Toda Rodilla se doble: La actitud de Cristo
Intro: Los primeros dos meses después del nacimiento de mi hijo Josué, no estuvimos juntos como familia. Yo estaba en los Estados Unidos estudiando en el seminario y Delia se quedó aquí en México para esperar que las condiciones fueran las óptimas para afrontar la paternidad ya sin el apoyo de nuestras familias. Esos dos meses fueron difíciles para mí, pues estaba solo en un país extranjero; además separado de la gente a quienes amo. Cuando Josué cumplió los dos meses de nacido, Delia y él viajaron a la ciudad de Orlando para reunirnos y terminar el último año en el seminario. Estaba muy alegre y con gran expectativa de tener a la familia reunida y comenzar esta nueva etapa en nuestras vidas ya como padres. Esa primera noche, con el bebé en casa, fue para mí…espantosa. Cualquier movimiento del bebé me despertaba e iba junto a su cuna para ver si estaba bien. No pude dormir más de una hora continua. Al día siguiente me sentía molido. Pero mi sentido de responsabilidad y deseo de ser un buen padre me hizo estar de guardia la siguiente noche también. Ya para la tercera noche de desvelo, el cansancio superaba mis deseos de ser el mejor de los padres por estar pendiente de su hijo, apoyando a su esposa. Para la cuarta noche, de plano le dije a Delia, “Discúlpame, pero yo me voy a dormir a otro cuarto, ya no aguanto más” Mi propósito de ser el mejor padre entregado, sacrificado y dedicado me duró sólo como tres noches. ¡Doy gracias a Dios por las mamás que son tan valientes y listas a sacrificarse por sus hijos! Si no fuera por ellas, muchos no hubiéramos pasado del primer año de vida. ¡Qué bueno que las mamás no son como fui yo esos primeras noches con mi hijo! (Luego, me compuse, pero todavía es una lucha)
¡Cuán difícil es sacrificarte por los demás! Como se nos dijo la semana pasada, nuestra tendencia es pensar en nosotros primero, nuestra comodidad, nuestra satisfacción, nuestros deseos, nuestra opinión, nuestra voluntad, nuestros derechos. La palabras YO, MIO, PARA MI, están no sólo en nuestros labios a la orden del día, sino también en nuestros corazones. Y al vivir en familia o convivir como Iglesia esto se manifiesta aun más. El vivir y convivir con otras personas hace que aflore nuestro gran YO, nuestro ego, en las situaciones cotidianas. Especialmente esas situaciones en las que se trata de decidir quién tendrá la primacía, quién recibirá el privilegio, quién será el primero, quién gozará los beneficios, quién tendrá la mejor porción, el mejor lugar, la mejor posición.
Cuando vives en una casa con un solo baño…¿quién lo ocupará primero?
Cuando hay labores comunes pero necesarios que nadie quiere hacerlas en casa (sacar la basura, recoger el cuarto, quitar del camino cajas que estorban, lavar el coche, guardar cosas que están fuera de su lugar) ¿Quién será él o la que lo haga?
A la hora del refrigerio en la iglesia…¿A quién le servirán primero?
Cuando hacen falta servilletas, o sal, o refresco en la mesa ¿Quién interrumpirá su comida para ir por estos elementos que los demás necesitan?
Cuando tu hijo o hija te dice..¿Quién me lee un cuento o me ayuda con la tarea, cuando tu plan era llegar ya hacer algo que tú querías…¿Quién postergará su satisfacción personal con tal de atender a los niños?
Cuando los recursos son limitados y la necesidad de comprar algo existe para algún integrante de la familia, ¿Quién sacrificará su compra con tal de que el otro integrante de la familia pueda satisfacer su necesidad?
A la hora de los reconocimientos y felicitaciones ¿Con quién quieres que comiencen?
En fin, todas estas situaciones cotidianas nos confrontan con un dilema básico ¿Quién primero? ¿Nosotros o los demás?
Si eres como yo, tendrás que reconocer que tu tendencia es pensar en ti primero. Nos tomamos demasiado en serio. Tendemos a enfocarnos en nosotros mismos. Sentimos que la vida nos debe algo y por ende, la gente a nuestro alrededor.
Esto es algo que ni pensamos, ni estudiamos, ni aprendimos. Nadie nos tuvo que enseñar estas cosas; esto es algo con lo que ya venimos de entrada. Una persona, de manera natural, tenderá al egoísmo y actuará en correspondencia con sus deseos más profundos.
Por el contrario, la alternativa, es decir, pensar primero en los demás, tiene que ser algo que pensemos, planifiquemos y consideremos para que se vuelva una realidad.
Este problema no es un problema moderno, desde los tiempos bíblicos el ser humano ha tendido a centrarse en sí mismo. El apóstol Pablo desde la cárcel de Roma escribió a una iglesia en Filipos donde este problema podía ser una amenaza para la Iglesia. El egoísmo y la rivalidad podía dividir a las personas, él les escribe y les exhorta en el capítulo 2:1b: “llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento”. Él estaba en la cárcel y nada le haría más feliz que oír que los cristianos tenían un mismo sentir, amor y estaban unidos.
