Intro. Hemos estado hablando acerca de las dinámicas bíblicas de la relación entre él y ella. Y aunque sabemos que no todos somos casados, o hemos estado casados o nos casaremos alguna vez, creemos que es muy importante que todos tengamos un entendimiento bíblico de cómo debemos relacionarnos santamente con el sexo opuesto.
Hemos hablado de la soltería, del matrimonio, de los conflictos, del divorcio y hoy nos corresponde explorar un tema que nos compete también a todos, sin importar si somos casados o no. Ciertamente, lo abordaremos desde la perspectiva del matrimonio, pero este tema es relevante para todas las personas que estamos reunidas en este lugar. Hoy hablaremos del momento en que tendremos que decir adiós a un cónyuge, a un padre, a un hijo, o a cualquier persona que amamos. Hoy estaremos hablando de la muerte.
Bíblicamente, la muerte es el cierre natural de un matrimonio. La muerte pone fin al pacto matrimonial, quedando el viudo o viuda libre para contraer nuevas nupcias si así lo desea. Es lo que nos enseña 1 Corintios 7:39: La mujer está ligada a su esposo mientras él vive; pero si el esposo muere, ella queda libre para casarse con quien quiera, con tal de que sea en el Señor.
Por eso, al hablar del matrimonio, hablamos de un pacto que debe mantenerse “hasta que la muerte nos separe”. La muerte legítima y bíblicamente pone fin al compromiso del pacto matrimonial. El deudo puede casarse de nuevo, siempre y cuando, como dice el pasaje, sea de acuerdo con la voluntad de Dios. Es decir, no con cualquiera que pase por allí, sino de acuerdo con los parámetros y reglas del Señor.
Aunque esta es la condición del viudo o la viuda respecto al matrimonio, no por eso se hace más fácil enfrentar la viudez. El enfrentar la partida de alguien que amas es una de las experiencias más profundas, agobiantes, intensas y serias que puede un ser humano experimentar. La muerte nos deja con un sentido de derrota, frustración e impotencia. Por algo la Biblia la presenta como un enemigo.
Y la verdad es que después de años de haber convivido y compartido la vida con alguien (llámese hijos, padres, cónyuge), el enfrentar su ausencia resulta por de más, una verdadera prueba de carácter y fe. Recuerdo que cuando mi abuelo materno murió, mi abuelita ya estaba también postrada, imposibilitada de caminar. Recuerdo que cuando vinieron los de la funeraria para transportarlo al lugar donde sería velado, ella dijo: “Ahí se lo llevan y yo no puedo ir con él”. Después de más de 50 años de casados, era la primera vez que ella tendría que aprender a vivir sin él.
Aunque no nos guste o no quisiéramos enfrentar tal situación, tarde o temprano, si el Señor Jesús no regresa antes, todos los que estamos aquí enfrentaremos ese momento. Si eres casado o casada, un día tendrás que decir adiós a tu cónyuge, ya sea porque tú partas o porque él o ella parta antes que tú. Tu matrimonio tiene un tiempo definido, no lo rebasará. Un día la muerte los separará…puedes contar con ello.
No nos gusta pensar mucho esto, pero no por eso no va a ocurrir. Mi abuelita ya postrada, incapacitada de caminar, viuda, de más de 80 años, era cuidada por mi mamá y Zenaida, un mujer joven que apoya a mi mamá. Un día mientras la atendían, le dijo a Zenaida: “Ay Zenaida, cuando tú y soco se mueran…¿Quién me va a cuidar?”. La abuelita no pensaba mucho en que un día también partiría y que por simple lógica, ella era la que seguía en la fila… y por supuesto, así fue. Mi hermano, suele decir, que esto de la muerte es como la fila de las tortillas…estás allá y tarde o temprano te llega tu turno.
Si Cristo no regresa antes, todos los que estamos aquí un día enfrentaremos la muerte de alguien que amamos (padres, hijos, cónyuge) y más aún, también nosotros tendremos que decir adiós a esta vida. Pero no se trata de estar simplemente resignados, sino más bien de irnos preparando para que cuando esto llegue podamos navegar firmes en medio de la tormenta.
La pregunta sería ¿Cómo te preparas para ver partir a alguien que amas? ¿Quién puede estar listo para una experiencia así? Definitivamente, no hay “recetas” de cocina, pero sí hay principios que nos pueden ayudar a enfrentar aquello de “hasta que la muerte nos separe”.
Las buenas noticias es que la Escritura nos da la perspectiva correcta y las herramientas básicas para que ese día no nos tome por sorpresa, sino que a pesar del dolor natural de la pérdida, el sentido de frustración, y todas las cosas que se experimentan ante la muerte de un familiar, podamos seguir adelante aferrados de lo único seguro que tenemos en esta vida que es nuestra relación con el Señor.
