Summary: Jesús es la perfección que necesitamos los imperfectos

En mi lugar: vivió 5/04/09

Romanos 5:18-21

Intro: Mi hijo Josué fue el primer nieto de mis suegros y se mantuvo en la posición de único nieto por siete años. Mis suegros no viven en Mérida, así que ya se imaginan con qué emoción llegaban de visita para ver a su hija y a su único nieto (¡Y a su yerno favorito!). Pero teníamos un pequeño inconveniente. Mi hijo no era muy expresivo con sus abuelitos. Por supuesto, los quería y los respetaba, pero no mostraba la misma emoción con que ellos lo trataban. Esto a Delia y mí nos preocupaba porque no queríamos que se sintieran tristes o desanimados.

En una ocasión que sabíamos que iban a llegar mis suegros, comenzamos a ensayar o practicar con Josué cómo debía recibir a sus abuelitos. Al parar la camioneta en la puerta, debía salir corriendo y con alegría decir: “abuelitos” y dar un abrazo efusivo a cada uno. Este el plan para honrar a sus abuelos y lo ensayamos varias veces ese día.

Cuando paró la camioneta y bajaron mis suegros, Josué, de acuerdo con el plan, salió corriendo, con una gran sonrisa en la boca y con una voz cargada de emoción gritó: “¡¡abuelitos!!”. Delia y yo nos gozamos de ver las caras de alegría de mis suegros …hasta que Josué se viró hacia nosotros y dijo delante de ellos: “¿Lo hice bien mamá?” - ¡Oh frustración! ¡Nos descubrieron!

Este evento me hace pensar en mi relación con Dios. Me hace pensar en cuán fácilmente echo a perder todo un plan para hacer algo bueno que me haya propuesto. Quizá me propuse tener un tiempo de lectura de la Biblia en familia y cuando comienzo con esta buena práctica, de pronto por alguna actitud que no me gustó de parte de mis hijos, pierdo la paciencia y empiezo a hablar sin sabiduría cuando según yo estaba tratando de corregirlos.

O quizá me propongo ser un esposo considerado y amoroso con mi esposa, pero cuando Delia me pregunta: “¿Has visto mis llaves?” En vez de contestar lo que me está preguntando (sí o no), me da ganas de responderle con el consabido sermón ya repetido en el pasado con un tono de irritación: “si tuvieras la disciplina de dejar tus llaves en un mismo lugar (¡como yo!), no tendrías este problema”.

Por más que quiero obedecer perfectamente la voluntad de Dios, tengo que reconocer que no puedo. En algún momento, fallo. Cuando pienso que ya lo tengo dominado, flaqueo. Cuando creo que ya es capítulo cerrado, vuelve aparecer.

Pero aunque soy todo un caso, se que no soy el único imperfecto. Se muy bien que esta misma lucha es la tuya. Quizá distintas circunstancias, distintos factores, distintas historias, pero la lucha es la misma: Aquello que sabes que debes hacer, no es lo que sale con naturalidad, sino todo lo contrario. Quizá en tu matrimonio, quizá en la relación con tus hijos, en el trabajo o en la escuela, o bien con los hermanos en la iglesia:

• Cuando debiste callar, hablaste de más

• Cuando debiste hablar, te quedaste callado

• Cuando lo apropiado era ser paciente, explotaste,

• Cuando era necesario actuar con apremio, fuiste desidioso.

• Cuando debías pedir perdón, te alejaste en tu orgullo.

• Cuando debías compartir, fuiste egoísta

• Cuando debías ser puro, te manchaste de impureza

La lista puede seguir y seguir….tenemos un problema….un problema muy grande. La Biblia le llama a nuestro problema más grande…el pecado.

En Romanos capítulo 5, el apóstol Pablo nos da el diagnóstico de nuestro problema. Aquí entendemos cuál es la razón de nuestra imperfección. En este pasaje se comparan las acciones y efectos de dos personas. Por un lado, Adán y por el otro, Jesucristo. Ambos son señalados como nuestros representantes. Adán como el representante de la humanidad y Jesucristo como el representante de la nueva humanidad.

