La condición del ser humano -
Intro. Hace algún tiempo tuve una plática con mi esposa del tipo que suelen tener los matrimonios, que son medio en serio y medio en broma. Hablábamos de qué haríamos si quedáramos viudos alrededor de este tiempo en nuestras vidas. Después explorar varias posibilidades mi esposa dijo: “Yo creo que te deberías volver a casar, pero…ay Wilbur…la que se case contigo tiene que estar MUY enamorada de ti”. Lo dijo en un tono que significaba…”Pobrecita, si se casa sin estar enamorada…qué difícil se le va a hacer”. Debo confesarles que su comentario me tomó desprevenido, pues yo pensaba que siendo el “buen mozo” que soy y siendo tan “buena gente” sería una persona muy casadera y un viudo codiciado. Pensaba que varias mujeres estarían muy agradecidas de encontrar un esposo como yo. Cuando ella me explicó las razones de su comentario, tuve que darle la razón. Sus observaciones eran contundentes y me describían correctamente. Tuve que admitir que mi autoconcepto como esposo estaba bastante distorsionado, y que en realidad soy peor de lo que pensaba.
Pienso que no soy el único que ha tenido una experiencia así. Estoy seguro que alguna vez has tenido un choque frontal con tu propia realidad y tus ilusiones de ser mejor de lo que pensabas se hicieron añicos al estar frente a frente con la realidad de las cosas. Si no te ha pasado, no te preocupes, ya tendrás alguna vez una de estas experiencias ilustrativas.
Es algo bastante común que nuestro autoconcepto esté distorsionado. Tendemos a tener un concepto demasiado alto de nosotros mismos. Al compararnos con los demás y el desempeño de los demás, solemos pensar que después de todo, somos “buenos chicos” y nos damos palmaditas en la espalda. Si alguien nos dice lo contrario, pues nos sentimos ofendidos, difamados, contrariados y en el mejor de los casos, confundidos. Sospechamos de los demás y muy pocas veces, o nunca, de nosotros mismos. Decimos: “¡Qué barbaridad! ¡Cómo es posible!” cuando se trata de las faltas de los demás, mientras que cuando se trata de nosotros, decimos: “nadie es perfecto”, “no tuve más remedio que responder así”, “están exagerando con relación a mi caso”. Básicamente no nos gusta reconocer la realidad de la naturaleza del ser humano
Considerar pasajes de la Biblia como el que veremos hoy, nos puede llevar a una de estas experiencias reveladoras. Quizá no te guste escuchar mucho lo que la Biblia dice acerca de cómo somos los seres humanos apartados de Dios. Pero no porque no te guste escucharlo, deja de ser la Palabra de Dios. Es muy importante escucharlo con un corazón dispuesto porque Dios no nos dice esto porque quiera nuestro mal, sino al contrario. Cuando la Biblia nos muestra nuestra realidad, es para que corramos presurosos a la solución que Dios, en su gracia, ya ha provisto. Lo que la Biblia nos enseña este día a todos los que pensamos que no somos tan malos, es esto sencillamente: Somos peores de lo que pensamos.
El apóstol Pablo en la epístola a los Romanos nos enseña acerca de esto y en el capítulo 3:9 llega a una importante y pertinente conclusión en el argumento que ha venido desarrollando desde el capítulo 1 de la epístola y la enuncia así: (v.9) ¿A qué conclusión llegamos? ¿Acaso los judíos somos mejores? ¡De ninguna manera! Ya hemos demostrado que tanto los judíos como los gentiles están bajo el pecado.
Desde el capítulo 1 comenzó a hablar de la condición del ser humano apartado de Dios e inició refiriéndose particularmente a los gentiles, a las naciones del mundo pagano. Explica cómo cambiaron la verdad de Dios por la mentira y la adoración al Dios vivo y verdadero por la adoración a algún aspecto de la creación. En este proceso, fueron degradándose cada vez más y el ser humano llega a realizar, en su separación total de Dios y contaminación por el pecado, actos abominables y reprobables tales como perversiones sexuales, envidia, homicidios, avaricia, divisiones, murmuraciones, injurias y una lista interminable de pecados. Pablo dice: “No tienen excusa”. Son culpables porque Dios se dio a conocer a través de todo lo que ha creado y no adoraron a Dios.
