Romanos 7:21
Hemos estado hablando este mes del legado teológico que hemos recibido de la Reforma del siglo XVI. Hemos visto lo central que fue para los reformadores, Dios y su palabra. Hoy abordaremos otro de los énfasis de los reformadores que ponen el evangelio en el centro de escenario. Es decir, lo que hoy estaremos diciendo pone de manifiesto la necesidad y la gloria de la obra de redención de Jesucristo.
Si yo te preguntara ¿Cuál es el problema número uno que enfrentan las personas? Quizá algunas de sus respuestas serían similares a estas: El sufrimiento, la injusticia, la enfermedad, la guerra, la soledad, la pobreza, la traición, la muerte, la mentira. ¿Cuál será el problema número uno que enfrentamos como personas? No cabe duda que todas estas cosas que mencionamos causan mucho daño en la vida de las personas. Sin embargo, la Biblia va mucho más profundo, va a la raíz del asunto y nos dice y nos enseña que nuestro problema número uno no es de índole biológico, intelectual o relacional. Nuestro problema más grande, nuestro problema número uno es de índole moral.
La Biblia describe la dinámica interna de la gente desde los inicios de la historia humana y nos dice en Génesis 6:5 RV60: “Y vio Dios que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”.
David describe en uno de sus salmos que traemos este problema, inclusive de nacimiento, cuando dice: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). El problema más serio, el problema número uno que experimentamos como seres humanos se encuentra en nosotros mismos y la Biblia le llama: pecado.
Cuando hablamos de pecado, no sólo me estoy refiriendo a aquellas acciones específicas, los frutos malos catalogados como pecado (Por ejemplo, la mentira, los celos, el chisme, el adulterio, la inmoralidad y muchos otros más que la Biblia nos señala), sino también, y sobre todo, me estoy refiriendo a la raiz de todos estos frutos malos, que básicamente es una disposición de nuestro corazón, que básicamente es una posición que ponemos, una actitud que tenemos ante Dios. Una actitud de rebelión, de necedad, una actitud de incredulidad, que como consecuencia trae frutos malos. Y a todo esto, tanto a la raíz como a los frutos malos, la Biblia le llama pecado y lo cataloga como nuestro problema número uno como seres humanos.
El pecado es el mayor problema que enfrentamos. Y el apóstol Pablo resume este problema de la siguiente manera, allá en Romanos 7:21 RV60: “Así que queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí”. En esta pequeña frase, el apóstol resume la realidad del pecado con el cual todos nosotros nos enfrentamos.
Lo primero que debemos observar en este texto, es que el apóstol dice que el pecado es una ley…”hallo esta ley” – dice Pablo. El apóstol habla del pecado como una ley. Por supuesto, habla metafóricamente respecto al pecado de esta manera. En el contexto del pasaje, Pablo ha estado hablando de la ley de Dios. Nos ha dicho que la ley de Dios demanda obediencia; que la ley de Dios tiene autoridad sobre nosotros, que la ley de Dios ofrece recompensas y también advertencias.
Pero ahora al referirse al pecado, usa este mismo término “ley”, pero ahora de una manera metafórica. Porque el pecado se comporta más o menos de la misma manera. El pecado reclama autoridad sobre nuestras mentes, pensamientos y deseos como si fuera una ley sobre nosotros. El pecado demanda ser obedecido en sus deseos, como si fuera una ley. El pecado también ofrece aparentes “recompensas” si obedecemos a sus deseos.
El apóstol dice: “hallo esta ley”. Una ley que lleva a muerte. ¿Y no es así acaso que experimentamos la realidad de la lucha diaria contra el pecado? Pareciera que hay algo en tu interior que demanda que tengas rencor contra alguien, que no pases por algo la ofensa; hay algo en tu interior que te dice: “No”…como si fuera una ley que te estuviera controlando; como si fuera una voz de autoridad que te estuviera diciendo qué es lo que debes hacer. El pecado te demanda a veces que habites en pensamientos malos. El pecado demanda que aproveches cada oportunidad para hablar mal de los demás. Que desobedezcas a tus padres, cuando estás bajo su autoridad como niño o joven. El pecado demanda que continúes tomando decisiones necias que te destruyen al final de cuentas. Todo como si fuera una ley que te controla y que está sobre ti
Por eso el apóstol habla del pecado de esta manera. Pues de una manera vivencial podemos confirmar que esta es la realidad. Y esta es la ley que tantos problemas y enredos trae a nuestra vida todos los días.
