Cuando estaba estudiando en el seminario de Orlando, Florida habíamos varios países representados en el cuerpo estudiantil. Había estudiantes de Corea, de Venezuela, de Ecuador, de Inglaterra, de Nigeria y por supuesto, de México. Un día, un estadounidense me dijo muy contento que me iba a invitar a desayunar lo que a todos los mexicanos les encanta comer: huevos revueltos quemados y con su chorrito de limón. Le pregunté de dónde había sacado semejante idea. El me contestó que había ido a visitar a uno de mis compañeros mexicanos y le había dado para desayunar justamente eso y le había dicho que en México todo mundo comemos así los huevos revueltos (quemados y con limón).
Luego descubrí que mi compañero mexicano sinceramente comentaba con los otros compañeros cosas que supuestamente hacen los mexicanos pero en realidad eran sólo sus costumbres muy particulares que genuinamente pensaba que eran prácticas generalizadas en México. Sin querer, estaba forjando una idea equivocada de los mexicanos en la mente de los demás compañeros.
Una cosa es que platiques lo que particularmente haces o las costumbres que tienes, pero otra cosa es que seas representante de algo o alguien más. Cuando eres representante o emblemático de algo o algo más, tienes la responsabilidad de reflejar fielmente y con precisión a aquel o aquellos que representas. Porque cuando eres representante de algo o alguien más, la opinión que los demás tengan de ti, afectará la opinión que tengan de tus representados.
Este mes hemos estado hablando de nuestra identidad en Cristo. Una de esas descripciones bíblicas que enmarcan nuestra identidad en Cristo es la de ser embajadores. La Biblia enseña que los que están en una relación creciente con Cristo, somos representantes de un reino que no es de este mundo y que somos embajadores del Rey cuyo reino no tendrá fin. Está en nuestro ADN espiritual el apuntar, señalar, representar, reflejar a este rey y este reino.
El otro día unos jóvenes uniformadamente vestidos tocaron a mi puerta y al salir me dijeron: “Buenas tardes, venimos representando a Jesucristo”. Me pareció muy peculiar el saludo y así de momento, un poco presuntuoso.
Pero en el fondo, todo aquel que tiene una relación creciente genuina con Jesucristo, es un representante o embajador del Rey. Cuando vivimos, hablamos, jugamos, trabajamos, estamos apuntando o señalando a alguien más. Nunca debemos olvidar que vivimos como embajadores del rey Jesucristo. No solamente cuando estamos hablando oficialmente de él, sino en cualquier momento de nuestra vida. Por eso este día queremos llevarnos en nuestro corazón este mensaje: “Reflejemos fielmente al Rey y al reino que representamos”.
Nuestra identidad es ser embajadores del Rey por eso debemos reflejar fielmente el carácter, el mensaje y el propósito del rey. Esta vida no se termina con nosotros y nuestros gustos o preferencias. Nuestras vidas fueron diseñadas para apuntar, señalar, reflejar a alguien más: al Rey invicto y magnífico, Jesucristo. Reflejemos fielmente al Rey y al reino que representamos.
El apóstol Pablo nos enseña acerca de nuestra identidad como embajadores en 2 Corintios 5:16-21. Los versículo 16 y 17 nos dicen: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
¿Cómo es que somos embajadores si ni siquiera hemos salido de nuestro estado, mucho menos de nuestro país? Pablo dice, que en Cristo ha ocurrido un cambio radical en nosotros. Todos los que están en Cristo, los que por la fe se identifican con Cristo, son una nueva criatura o lo que es lo mismo, son parte de una nueva creación. Son parte de una nueva humanidad.
Como embajadores representamos una nueva humanidad identificada con Cristo. Por su gracia, hemos experimentado un cambio glorioso: “las cosas viejas pasaron”. Todas esas malas obras de las que nos avergonzamos; todas esas “metidas de pata” que nos atormentan; todas esas malas decisiones que nos marcaron; todas las cosas del pasado que nos acusan; todas las cosas de la vieja humanidad con la que solíamos identificarnos han pasado…han quedado atrás. Ahora, todo está siendo renovado por la gracia de Dios… “He aquí todas son hechas nuevas”.