Luego, en el capítulo 2, se aleja un poco de los gentiles paganos y se enfoca en los judíos que conocían la ley de Dios, que habían recibido la bendición de la revelación especial del Señor, que enseñaban la sana doctrina, que tenían luz para las naciones y muestra que ellos aunque conocían y enseñaban la ley, no cumplían la ley. Enseñaban que la ley de Dios decía que no se debe robar, pero ellos robaban. Decía que no se debe adulterar, pero adulteraban. Pablo, entonces dice: “Eres inexcusable, oh hombre, quien sea que seas tú que juzgas” porque haces lo mismo que condenas en los demás. Los judíos, aunque tenían y conocían la ley de Dios, tampoco vivieron rectamente delante de él.
¿Por qué se da esta situación? ¿Por qué los seres humanos ya sean judíos o gentiles (es decir, no judíos, el resto del mundo) presentan esta misma descalificación o reprobación respecto a los estándares de Dios? ¿Por qué los seres humanos ya sea que tengan conocimiento de Dios por medio de las cosas creadas o por la luz de las Escrituras siguen incapacitados para obedecer y hacer lo recto delante de Dios?
En el capítulo 3:9 Pablo da el veredicto y respuesta a esta interrogante y llega a esta conclusión: “Hemos demostrado que tanto los judíos como los gentiles están bajo el pecado”.
El problema básico del ser humano es que, a partir de la desobediencia de Adán y Eva, todos (judíos y gentiles sin excepción) nacemos marcados, cautivos, atados, manchados por el pecado. El pecado es una condición determinante en la naturaleza humana desde el día de nuestra concepción. El rey David lo recalca en los salmos diciendo: “en maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre”. Nunca hemos visto a una madre decirle a su hijo: “Por favor, hijo, pórtate mal”. Sino todo lo contrario. Tanto judíos como gentiles están bajo el pecado.
El pecado está presente en tus peores momentos, cuando deseas conscientemente hacer lo malo. Cuando planeas, maquinas y ejecutas tus deseos torcidos. El pecado también está presente en las respuestas que parecen automáticas y fuera del control consciente, en los hábitos y pautas relacionales y en esas debilidades de carácter con las que luchamos en la vida diaria. El pecado, incluso, está presente en nuestros mejores momentos, cuando lo que intentamos es hacer algo que agrada a Dios; está presente manchando las motivaciones y las intenciones de nuestro corazón para realizar esos actos externamente buenos, pero internamente detestables. En suma, el pecado es nuestro más grande problema como raza y Pablo nos recalca: “todos están bajo el pecado”. Somos peores de lo que pensábamos.
Esta cautividad de la raza humana al pecado se manifiesta, por supuesto en las dos relaciones más importantes del ser humano: Su relación con Dios y su relación con el prójimo.
En Romanos 3:10-12 se describe como se manifiesta esa cautividad al pecado con respecto a la relación con Dios. Nos muestra UNA RELACIÓN ARRUINADA CON DIOS.
Así está escrito: «No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡No hay uno solo!»
Citando pasajes de los Salmos, se muestra categóricamente que nadie puede estar ante Dios en una relación correcta basándose en su propio desempeño o por su propio pie por que nadie es justo. No hay ni tan siquiera uno que pueda levantar la mano o dar un paso al frente. Teniendo la reputación de sabios y entendidos, los seres humanos somos descritos como faltos de entendimiento, tercos o necios. En nuestro estado de pecado no tenemos la iniciativa de buscar a Dios. Todos nos salimos del carril, todos nos corrompemos. Nadie hace lo bueno. Ni tan siquiera uno.
En pocas palabras, el panorama de la relación con Dios es totalmente oscuro y triste. El pecado nos ha separado de Dios y de la relación correcta para la fuimos creados.
Pero el asunto no para allá. Puesto que la relación con Dios está ligada con la relación con el prójimo, al haber nula relación con Dios, esto se manifiesta en una pésima y destructiva relación con el prójimo. En Romanos 3:13-18, el apóstol describe nuestra RELACIÓN ARRUINADA CON EL PRÓJIMO por causa del efecto del pecado en nuestras vidas: «Su garganta es un sepulcro abierto; con su lengua profieren engaños.» «¡Veneno de víbora hay en sus labios!» «Llena está su boca de maldiciones y de amargura.» «Veloces son sus pies para ir a derramar sangre; dejan ruina y miseria en sus caminos, y no conocen la senda de la paz.» «No hay temor de Dios delante de sus ojos.»
