La Mesa del Señor
Intro. A lo largo de nuestra vida hay objetos que se van volviendo significativos para nosotros porque vamos albergando recuerdos y vivencias relacionados con ellos. No necesariamente tienen mucho valor económico, pero sí lo tienen sentimentalmente hablando. Para mí, uno de esos objetos es una mesa grande que pertenecía a mis suegros. Es una mesa especial porque caben sentados cómodamente hasta 12 personas. Pero no es especial esa mesa sólo por su tamaño o por la calidad de la madera, sino por todas las cosas para las que ha servido. Hay tantos recuerdos escondidos entre las rendijas de esa mesa.
Por ejemplo, las cenas navideñas en casa de mis suegros. En esa mesa ayudaba a Delia a hacer sus trabajos de la escuela cuando era mi novia. En esa mesa cenamos cuando fui con mis padres a pedir la mano de Delia. En esa mesa celebramos el nacimiento de mi primogénito rodeados de familia y amigos. En fin, esa mesa ha sido y es muy significativa para nosotros; sobre todo ahora, que está en el comedor de mi casa, ya como parte de la herencia familiar, y se siguen tejiendo recuerdos y vivencias alrededor de ella.
Pero aunque esa mesa es muy especial para mí, no se compara con otra mesa. Aquella mesa a la cual Jesús se sentó con los apóstoles en un día como el que conmemoramos hoy. De esta mesa nos habla el evangelio de Lucas en su capítulo 22.
Era la celebración de la Pascua. En todo Jerusalén se estaba celebrando en las casas esta fiesta tan importante para los judíos. Y en ese contexto, nos dice el versículo 14: “Cuando llegó la hora, Jesús y sus apóstoles se sentaron a la mesa”. Esta es la mesa de la que estamos hablando esta noche. Esta es la mesa que supera a todas en importancia. Esta es la mesa del Señor.
¿Por qué es tan importante esta mesa? ¿Qué significado tiene esta mesa que la hace tan importante y relevante para todos los que están en una relación creciente con Cristo?
Siguiendo el mismo pasaje de Lucas 22, podemos ver que esta mesa, es en primer lugar, una Mesa de Recuerdo. El versículo 19, dice: También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: —Este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí.
Esta mesa es un símbolo, señal o sello que Cristo nos dejó para recordar o conmemorar lo que hizo por nosotros y comunicar los efectos espirituales que se desprenden de su obra.
A lo largo de la historia ha habido discusiones teológicas respecto al significado o sentido en el que Cristo pronunció estas palabras: “esto es mi cuerpo” o este pan es mi cuerpo. Algunos lo toman en sentido literal, asumiendo que en esta mesa está físicamente el cuerpo de Cristo. Pero nosotros sabemos que Jesús dijo esto en sentido figurado. Es decir, Jesús estaba diciendo: Este pan representa o es un símbolo de mi cuerpo.
El mismo Cristo habló en otras ocasiones de esta manera diciendo, “Yo soy el pan de vida, o yo soy la puerta, o yo soy el camino. Todos estos son ejemplos de que Jesús usaba cotidianamente el lenguaje figurado para hablar de realidades espirituales.
Además, de que se trata de un símbolo nos queda claro por la frase “haced esto en memoria de mí”. Estando presente en la escena en ese momento, hizo una distinción entre el pan y él mismo al decir que este pan serviría para que los discípulos lo recordasen. El pan es un símbolo que apunta hacia Cristo y sirve para conmemorar a Cristo.
Entonces, la mesa que tenemos al frente es una mesa de recuerdo. Jesús nos dejó su mesa para que lo recordemos. Pero este recordatorio es muy distinto a todos los demás recordatorios. Cuando hacemos conmemoraciones generalmente pensamos en personas que ya no están con nosotros. Recordamos lo que hicieron, lo que dijeron como nos trataron y cosas semejantes. Pero la mesa del Señor es una conmemoración diferente porque no estamos recordando a alguien que ya no existe, sino a una persona que vive y reina para siempre.
Y no sólo eso, sino que es en una conmemoración en la que el conmemorado está presente, no físicamente, pero sí espiritualmente. El está presente espiritualmente por medio del Espíritu Santo en nuestros corazones. Y a través de este sacramento, el creyente tiene verdadera comunión espiritual con el Cristo Resucitado por medio del Espíritu Santo y nuestra alma es nutrida, alimentada y fortalecida por la gracia de Dios.
Así que en la mesa experimentamos la presencia real y espiritual de Jesús en nuestros corazones al conmemorar este sacramento del pacto de gracia. Es una mesa de recuerdo.