Y les da la clave para salir de su egoísmo, contiendas, divisiones y problemas interpersonales. El versículo 5 dice: “Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús”. La clave está en tener la actitud de Cristo hacia los demás. Es seguir la pauta de vida que Cristo vivió.
Pablo presenta a Cristo como el Señor con estas palabras: v.9-11 Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Cristo está sentado en el trono y toda rodilla, en el cielo, la tierra y debajo de la tierra de doblará delante de él porque es el Señor….para gloria de Dios Padre.
¿Pero cual fue el camino de Cristo hacia ese trono? ¿Qué actitud fue la que llevó a Cristo a su exaltación por el Padre? ¿Cuál es esa actitud que Pablo dice que debemos tener para salir de nuestro egoísmo, divisiones y problemas interpersonales?
v. 6-10 Siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!
El camino que recorrió Cristo para llegar a su trono exaltado fue el camino de la humildad, del servicio, del sacrificio, de la negación de sí mismo. Fue el camino de anteponer las necesidades e intereses de los demás a los suyos.
El camino que Cristo recorrió fue uno de primero, humillación y luego, gloria. Y todos los que seguimos a Jesús como el Señor debemos moldear nuestras vidas de la misma manera. Es la pauta que nos ha dejado. La vida que Cristo nos llama a vivir es una vida de primeramente humildad, servicio, sacrificio y negación de uno mismo. Y luego, siguiendo el esquema de la vida de Cristo, gozaremos, por su gracia, las bendiciones plenas ganadas por su muerte en la cruz a favor de todo aquel que creen en Él. Primero humillación y luego gloria.
Pablo entonces nos recuerda que estamos en la primera fase de esta pauta de vida y nos dice: Tengan la misma actitud de Cristo. Tengan el mismo sentir que Cristo. Esa es la clave para vivir como cristianos en un mundo egoísta. Nuestras vidas han sido cortadas siguiendo el patrón o pauta de la de Cristo, por eso, “Vivamos conforme a la actitud de Cristo”.
¿Qué implicaciones tiene verdad para nuestra vida diaria? ¿Cómo vivo de acuerdo con la actitud de Cristo?
El apóstol Pablo en su epístola a los Filipenses capítulo 2 versículos 3 al 5 nos da claros ejemplos de cómo se vive de esta manera: “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, (BLA)
Lo primero es no hacer las cosas con una motivación pecaminosa. El apóstol identifica 2 poderosos y equivocados motores de las acciones humanas. Dice: ““Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria” (v.3)
El egoísmo es una potente motivación para la acción. Cuán atractivo es servirnos a nosotros mismos, buscar lo que nos agrada, procurar nuestro propio placer, comodidad o satisfacción, es un potente motor hacia la acción. No conozco a alguien que tenga que esforzarse para ser egoísta.
Ilustra: Un sábado, ya que el viernes nos habíamos acostamos tarde, aproveché para despertar un poquito más tarde de lo normal, me vestí con ropa deportiva y me fui a caminar al parque, regresé, me bañé, desayuné rapidito y estaba apunto de salir rumbo a la oficina para terminar mis pendientes antes del domingo (entre otras cosas, afinar los últimos detalles del sermón: “Los demás primero), cuando mi esposa (quién se había acostado a la misma hora que yo, pero se había levantado tempranito, y había estado lavando) me pidió que la ayudara a tender la ropa. A mil kilómetros por segundo, pensé: “Si la ayudo me atraso en mis pendientes, si me atraso en mis pendientes voy a tener que hacerlos en la noche y me voy a acostar tarde, si me acuesto tarde, no voy a estar en forma para predicar mañana domingo”. Por eso, pensando en mí y en mi comodidad, le dije que no podía porque me tenía que ir a la oficina. Luego llegué a la oficina y comencé a trabajar en mi sermón llamado: “Los demás primero”
Qué sutil y qué fácil y qué automáticamente actuamos movidos por el egoísmo. Lo confieso, soy movido varias veces a la acción motivado por el egoísmo. Y quizá tú pienses que no es tu caso, pero echa una mirada honesta a tu vida cotidiana en la familia o en la iglesia y tal vez descubras que estás equivocado. Vivimos con la actitud de Cristo cuando no somos motivados por el egoísmo.
Pero la Biblia no sólo identifica al egoísmo sino también a la vanagloria. La vanagloria es otro potente motor de la acción. Cuán fácil nos es hacer las cosas para destacar, para resaltar, para llamar la atención hacia nosotros, para que los demás nos alaben y digan cuán maravillosos somos. ¿Sabes cuál es una manera de saber si estás actuando por vanagloria? Si después de haber realizado aquel trabajo o acción, nadie te felicita o te reconoce y tú te enojas porque nadie notó ni agradeció tu esfuerzo.