Es importante entender este concepto de la representatividad. Porque las acciones del representante afecta a los representados. Lo que el representante hizo tiene impacto directo en sus representados como si ellos mismos lo hubieran hecho aunque no hayan estado presentes en ese momento.

Y así el versículo 18a nos dice hablando de Adán (representante de la humanidad) “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres” y el versículo 19a también nos dice: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores”.

Aquí se nos explica porque tú y yo somos imperfectos. Nuestro representante Adán, transgredió la ley de Dios; nuestro representante desobedeció el mandato de Dios. Nuestro representante cayó y nosotros caímos con él. Vino a nosotros la condenación y fuimos constituidos pecadores. Ese vínculo inseparable entre el representante y los representados funcionó en nuestra contra. Adán falló, luego entonces, también nosotros fallamos.

Pero dirás…¿Por qué se me culpa a mí por la falta de otro? Es que no te puedes deslindar de tu representante. La transgresión de Adán trae nuestra condenación (la culpa del pecado es transferida a ti y a mí como propia) y la desobediencia de Adán nos constituye pecadores (la corrupción del pecado es transmitida a nuestra naturaleza humana, por el simple hecho de nacer).

Adán estaba viviendo en nuestro lugar, como nuestro representante y cuando él cayó nos afectó profunda y radicalmente. Nuestras vidas se complican porque partiendo del legado que recibimos de nuestro representante Adán, brotan acciones, pensamientos, palabras, actitudes personales que transgreden la ley de Dios. El pecado es lo que sale con toda naturalidad de nuestros corazones.

¿Pero como tratamos de resolver este problema? Nos esforzamos por hacer las cosas bien. Tomamos la ley de Dios y tratamos de cumplirla toda perfectamente. Pero el problema es que para puedas estar bien con Dios tienes que cumplir perfectamente Su ley. Y subrayo la palabra “perfectamente”. Si quieres ponerte bien con Dios a través de cumplir Su ley, estamos hablando de cumplirla sin falla ni excepción alguna.

Esto es como hacer un omellete. Imaginemos que vamos a hacer un omelette. Tenemos 10 huevos y comenzamos a poner los huevos en un recipiente para batirlos. Tomas 1, 2,3, 4 …..9 huevos, pero cuando llegas al décimo huevo te das cuenta que está podrido. Pero piensas, no importa, son 9 huevos contra 1, no se notará si revuelvo el podrido con los 9 buenos. ¿Será esto cierto? ¿Quién quiere comer el primer omellete que salga de esos huevos batidos?

Pienso que nadie, porque todos sabemos que el huevo podrido echará a perder toda la mezcla. Así sucede cuando quieres estar bien con Dios por medio de cumplir la ley. Si ese es el medio que escoges, tienes que cumplirla perfectamente, si fallas en uno de los mandamientos, aunque hayas cumplido perfectamente los demás, en el acto se pudre toda la mezcla por el único mandamiento no cumplido.

Pero si somos honestos con nosotros mismos y evaluamos nuestras vidas, no fallamos sólo en un mandamiento….entonces, imagínate cuántos “huevos podridos” tenemos para agregar a la mezcla. ¡Es imposible que por medio de nuestro cumplimiento de la ley de Dios podamos lograr estar bien con Dios y solucionar nuestro más grande problema! Es desolador el panorama ¿No creen?

Pero como siempre, hay buenas noticias para nosotros los imperfectos. Porque Dios es un Dios de gracia y misericordia. Y proveyó otro representante. Un representante mucho mejor que Adán. Un representante que ha dejado un legado de vida, en vez de un legado de muerte: Jesucristo, el representante de la nueva humanidad.

El versículo 18b hace referencia a Jesucristo contrastándolo con Adán y su legado de muerte: “de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” y el versículo 19b: “así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”.

Aquí se nos muestra la solución que Dios dio a nuestro más grande problema. Nos mandó otro representante que a diferencia de Adán vivió en justicia perfecta, en rectitud intachable. La Biblia dice que Jesús nunca cometió pecado ni hubo engaño en su boca. A pesar de ser tentado a nuestra semejanza nunca desobedeció a Dios, sino cumplió perfectamente la voluntad del Padre.

