Cánticos de Navidad: Gloria
Estos días hemos escuchado cánticos de Navidad. Cánticos de esperanza en Dios, cánticos de la fidelidad de Dios, cánticos de la gracia de Dios y hoy escuchamos un cántico de gloria…un canto de la gloria de Dios. Navidad es un despliegue de la gloria de Dios. La gloria de Dios desplegada por un nacimiento extraordinario.
Siempre los nacimientos son ocasión de celebración. El nacimiento de un niño son noticias que queremos comunicar. En algunos lugares se tiene la costumbre de que cuando nace un bebé en la familia, se envían tarjetas a los familiares y amigos anunciando el nacimiento con el nombre del bebé, cuándo nació, donde nació, cuánto midió y cuánto pesó.
La Biblia nos dice que el nacimiento de Jesucristo también fue anunciado y con un despliegue extraordinario de la gloria de Dios, pues el niño que nacía era glorioso y sublime. Hubo ángeles, huestes celestiales, luz resplandeciente, astros refulgentes, en fin, todo un despliegue de gloria pues ese día estaba ocurriendo un evento único en su clase: Dios hijo estaba entrando en la historia humana, haciéndose uno de nosotros, para ser salvar a su pueblo de sus pecados.
¡No era para menos el despliegue de tanto esplendor! Estaba ocurriendo un evento de repercusiones cósmicas y eternas. Estaba cumpliéndose, la esperanza guardada por generaciones y generaciones. Estaba siendo demostrada la fidelidad de Dios a su pacto para con su pueblo. Estaba derramándose la gracia infinita de Dios al entrar a este mundo que no merecía ni siquiera la mirada del Padre celestial.
No cabe duda, el nacimiento de Cristo debía ser anunciado con ese despliegue de gloria que se mostró aquella primera navidad, pero no deja de sorprendemos algo. Si tuvieras un anuncio de este tamaño, ¿A quién lo enviarías? Quizá lo pondrías en los medios de mayor difusión, los principales diarios, las páginas electrónicas más visitadas, los espectaculares más visibles, las cadenas televisivas de mayor rating. Dada la importancia del niño, quizá lo comunicarías a las personas en el poder y con mayor potencial de influencia.
Pero el proceder de Dios fue inesperado en este respecto. En vez de ir a anunciar estas maravillosas noticias a los poderosos que estaban en el palacio, el anuncio vino a un puñado de pastores que estaban aquella noche cuidando sus rebaños a los alrededores de Belén.
En las ilustraciones o representaciones navideñas, los pastores se ven como personajes atractivos, pero déjenme decirles algo sobre los pastores. Los pastores en esos tiempos no gozaban de muy buena aceptación ni religiosa ni socialmente. Como la naturaleza de su trabajo era estar básicamente ausente de la vida religiosa la mayor parte del tiempo, no cumplían con los rituales, las fiestas y otro tipo de ceremonias religiosas, por lo que eran vistos como personas no aceptables religiosamente hablando. Tampoco gozaban de buena reputación socialmente. En las cortes no se les permitía ser testigos. La palabra de un pastor de ovejas en aquellos tiempos no tenía mucha credibilidad.
Además, imagínate estar todo el día cuidando un rebaño de animales mal olientes a la intemperie. Los pastores no eran el tipo de personas que quizá invitarías a tu cena navideña de esta noche. Cuando un pastor trabajando pasaba junto a ti, no podía pasar inadvertido. En fin, los pastores eran las personas más inesperadas para recibir este anuncio. Lo último que harías sería pensar en dar este anuncio a los pastores.
Pero Dios, no sólo les envía una simple nota sino envía todo un destacamento de ángeles para anunciarles, como nos dice Lucas 2:9-12: “Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.2 Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»”
Dios despliega su gloria ante un grupo de insignificantes pastores y les anuncia que en la ciudad de David (Belén) había nacido el salvador. Que ese día era día de fiesta y celebración. Día de salvación, día de gloria. El Cristo, el Mesías había nacido. El ángel también les da una señal para que identificaran y confirmaran lo que les estaba diciendo.
La señal no sería el lujo de las ropas que tendría el niño. No sería lo majestuoso del palacio donde estaría este rey. No sería el séquito que tendría a su alrededor el pequeño. La señal era algo totalmente inesperado. El niño estaría envuelto en trapos acostado en un pesebre, acostado en un cajón donde se le da de comer a los animales. ¡Qué raro! ¡Qué contraste! ¡Qué paradoja! ¡Qué giros tan inesperados!
¿Cómo es que Dios anuncia estas noticias tan maravillosas e inusitadas de una forma tan inesperada? ¿Con tal grado de contraste o giro paradójico?
En toda la Biblia podemos identificar un principio funcionando que es la pauta del proceder de Dios en este y muchos otros casos. El principio es este: ¡Cuánto más indigno es el que recibe, más glorioso es el que da!