Todos los que están en una relación creciente con Cristo, tienen lo que necesitan para enfrentar esta experiencia de manera diferente. Pablo hablando a los Tesalonicenses que habían perdido familiares y que no sabían qué pasaría con ellos les dice: “Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza”(1 Te 4:13).
La tristeza de los creyentes ante la pérdida de un familiar puede ser diferente porque sí tenemos esperanza. No así los otros, porque para ellos la muerte de alguien es el final. No hay nada más, no hay esperanza, no hay vida eterna, no hay resurrección. Sin Cristo, lo único que queda es un gran vacío abrumador del cual no se puede salir.
Así que si estás en Cristo, confiando en la gracia de Dios, puedes dar pasos de preparación para enfrentar la aflicción de ver partir a alguien que amas. Sabiendo, que la Biblia tiene grandes promesas para ti y para todo aquel que está en una relación creciente con Cristo.
Ahora bien, ¿Cuál será el paso más básico para estar preparados para ese día? Para esto me gustaría que consideráramos un fragmento del Salmo 63. Es un salmo de David y aunque la circunstancia histórica específica a la que hace referencia no podemos saberla con exactitud, sí sabemos que David, cuando escribe este salmo estaba pasando por una experiencia muy agobiante y desoladora.
David se encontraba escondido en el desierto de Judá, siendo perseguido injustamente por sus enemigos. En dos ocasiones, David huyó y vivió en el desierto. La primera vez fue cuando el rey Saúl, su suegro y padre de su mejor amigo, lo estaba buscando para matarlo porque tenía celos de él. La otra ocasión fue cuando su propio hijo Abasalón hizo una especie de “golpe de estado” y lo estaba buscando para ejecutarlo y quedarse con el reino.
Cualquiera que hubiera sido la circunstancia histórica específica, sabemos que David no estaba en un “todo incluido”, sino su alma estaba pasando por las negras y profundas aguas de la desesperación, soledad, frustración, impotencia y tristeza. Una experiencia muy parecida a la pérdida de un familiar muy cercano.
Quizá se preguntaba en el desierto..¿Y ahora qué será de mí? ¿Cómo lo voy a hacer? ¿Y ahora qué hago? Pero David, en medio de esa tormenta espiritual, dice estas palabras en el Salmo 63:1-2:
“Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta. Te he visto en el santuario y he contemplado tu poder y tu gloria.”
David recurre al lugar correcto. En medio de su desesperación y angustia, clama a Dios. Primero identificando la fuente de su vida. “Tú eres mi Dios” y luego la necesidad de su vida: “Mi alma tiene sed de ti”. No sólo la tierra a su alrededor anhelaba agua, sino también su alma tenía una sed que ningún líquido podría saciar. Su sed era de un encuentro con Dios así como lo había ya contemplado y experimentado al estar adorando en el santuario del Señor.
La respuesta de David ante la adversidad parase bastante común. Cuando estamos en problemas, angustias o dificultades, acudimos a Dios. Clamamos a él. Ahora bien, lo que dice el versículo 3-4 marca la diferencia ante una respuesta común ante la adversidad y lo que estaba ocurriendo en el corazón de David: “Tu amor es mejor que la vida; por eso mis labios te alabarán. Te bendeciré mientras viva, y alzando mis manos te invocaré” (vv.3-4)
Fíjate qué dice David. El amor o misericordia de Dios es MEJOR que la vida. Más importante que estar vivo es estar en tu amor. Más importante que la vida de las personas a mi alrededor es tu amor en mi vida. La prioridad, lo esencial, lo más básico para mí es mi relación contigo. Si te tengo a ti, tengo todo. Si te pierdo a ti, pierdo todo. Tu amor es mejor que la vida.
David no estaba buscando a Dios sólo porque estaba desesperado o se sentía desamparado, sino porque Dios era el motivo, razón, propósito, deseo, anhelo, pasión de su vida. Dios era más indispensable para él que el oxígeno que respiraba. Dios y su amor en su vida, era primero, después y al final lo más importante, inclusive más que su propia vida y la de las personas a su alrededor.
¿Estamos ya en ese tipo de relación con Dios? ¿Podríamos decir “Tu amor es mejor que la vida”? ¿Tu amor es mejor que mi carrera? ¿Tu amor es mejor que mi cónyuge? ¿Tu amor es mejor que mis hijos? ¿Tu amor es mejor que la comodidad? ¿Tu amor es mejor que el éxito? ¿el respeto de los demás? ¿la compañía de alguien? ¿El romanticismo? Y podemos seguir la lista….. ¿podemos decir, con convicción, tu amor es mejor que la vida?
Porque precisamente un corazón apasionado por Dios como el de David es lo que necesitamos para enfrentar las pruebas más difíciles y agobiantes de la vida, como la de decir adiós a una persona que amamos. Por eso decimos este día: “Un corazón apasionado por Dios te prepara para decir adiós”.