A veces decimos que Jesús murió en nuestro lugar y es cierto, pero hoy queremos enfatizar el hecho de que él vivió en nuestro lugar. El fue nuestro representante. El vivió la vida perfecta que tú y yo no podemos vivir. Él fue nuestro nuevo representante que sí cumplió toda justicia y trajo la justificación de vida.

Como Él es nuestro representante, sus acciones y obediencia impactan a todos sus representados. Así como Adán nos impactó para muerte, Jesucristo nos impacta para vida eterna. Por eso ahora cuando Dios ve a un representado de Jesucristo, lo ve a través de la justicia y rectitud de Jesucristo que es acreditada por gracia a su favor y recibida por medio de la fe.

De tal manera, que los representados por Jesucristo aunque son imperfectos, son considerados como justos debido a que su representante vivió perfectamente en lugar de ellos. ¡Sí! Lo escuchaste bien. Los imperfectos son considerados por Dios como perfectos, no por méritos u obras propias, sino porque Su representante vivió en perfecta justicia en lugar de ellos. Y esa rectitud perfecta es tomada en cuenta a favor de los imperfectos a quienes representó. Por eso decimos: Jesús es la perfección que necesitamos los imperfectos.

¡Estas son buenas noticias que vienen de un Dios de gracia! Como nos dice el versículo 20 “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”.

Todo persona debe entender que la única manera de estar bien con Dios es haber recibido la justicia perfecta de Jesús al identificarse con él por medio de la fe. Dios hizo posible lo que para nosotros es imposible. Personas imperfectas como nosotros podemos ser considerados justos por Dios, porque Dios tuvo gracia hacia nosotros al hacer que Cristo viviera en nuestro lugar acreditando su obediencia perfecta a nuestro favor. ¡Nadie lo merece! Por eso dice que la gracia sobreabundó al pecado. Dios da solución al problema más grande que es el pecado en el caso de todos aquellos que ponen su fe en Jesucristo. Jesús es la perfección que necesitamos los imperfectos.

¿Que implicaciones tiene esto para nuestras vidas?

Si has estado tratando de estar bien con Dios confiando en tu desempeño, en tus buenas obras, en tus intentos de obediencia, y quieres ganar un lugar con Dios por mérito propio, estás en un callejón sin salida. La única manera en que podemos estar bien con Dios la gente imperfecta como nosotros es recibiendo por medio de la fe, la gracia de Dios que consiste en que la justicia intachable de Jesucristo sea acreditada a tu favor, obteniendo todos los beneficios que acompañan esta gracia. Pon tu fe en el Señor Jesús.

Si estás ya en una relación creciente con Cristo, recuerda que tu representante Jesucristo vivió esa vida de perfecta santidad que tú y yo no podemos vivir por nosotros mismos. Esa rectitud intachable se acredita a todo aquel que se identifica con Jesús y puede gozar, por gracia, de una relación eterna con Dios. Ya no hay condenación para la gente imperfecta que ha puesto a Jesús como su perfección.

Y aun hay más, si has puesto a Jesús como tu perfección, estás en la mejor posición para dar pasos de crecimiento en tu relación con Dios y experimentar transformación en tu vida. Puesto que has sido declarado justo en virtud de la justicia de Cristo, puedes comenzar a actuar, pensar y a vivir de acuerdo con la rectitud que caracteriza a los hijos de Dios. La gente imperfecta que ha puesto su confianza en él único hombre perfecto, está siendo perfeccionada de día en día por la gracia de Dios operando en sus corazones.

Anímate, entonces, este día a vivir para obedecer alegremente los mandamientos de Dios. Ya que Jesús vivió con una obediencia perfecta en nuestro lugar, podemos ahora nosotros vivir para obedecer a Dios habiendo sido declarados justos por gracia y por medio de la fe. Jesús es la perfección que necesitamos nosotros los imperfectos.