Dios hace todas las cosas para su gloria y cuando el manifiesta su poder y gloriosa gracia a personas inesperadas, en sitios inusitados, de maneras inauditas esto recalca, subraya, despliega extraordinariamente su gloria. Cuánto más indigno es el que recibe, más glorioso es el que da.
• Mientras más desoladora la situación, más gloriosa es la esperanza,
• Mientras más difícil la circunstancia, más gloriosa es la fidelidad
• Mientras más duro y malvado el corazón, más gloriosa es la gracia que lo transforma.
Por eso Lucas nos relata en los versículos 13 y 14 del capítulo 2: “De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: «Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad.»”
La multitud de ángeles prorrumpe en alabanza a Dios recalcando la majestuosa gloria del autor de tan grandes noticias y eventos que llegaban a gente tan indigna y tan necesitada. En lo inesperado, en lo inaudito, en los giros sorpresivos, la gloria de Dios es acentuada. ¡Cuánto más indigno es el que recibe, más glorioso es el que da!
El anuncio a los pastores es a simple vista inesperado para nosotros y ese impacto debe causar en nosotros el relato bíblico, pero cuando analizamos el evento más cuidadosamente a la luz del Antiguo Testamento, podemos ver que aunque indignos de tal mensaje aquellos pastores, eran al mismo tiempo, los más indicados para recibirlo.
No tanto porque ellos eran dignos de recibirlo sino por la naturaleza de la misión del niño que les era anunciado. El niño que nació, era básicamente, uno de ellos. Era un pastor. Era el pastor deseado, profetizado y esperado por generaciones.
Recordemos que el niño era el hijo de David, es decir, era descendiente de David, y había nacido al igual que David, en aquella insignificante pero tan relevante Belén de Judea.
El Salmo 78:70-72 nos dice: Escogió a su siervo David, al que sacó de los apriscos de las ovejas, y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia. Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió.” Así como David fue elegido de entre los pastores de ovejas para ser el pastor de Israel, también Jesús, el hijo de David, es anunciado a los pastores porque sería el Pastor de pastores del pueblo de Dios.
Esta es la esperanza reflejada en la época de los profetas del Antiguo Testamento:
El profeta Isaías 40:10-11 dice: “Miren, el SEÑOR omnipotente llega con poder, y con su brazo gobierna. Su galardón lo acompaña; su recompensa lo precede. Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas.”
Y el profeta Ezequiel 34:11-16 “Así dice el SEÑOR omnipotente: Yo mismo me encargaré de buscar y de cuidar a mi rebaño [...] Yo mismo apacentaré a mi rebaño, y lo llevaré a descansar. Lo afirma el SEÑOR omnipotente. Buscaré a las ovejas perdidas, recogeré a las extraviadas, vendaré a las que estén heridas y fortaleceré a las débiles […] Yo las pastorearé con justicia.
La esperanza del pueblo era que vendría un pastor que sería el que guiaría al pueblo de Dios hacia su libertad. Esa noche, los indignos e insignificantes pastores de Belén, recibieron el anuncio de la gloriosa venida del pastor deseado, profetizado y esperado por tantos años. Dios entregó este anuncio de la manera que mayor gloria trajera a su nombre, siguiendo su acostumbrada pauta: ¡Cuánto más indigno es el que recibe, más glorioso es el que da!
Jesús, el hijo de David, es nuestro pastor. El dijo: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Juan 10:11) El es el Pastor que dio su vida por personas que no lo merecíamos. Y esto muestra aun más la gloria de Dios en que siendo indignos de su gracia, de su fidelidad, de tener una esperanza gloriosa, él dio su vida por nosotros. ¡Cuán glorioso es el que da!
Por eso el apóstol Pablo en 1 Corintios 1:26-31 dice: “Hermanos, consideren su propio llamamiento: No muchos de ustedes son sabios, según criterios meramente humanos; ni son muchos los poderosos ni muchos los de noble cuna. Pero Dios escogió lo insensato del mundo […] y escogió lo débil del mundo […]. También escogió Dios lo más bajo y despreciado… a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse […] para que, como está escrito: «Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor.»
Lo indigno del que recibe hace resaltar la gloria del que da. Dios no comparte su gloria con nadie. Nadie más se lleva los aplausos. Nadie más se lleva el crédito. Su gloria resplandece de eternidad a eternidad. Sólo él es nuestra gloria y sólo a él es la gloria por los siglos de los siglos.
La Navidad es un despliegue de la gloria de Dios. Nos muestra que su gloria es manifestada en los giros inesperados, en que a pesar de ser tan poco se ha acercado a nosotros. Es un recordatorio fehaciente que nuestras vidas son para su gloria. Que lo que cuenta en esta vida es hacer a Dios más conocido, más famoso, más reconocido y más adorado. Esta Navidad, no pienses en ti, en lo que deseas o esperas, al final de cuentas eso es irrelevante. Pon tu mirada y empeño en glorificar a Dios con tus palabras, acciones y actitudes. Vive consciente de todo lo que Dios hace por nosotros y has que tu vida sea un resplandor más de su gloria.