De manera progresiva y constante, Dios está recreando en nosotros los rasgos característicos de la nueva humanidad que es según Cristo. Donde antes había amargura y resentimiento, Dios está poniendo perdón; donde antes había inmoralidad, Dios está poniendo fidelidad y pureza; donde antes había envidia, Dios está poniendo contentamiento y generosidad; donde antes había enojo, Dios está poniendo bondad y amabilidad. En fin, donde antes reinaban los hábitos pecaminosos, ahora están siendo cambiados por nuevos hábitos de acuerdo con el carácter de Jesucristo.
Somos embajadores de esta nueva humanidad, de esta nueva creación que Dios está levantando en Cristo Jesús. Ahora nos regimos por los estándares y preceptos del reino de Dios, no por los del mundo sin Dios. Este es el rey y el reino que representamos. Una nueva humanidad en Cristo que está siendo transformada de día en día.
Cómo me gusta escuchar y ver la obra de transformación que Dios hace en la vida de los que están en Cristo. Me gusta escuchar historias que dicen cosas como estás:
• “En otro tiempo, eso que hizo hubiera bastado para que yo arremetiera enfurecido, pero sólo le dije que teníamos que hablar al respecto y seguí haciendo mi trabajo”.
• “En otro tiempo hubiera salido de la casa aporreando la puerta, pero hoy pude quedarme y pedir perdón para reconciliarme con mi esposa”.
• “En otro tiempo hubiera aceptado la oferta de coludirme en la trampa para sacar unos pesos más del negocio, pero gracias a Dios, pude negarme e hice lo correcto; si hubiera caído estaría en el mismo lío en el que están los que sí lo hicieron”
• “Antes, en una situación así, acababa sumida en mi lamento, encerrada en mi cuarto sin querer ver a nadie, durmiendo y llorando todo el día, sin querer probar bocado. Pero ahora, gracias a Cristo, puedo ver las cosas de diferente manera y luchar contra esta tendencia que tengo de ver las cosas tan negativamente”.
“Las cosas viejas pasaron…he aquí todas son hechas nuevas”. Este es el reino que representamos. El reino de una nueva humanidad en el que el Rey está transformando nuestras vidas para la gloria de Dios. Somos embajadores, por tanto reflejemos fielmente al rey y el reino que representamos.
El apóstol Pablo continúa describiendo la naturaleza del reino que representamos como embajadores del rey y nos dice en los versículos 18 y 19: Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.
Este reino que representamos es muy especial porque es un reino caracterizado por algo que muestra el carácter del Rey: reconciliación. En el reino que representamos se vive en una nueva relación con Dios.
Los que éramos enemigos de Dios, los que no deseábamos a Dios ni su reino, experimentamos, por gracia, el acto más bello del mundo de parte de Dios: Él decidió reconciliarse con nosotros. Él era el ofendido y a pesar de eso, tuvo la iniciativa de la reconciliación.
Como dice el versículo 18, “Todo proviene de Dios quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo”. Nuestro pecado lo ofendía y nos separaba de él, pero él nos reconcilió consigo mismo por Cristo.
Para reconciliarnos con él mismo, Dios hizo algo maravilloso y que muestra su carácter de gracia. Este proceder de Dios está descrito magistralmente en el versículo 21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
El costo de nuestra reconciliación con Dios fue este: Alguien que era perfectamente justo (Jesucristo), en quien no había pecado alguno, quien nunca pecó ni hubo engaño en su boca, fue tratado como el más ruin de nosotros los pecadores, como si él hubiera cometido todos nuestros pecados. Fue escupido, maltratado y recibió finalmente, la muerte de un pecador, la muerte de cruz.
Es decir, el único ser humano que ha sido y será justo por mérito propio, fue considerado pecador porque estaba llevando sobre sí o le fueron acreditados a su cuenta, los pecados reales y sonantes de gente como tú y como yo. La Biblia lo dice así: “por nosotros lo hizo pecado”. Y en cambio, todos los que por la fe se identifican con Cristo, todos los que creen en Cristo como el Señor y salvador, reciben, en este intercambio, la justicia o rectitud de Cristo, como si fuera propia.