Pareciera que estuviera hablando de las relaciones entre los cárteles de las drogas, pero está hablando de los seres humanos, comunes y corrientes, como usted y como yo. El ser humano sin la gracia de Dios se vuelve este ser destructivo, belicoso, conflictivo, mentiroso, corrupto, ponzoñoso y miserable. Somos peores de lo que pensamos.
El pecado en la vida del ser humano deja a su paso relaciones rotas, matrimonios fracturados, mujeres victimizadas, niños maltratados, personas amargadas, ancianos olvidados, trata de personas, discriminación y la lista puede seguir y seguir. Detrás de cada problema del ser humano, está en esencia, el impacto de tener una relación arruinada con Dios y con el prójimo por la naturaleza pecaminosa del ser humano. Somos peores de lo que pensamos.
Bueno, el panorama es nada alentador. Pero recordemos lo que dijimos al principio. Dios no nos dice todas estas cosas para nuestro mal, sino para nuestro bien. El quiere que entendamos la realidad de nuestra condición para que anhelemos, busquemos, aquilatemos y abracemos la maravillosa solución definitiva que ha dado a nuestro más grande problema.
En verdad, somos peores de lo que pensamos, pero Dios nos ama más de lo que imaginamos. Pablo continúa en Romanos 3:21-24 dándonos las mejores noticias jamás escuchadas y dice: Pero ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, de la que dan testimonio la ley y los profetas. Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó.
Estás son buenas noticias para gente que es peor de lo que pensaba. Este es el evangelio. Este es el “Pero” que cambia la condición del ser humano perdido….”Pero ahora…”. Las cosas no tienen que ser como antes, porque existe una justicia o rectitud perfecta que viene de Dios, no viene del hombre y su desempeño (porque ya vimos que el hombre no es justo en sí mismo), sino viene de Dios mediante la obra de redención que Cristo Jesús efectuó.
Esa obra es la muestra más grande del amor de Dios. El amor que sobrepasa todo entendimiento. Que vino y dio lo más precioso de sí por gente que eran sus enemigos, que no lo buscaban, que no lo amaban, que no lo deseaban. Pero por amor por estos, que sin distinción estaban privados de ir o estar ante la gloria de Dios para la eternidad, entregó la vida de su hijo Jesús, como un sacrificio sustitutivo (el justo por los pecadores) para que por gracia (sin merecerlo) sean declarados justos todos aquellos que creen en él. ¡Estas sí son verdaderas buenas noticias! ¡Este es el Evangelio!
En pocas palabras, el amor de Dios se mostró en la vida, muerte y resurrección de Cristo a favor de todos los que creen en él. Ciertamente, somos peores de lo que pensamos, pero Dios nos ama más de lo que imaginamos. Y lo mostró en la cruz del Calvario.
Cristo no es la “cerecita del pastel” en tu relación con Dios y el prójimo. Cristo no es el adornito o la arandelita de tu vida cristiana. Cristo y su obra es vital, fundamental, esencial, el cimiento, la condición indispensable, el principio y el fin de tu vida y tu relación con Dios y el prójimo. Para estar en una relación correcta y restaurada con Dios necesitamos acogernos a Cristo Jesús por medio de la fe.
Este mes de abril estaremos explorando la profundidad del amor de Dios manifestada en la obra de redención que nos lleva de “Eternidad a eternidad”. Desde antes de la fundación del mundo hasta los cielos nuevos y tierra nueva. Este mes estaremos considerando cuan vital y central es la obra de Cristo en nuestras vidas como hemos visto hoy.
Y hemos comenzado, como punto de partida, resaltando nuestra brutal necesidad de un salvador y mediador entre nosotros y Dios: la persona y la obra del Señor Jesús, que hoy también la vemos representada en señal y símbolo en su mesa. Este día al participar de la mesa, recuerda: soy peor de lo que pienso, pero Dios me ama más de lo que imagino. Vive, por tanto, en su gracia y para su gloria.