Una vez escuché de cierto perrito que casi toda su vida había estado atado a un árbol con una cuerda bastante corta que no le permitía alejarse de aquel lugar. Un día, cambió de dueño y ya no lo tenían atado. Pero este animalito no se alejaba del árbol, aunque ya no tenía la cuerda en el cuello. Estaba tan acostumbrado a la ley de la cuerda, a la opresión de la cuerda, que aun cuando era libre, seguía sintiendo que tenía que someterse a la ley de la cuerda.
Aunque parezca paradójico, nos comportamos muchas veces de una manera similar. Sentimos como que tenemos que obedecer a la ley del pecado. Y Pablo mismo está en esta lucha interior porque siente como que el pecado demanda su obediencia. Pero más adelante nos va a decir que ya somos libres de esa cuerda. Ya no tenemos esa correa, en Cristo Jesús. Él nos liberó de esa cuerda que nos ataba y que ahora, por Su gracia y su obra, sí podemos desobedecer al pecado y obedecer a Dios, pues tenemos un nuevo amo que nos ha hecho libres. No tenemos que seguir atados; podemos decir “no” a la “ley” del pecado.
Pero es una realidad, se siente el pecado como una “ley”. Pablo nos dice algo más sobre el pecado que es nuestro problema número uno. Nos dice que esta “ley” funciona, incluso en nuestros mejores momentos. Dice Pablo: “Queriendo yo hacer el bien”. Cuando estoy enfocado para hacer las cosas de Dios, la obra de Dios, lo que Dios me pide que yo haga; cuando estoy involucrado en aquello que agrada a Dios, en ese momento, a veces encuentro esta ley.
Pablo dice en ese mismo pasaje que se deleita en la Palabra de Dios, se deleita en la ley de Dios, su corazón se deleita en Dios, pero cuando está en sus mejores momentos, queriendo hacer el bien – dice – me encuentro esta ley.
Esta ley se experimenta aun en nuestros mejores momentos. Cuando estamos bien decididos a hacer el bien y decimos “Ahora sí voy a tratar bien a mi esposa”, se presenta esta ley. Cuando decimos, “Ahora sí voy dejar ese mal hábito” y aparece esta ley. Cuando estoy apunto de ayudar a un necesitado, nuevamente, se aparece esta ley. Cuando estoy gozando de un momento de adoración, se presenta esta ley. Aun en mis mejores momentos, se presenta esta ley.
Uno de mis mejores momentos en mi vida cristiana creo que fue cuando pasaba por la preparatoria. Fue un tiempo muy hermoso porque teníamos un grupo de jóvenes que estábamos listos para hablar de Cristo a cualquier que escuchara; incluso en los descansos de la prepa reunía a un grupo y teníamos un estudio bíblico casi todos los días. También teníamos una reunión los sábados y hablábamos de Cristo a nuestros compañeros. Tenía mi grupo de discípulos. Estaba muy animado y en un momento espiritual muy alto. Pero llegó el tiempo de los exámenes y por alguna razón no me preparé lo suficiente para el examen ordinario de gramática. En la desesperación, se me ocurrió que existía vieja técnica para estos casos, probada por muchos, para pasar ese examen. Así que preparé como una hoja tamaño carta como mi acordeón y como era experto en estas cosas me senté en la primera fila a la hora del examen.
Entonces, comenzó el nerviosismo porque no sabía algunas de las respuestas y comencé a consultar la guía y me descubrieron haciendo trampa en el examen. Y allá está Wilbur delante de todo el salón a quien le ha testificado de Cristo todo el año, en su mejor momento espiritual, le están quitando su examen y reprobándolo por haber hecho trampa. En tu mejor momento, el pecado asoma la cabeza.