¡Qué palabras tan profundas usa Pablo! “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Así como él fue hecho pecado por ti, tú has sido hecho justicia (o rectitud) por él. Para reconciliarse Dios con gente como tú y como yo, Jesucristo tuvo que llevar el castigo por nuestro pecado y la rectitud perfecta de Cristo tuvo que ser adjudicada a nuestro favor para estar en paz con Dios. Todo esto es por la gracia de Dios quien nos reconcilió consigo mismo en Cristo Jesús.
Esta es la nueva relación que gozamos. Es el nuevo estatus que tenemos en nuestra fe en Cristo. Hemos sido reconciliados por Dios consigo mismo. Ya no somos enemigos. Ya no somos “persona non grata”. Ya no somos arrimados ni advenedizos, sino somos hijos, adoptados, apartados para Dios. Y tenemos el gran privilegio de ser representantes de este Reino de reconciliación y de este rey reconciliador. Por eso, reflejemos fielmente al rey y el reino que representamos.
El reino que representamos está formado por una nueva creación de Dios y una nueva relación con Dios. Todo por medio de Jesucristo, el Rey. Pero aun hay más en este pasaje. El versículo 20 nos dice: Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.
Dado que pertenecemos a este reino de la nueva creación y vivimos en una nueva relación con este rey que nos ha reconciliado con Dios, hemos sido habilitados para ser representantes o embajadores con una misión específica: llevar a otros a reconciliarse con Dios. Somos embajadores de la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo.
Mira cómo lo dice el apóstol, “como si Dios rogase” ¡Qué profundo es esto! Cada vez que tú y yo estamos fungiendo como embajadores es como si Dios rogase por medio de nosotros. En cada relación, en cada interacción, en cada posición, en cada situación, Dios nos ha puesto para dar un mensaje de parte del Rey: “reconcíliate con Dios”. El mensaje más importante que tenemos para comunicar, el legado más valioso que tenemos para dejar, la instrucción más urgente que tenemos que expresar es “Reconcíliate con Dios”. Esto es lo que hace un embajador…refleja fielmente al rey y el reino que representa.
El problema más grande del ser humano es su separación de Dios por el pecado. La raíz de todos los males sociales que nos reportan las noticias es precisamente esta enemistad con Dios causada por el pecado. Por eso, las buenas noticias y la solución al más grande problema de la raza humana es que Dios está cercano y reconcilia consigo mismo a todo aquel que por la fe se identifica con Cristo. Cuando con nuestras palabras, acciones y actitudes comunicamos este mensaje (reconcíliate con Dios) estamos reflejando fielmente el carácter, obra y propósito del rey y el reino que representamos.
Esto quiere decir que cada vez que hables con tu cónyuge, con tus hijos, con tus vecinos recuerda que hablas como embajador del Rey y representante del reino de Dios. ¿Cómo afectará esta realidad el contenido y la forma de tu conversación con ellos?
Cada vez que haces un negocio, lo haces como embajador del rey. ¿Cómo afectará este hecho los fines, las estrategias y los medios que emplearás?
Cada vez que estás en la escuela, en el campo de juego, en la iglesia, en la sala, en el automóvil, tu identidad como embajador apunta o señala a alguien más allá de ti; apunta hacia el rey Jesucristo y su Reino eterno. Tus palabras, acciones y actitudes de una u otra manera afectará la opinión que los demás tengan de lo que representas. Representas al rey, por eso refleja su carácter y sus propósitos.
Cuando estés en medio de una conversación difícil recuerda, “soy embajador del rey”, el mensaje de Dios para esta persona es “reconcíliate con Dios”.
Cuando estés en medio de una situación difícil y tengas que tomar decisiones, recuerda, “soy embajador del Rey” y pregúntate ¿Qué acciones y palabras reflejarían mejor el carácter de mi Rey? ¿Qué acciones y palabras dejarían más claro el mensaje que más importa a mi Rey? (Reconcíliate con Dios).
Nuestro ADN espiritual fue radicalmente alterado cuando vinimos a la fe del Señor Jesucristo. Somos parte de una nueva creación y estamos en una nueva relación con Dios. Este es el reino en el que vivimos y representamos en cada momento y situación de la vida cotidiana. Grande es nuestro Rey y glorioso es su reino, por eso, y por su gracia que obra en nosotros, vivamos Reflejando fielmente al Rey y el reino que representamos.