Pero el versículo 20, nos señala otra característica de esta mesa. El versículo 20 de Lucas 22 dice: De la misma manera tomó la copa después de la cena, y dijo: —Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes.
Esta mesa es una mesa de Reconciliación. Que hermosa es una reconciliación. Dos partes que estaban divididas o enemistadas, finalmente se unen y viven de nuevo en armonía. La Biblia nos habla de reconciliaciones famosas como la de Jacob y Esaú quienes después de años de estar separados, quizá odiándose o deseando venganza por las faltas del pasado, al final, se reencuentran, se perdonan, lloran y se abrazan. La reconciliación es algo maravilloso.
Pero no hay reconciliación más dramática que la de Dios con el ser humano. Esta mesa representa el costo que Dios asumió para reconciliar todas las cosas consigo mismo. Esta mesa nos habla del sacrificio de reconciliación.
Esta mesa nos señala que Cristo se presentó una vez y para siempre como un sacrificio para quitar de en medio el pecado. Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos.
En esta mesa está representado el cuerpo partido de Cristo y su sangre derramada como un sacrificio de reconciliación, cuando él se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Y a través de ese sacrificio, Dios estaba en Cristo reconciliando consigo mismo al mundo. En esta mesa se representa el drama de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, quien es nuestra reconciliación con el Padre.
Y en virtud de esa sangre derramada, representada por la copa del nuevo pacto, podemos ahora acercarnos, no como arrimados o advenedizos, no como huérfanos, sino como hijos. Ya no a recoger las migajas que caen de la mesa, sino con un lugar en la mesa como coherederos con Cristo.
Estas son las bendiciones de la reconciliación con Dios por medio de la gracia del Señor Jesucristo. Por eso hoy celebramos esta mesa, la mesa de la reconciliación.
Pero los versículo 15 al 18 nos dicen algo más sobre esta mesa. Entonces les dijo: —He tenido muchísimos deseos de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer, pues les digo que no volveré a comerla hasta que tenga su pleno cumplimiento en el reino de Dios. Luego tomó la copa, dio gracias y dijo: —Tomen esto y repártanlo entre ustedes. Les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.
Esta mesa no sólo es una mesa de recuerdo y de reconciliación, sino también es una mesa de regocijo. Esa noche que comió esta cena con sus discípulos expresó su gozo de por fin tener ese tiempo especial con ellos. Tuvo este momento de intimidad con ellos que tanto anhelaba, según sus propias palabras, antes de enfrentarse a la recta final de su misión en la tierra. Les dijo bien claro que no volvería a comer de esta cena sino hasta que el reino de Dios sea establecido en su plenitud en la tierra. Así que esta mesa apunta al regocijo final que tendremos cuando Cristo coma de nuevo con su iglesia esta cena porque significará que el Reino de los cielos se ha establecido en su plenitud en la tierra. Y cuando esto suceda, y cuando Él regrese, el regocijo será inefable, como nos indican atisbos de ese día que nos dejan entrever pasajes como Apocalipsis 19:6-9:
Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos que decía: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso Reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”.
Qué maravilloso día de regocijo, cuando por fin, el reino de Dios esté plenamente establecido en la tierra y Cristo Jesús, el Cordero de Dios, finalmente se una de manera plena y eterna con su esposa, la iglesia, en la cena de las bodas del cordero.
La mesa de regocijo apunta a esa realidad segura en nuestro futuro. Pablo nos recuerda que cada vez que comemos de este pan y bebemos esta copa, la muerte del Señor estamos anunciando hasta que él venga. Cada vez que participamos de la mesa, estamos anticipando, anhelando e incrementando nuestra esperanza en la llegada de ese día de regocijo cuando el Señor venga por segunda vez y el Reino de Dios se establezca final y plenamente en la tierra.
Estamos ante la mesa más especial de todas: La mesa del Señor.
Es una mesa para que conmemoremos su obra y presencia. Es una mesa de reconciliación, que nos muestra que hemos sido reconciliados con Dios por medio del sacrificio de Cristo y que ahora somos parte de la familia de Dios y somos embajadores del Reino de los cielos. Es una mesa de regocijo que apunta a la realidad inminente que un día comeremos con él en la venida del Reino.
Gózate por lo que Cristo ha hecho por ti. Proclama su obra de amor, anuncia su muerte hasta que él venga y fortalécete para vivir cada día para su gloria hasta el día que le veamos cara a cara y cenemos con él al ser llamados a la cena de las bodas del Cordero para vivir con él por los siglos de los siglos. Amén.