Entonces, esto nos debe alertar porque ataca aun en los mejores momentos. Si fuera el caso que estás alejado de Dios, estás caminando en tus propios deseos, siguiendo el deseo de tu corazón…bueno, se espera que el pecado te esté controlando. Pero aun cuando estás más cerca de Dios, en una íntima comunión con él y estás ministrando, hay que tener cuidado, porque el pecado incluso en esos momentos se presenta como un ley demandando de ti, obediencia. Demandando de ti, lealtad. Quiere destruir tu vida.
Pablo nos dice una tercera cosa acerca del pecado haciéndolo aún más claramente nuestro problema número uno. Romanos 7:21: “Así que queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí”. Pablo nos dice que el mal está adentro. Es decir, que no es algo que esté en el ambiente, o que es la culpa de los demás, sino que es algo que viene del interior, de mí mismo. Que lo tengo 24 horas al día, que lo cargo cada día de mi vida…Hallo esta ley: que el mal está en mí.
Una cosa es hablar de una enfermedad mortal en lo abstracto. Hablar de esta u otra enfermedad; hablar de otras personas que tuvieron la enfermedad y que murieron de esa enfermedad. Pero otra cosa es cuando el doctor viene y te dice: “Señor, señora, Joven, usted tiene esta enfermedad mortal”. Hermanos, la Biblia nos dice hoy que el problema número uno de la humanidad no es algo abstracto, sino algo muy concreto y que está dentro de nosotros.
Que está latente aun en tus mejores momentos, que puede asaltarte en cualquier circunstancia aparentemente inofensiva. El pecado está en mí.
No es ninguna sorpresa, entonces, dado este contexto, la exclamación que hace el apóstol en el versículo 24: “Miserable hombre de mí” Porque qué protección tengo entonces..qué garantía tengo entonces. Pobre de mí…miserable hombre de mí…¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¿Quién podrá librarme?
Pero que hermosas son las palabras que siguen en el versículo 25: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”. Son palabras que no nos dejan en desesperanza sino nos dan la solución que Dios dio a nuestro más grande problema.
Dios dio la solución a nuestro problema más grande a través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Jesús nos libró del poder del pecado. El nos liberó de la esclavitud del pecado. Y nos da, a través del Espíritu Santo, la capacidad de poder vencer el pecado. Dice la Biblia que ya no debe reinar en nosotros el pecado ni tampoco debemos ofrecer nuestros miembros para la injusticia, sino para la justicia. Es decir, que tú y yo, por el poder y la gracia de Cristo, podemos hoy día vencer a nuestro enemigo número uno. Aunque sea terco, aunque sea rebelde. Aunque sea insistente.
El pecado no es algo para tomarse a la ligera. Dios no lo toma a la ligera, tan es así que la solución que le dio fue muy, pero muy seria: fue la vida de su propio hijo. Por eso, por la obra de Cristo que nos hace libres del poder y la autoridad del pecado debemos luchar con toda diligencia contra el mientras estemos en esta tierra.
Te sugiero algunas actitudes y acciones que muestran que luchamos con seriedad contra el pecado como nuestro más grande problema:
• Fijémonos primero en nuestras vigas, en vez de la paja de los demás.
• Sospechemos más de nuestros motivos que de los motivos de otros.
• Asumamos total responsabilidad de nuestras acciones pecaminosas.
• Busquemos ser corregidos, en vez de tan sólo tolerar la corrección.
• Arrepintámonos y confesemos prontamente nuestros pecados.
• Celebremos con gratitud la inmensa gracia de Dios en Cristo.
El pecado es nuestro más grande problema, pero Dios nos dio en Cristo la más grande solución. Es por su gracia que podemos decir “no” al pecado. Hay esperanza de cambio perdurable y victoria substancial porque Cristo Jesús, venció por nosotros. Confiando en él y poniendo toda diligencia luchemos contra este enemigo interno y terco, anhelando cada día reflejar el carácter de Cristo para gloria de Dios.