Mira como sigue diciendo en los versículos 5-7: Mi alma quedará satisfecha como de un suculento banquete, y con labios jubilosos te alabará mi boca. En mi lecho me acuerdo de ti; pienso en ti toda la noche. A la sombra de tus alas cantaré porque tú eres mi ayuda.”
Para David lo único que podía apagar su sed espiritual, lo único que podía saciar su hambre era su relación con Dios. Dios era su pensamiento toda la noche, no era Saúl o Absalón, no era “¿Y ahora qué voy a hacer?” Sino, era estar en comunión con su Señor. Allá estaba su confianza, porque Dios era su ayuda. No hay mejor preparación para enfrentar lo incierto, lo difícil, lo desesperante que ir desarrollando una pasión y amor por la comunión con Dios. Un corazón apasionado por Dios te prepara para decir adiós.
David reitera esta idea en el versículo 8: “Mi alma se aferra a ti; tu mano derecha me sostiene” Aquello que es lo más importante, más esencial, más grandioso, a eso te aferras en el tiempo de angustia. Cuando has hecho de tu cónyuge, tus hijos o algún familiar lo más importante, más esencial o más grandioso por encima de Dios, cuando éste parte, tu mundo se derrumba por completo.
David había perdido su comodidad, su trono, su gloria, su familia. Estaba en el desierto en medio de la nada, pero él no se aferraba a estas cosas. ¿Estaba triste? Por supuesto. ¿Su alma estaba angustiada por esta perdida? Claro que sí. Pero enfrentó esta situación con firmeza y sin dejar de mirar en la dirección correcta. En la dirección en la que había orientado siempre su vida. Y declara: “Mi alma se aferra a ti”. Porque tú eres mi pasión, mi amor, mi todo.
Ese corazón firme y clavado en Dios le ayudó a mirar su situación con otros ojos. No con los ojos de la desesperanza, sino con los ojos de la fe, de la paz y la esperanza. Porque un corazón apasionado por Dios te prepara para decir adiós.
Hermanos, es tan fácil volver a alguna persona amada, la pasión de nuestra vida. Es decir, ponerla en el lugar de Dios en nuestros corazones. Pensar que sin ella o él no vale la pena vivir, como si él o ella le dieran sentido, razón o motivo a nuestra existencia. Y al ponerlos en ese lugar, comienzan a funcionar como nuestro dios funcional.
En esos casos, cuando fallece nuestro la persona, todo se viene abajo. No encontramos sentido a la vida. No vemos ya motivación para seguir por aquí. Nuestro dios funcional murió y no queda nada más para nosotros. Dios nos llama a amar a las personas, no a necesitarlas en el mismo sentido que necesitamos sólo a Dios.
Por supuesto, que la muerte de una persona que amamos involucra tristeza, dolor profundo y un sentido de pérdida. Pero es posible seguir adelante porque aunque las personas cercanas son muy importantes no son lo más importante en nuestras vidas. Ese lugar le corresponde sólo a Dios. Podemos perderlo todo, menos a Dios. Sin él, entonces en verdad no tiene sentido la vida.
Por eso la mejor inversión que puedes hacer hoy en preparación para el momento de decir adiós a un cónyuge, hijo, padre o cualquier ser querido es desarrollar una pasión por Dios. Que Él sea lo que de luz, motivación, razón e impulso a tu vida.
Sólo así podremos vivir disfrutando las relaciones que Dios nos regala para que nuestra vida sea bella, sin que hagamos de estas relaciones el motor o esencia de nuestra existencia. Sólo así podremos amar en verdad a las personas en nuestras vidas en vez de basar nuestra vida en alguien que no sea Dios y su gloria.
Hermanos, si el Señor no regresa antes, todos los que estamos aquí pasaremos por el trago amargo de enfrentar la muerte de un ser querido o la propia. ¿Cómo irnos preparando para ese día de tristeza incomparable? No desperdiciemos nuestras vidas viviendo en pleitos con nuestro cónyuge, con nuestros hijos, con nuestros padres. Tenemos muy poco tiempo para disfrutar de ellos en las relaciones actuales que Dios nos concede. Llegará un día en el que la muerte nos separe y entonces, enfrentaremos su ausencia y lamentaremos el tiempo que no invertimos en ellos
Por eso y por la gracia de nuestro Dios en Cristo Jesús, vivamos cada día teniendo nuestra relación con Dios como prioridad, ancla, motor, esencia, fuente y pasión de nuestra vida, y en obediencia a él, disfrutemos cada momento amando a las personas que el nos ha puesto alrededor, llámese cónyuge, hijos, padres, amigos, hermanos, pues nuestro tiempo aquí es como niebla que pronto pasa.
¡Prepárate para es día! pues un corazón apasionado con Dios nos prepara para decir adiós.