Tanto el egoísmo como la vanagloria nos ponen en el centro de todo. Y son algo que nos sale de dentro con toda naturalidad. Es nuestro modo de operación automático. No requiere intencionalidad, ni planeación… Lo que sale con naturalidad es pensar en mí primero, en hacer las cosas para mí y cómo yo quiero. Simplemente es la manera instantánea de responder a la vida cotidiana y familiar.
Pero lo que Dios quiere de nuestras relaciones en la iglesia y en la familia, requiere intencionalidad. La Palabra de Dios, nos dice que vivamos conforme a la actitud de Cristo.
El versículo 3 dice, “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo”. Considerándolos más importantes, superiores, que yo y por supuesto, tratándolos así. Nuestro problema es que pensamos que nuestro tiempo, comodidad, preferencias, deseos, tienen prioridad porque en el fondo pensamos que somos más importantes que los demás. Pero aquí Dios nos convoca a un cambio de mentalidad: No yo soy el más importante, los demás vienen primero, esa es la actitud de Cristo.
Revisa tu vida familiar o en la iglesia, tus relaciones con tu cónyuge, padres, hijos, hermanos, parientes, etc. ¿has estado tratando a tu cónyuge como alguien más importante que tú? ¿Qué decimos de nuestros padres? ¿Y de nuestros hijos? ¿De tus suegros? ¿Yernos y nueras? ¿Los hemos puesto primero por considerarlos más importantes que nosotros? Pues ese es precisamente el plan de Dios para nuestras relaciones interpersonales en la familia y en la Iglesia.
La actitud de Cristo no sólo se ve cuando considero a los demás como más importantes que yo, sino también cuando velo por los intereses de los demás. El versículo 4 dice: “no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás”. Lo que sale de nuestro corazón con facilidad es velar por nuestros intereses, nuestros derechos, nuestras opiniones, nuestros planes. Pero aquí la Escritura nos está diciendo que antepongas los intereses de los demás a los tuyos. Que pienses en cómo tus decisiones, pensamientos, palabras y acciones afectarán a los demás, y busques intencionalmente tomar en cuanta sus intereses, sus deseos, sus opiniones, sus planes, como Cristo lo hizo.
La familia a veces se vuelve una lucha de intereses….hasta para salir a comer como familia. El papá quiere comer comida china, la mamá quiere comida regional, los niños quieren pizza o hamburguesas. ¿Quién pensará en los intereses de los demás? Lo mismo pasa para ver televisión o jugar juegos de mesa como familia.
Cuando dos niños pelean por un juguete, preguntamos ¿Quién lo tenía primero? En vez de preguntar ¿Quién va a amar a su hermano o hermana tanto como para permitir que juegue primero con ese juguete?
En todas estas pequeñas cosas de la vida diaria y también en las grandes decisiones y circunstancias familiares, el asunto es vivir según la conforme la actitud de Cristo, buscando intencionalmente velar por los intereses, beneficio, satisfacción de los demás.
Vivir conforme a la actitud de Jesús….¡Ay Pastor! Es que usted no conoce a mi familia o no conoce a los hermanos de la iglesia. Es que no conoce a mi cónyuge, a mis padres, a mis hijos, a mis suegros, a mis nueras y yernos. No sabe cuán difícil es ponerlos de primero en mi vida. Tienes razón…no los conozco. Pero Dios sí…y sabes…ha hecho algo respecto.
Estas son buenas noticias. Lo que hizo fue maravilloso. Nos puso primero. Cuando no merecíamos nada envió a su hijo en medio de sus enemigos para morir por ellos con el fin de reconciliarlos con él. Jesús nos puso primero. Jesús dijo: “Los demás primero”. Y gracias a que tuvo esta actitud, podemos hoy tener una relación creciente con Dios y pertenecer a su familia. Porque alguien nos puso primero, nos consideró más importantes que él mismo y consideró nuestros intereses antes que los suyos.
Gracias a Su obra, somos habilitados hoy con el poder para sacrificar nuestro egoísmo y nuestra vanagloria y considerar a los demás como más importantes y sus intereses como prioritarios en nuestras relaciones. Podemos poner a los demás primero, porque Jesús nos puso primero.
Animémonos hermanos a aplicar esta verdad a nuestras relaciones familiares y en la iglesia. Por eso yo quiero animarte a aceptar este desafío: Piensa entre todos los miembros de tu familia o de la iglesia últimamente ¿Con quién has tenido dificultad de relacionarte? ¿A quién de tu familia o tu iglesia no has puesto primero? ¿A quién no has tratado como más importante que tú y tampoco has velado por sus intereses? ¿Ya lo pensaste? Quizá es tu cónyuge, uno de tus hijos, tus padres, alguno de tus hermanos, un compañero, un vecino, …no se. Pero el desafío es que esta semana, de una manera intencional, haz que tus palabras y acciones sean siguiendo la actitud de Cristo. Quizá esta semana, se vuelva un mes, el mes…años y luego toda una vida vivida conforme la actitud de Cristo para la gloria de Dios.