A puerta cerrada
Intro: Cuando recién nos hicimos novios Delia y yo, me vi en serios aprietos. Aunque usted no lo crea, yo era bastante introvertido y tímido, y mi problema era que la plática no me salía con mucha facilidad. Recuerdo que al principio, comencé a emplear una técnica para no quedarme sin tema de conversación cuando hablaba por teléfono con Delia. Comencé a hacer una lista escrita de temas o asuntos para conversar con ella. Así que tomaba el teléfono y a mi lado tenía mi bosquejo e iba abordando punto por punto y palomeando lo que se iba cubriendo durante la conversación. Por supuesto, después de un tiempo breve, la lista fue innecesaria porque al conocernos más y crecer en confianza, la comunicación fluía ya por banda ancha.
¿Qué pensarían de mi matrimonio si después de casi 17 años de casados todavía yo tuviera que hacer mi “listita” de temas para no quedarme sin conversación con mi esposa? Por supuesto, algo estaría radicalmente mal en nuestra relación ¿no creen? Doy gracias a Dios que al haber crecido en comunión, la comunicación fluye ampliamente y no hay necesidad de técnicas especiales para recordar qué debo hablar con mi esposa.
Pero aunque la mejoría de la comunicación con Delia es notoria al paso de los años, hay otra comunicación en mi vida que ha tenido una mejoría más lenta. Me refiero a la oración, a mi comunicación con Dios. Siento que a pesar de tantos años de relación con Dios, todavía estoy en pañales en este rubro. Siento como que todavía tengo mi listita de asuntos y tengo que ser muy estructurado porque si no me distraigo o dejo de hablar cosas importantes con Dios.
Estoy casi seguro que no soy el único que lucha con este asunto. Quizá tú mismo puedes reconocer que tu vida de oración es muy pobre o quizá inexistente. Si eres como yo, a veces comienzas a orar y te distraes con algún pensamiento y cuando te das cuenta has dejado de orar y estás pensando en tus pendientes; o bien, comenzaste a orar y te quedas “dormido” en los brazos del Señor. Tal vez para ti la oración signifique nada más una buena costumbre al despertar o acostarse o antes de cada alimento. O bien, quizá sólo oras cuando quieres que Dios haga algo por ti. Quizá estás iniciando una relación con Dios o te interesa iniciar una, pero no sabes cómo hablar con Dios y te sientes inadecuado, incómodo, piensas que no lo podrás hacer bien o que no dirás las palabras correctas y por eso te sientes desanimado a orar.
Pues bien, para todos nosotros que luchamos con el asunto de la oración, hoy hay buenas noticias. Porque un día, Jesús desde un monte, dio un sermón que se ha llegado a conocer como “El sermón del monte” y entre los muchos puntos que abarca en ese discurso habla bastante de la oración. Nos dice cuál es la esencia de la oración, cómo debemos orar, nos da un modelo de oración, en fin, en el sermón del monte podemos encontrar mucha enseñanza práctica para crecer en este medio de gracia en el que a veces estamos tan rezagados.
Allá en Mateo 6:5, Jesús comienza diciendo: “Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que ya han obtenido toda su recompensa”.
Jesús comienza señalando el mal uso que algunos daban a la oración. A éstos, Jesús los califica como “hipócritas” porque estaban torciendo el asunto principal de la oración. Ellos, los hipócritas, que por la descripción que Jesús hace podemos pensar en los Fariseos, eran personas que oraban mucho.
Los fariseos eran conocidos por su rigor religioso. Eran personas de muchas disciplinas y reglas espirituales que observaban con celo. Jesús dice “Oran de pie en las sinagogas y en los lugares públicos”. Pero nos aclara lo que muchos no sabían de sus intenciones. Los hipócritas oran mucho en público y a voz en cuello porque lo que quieren es que “la gente los vea”. Cuando oraban, buscaban hacerlo lo más público y notablemente posible para que los demás tuvieran una opinión favorable y de admiración por ellos. Jesús dice, “Ya han logrado lo que buscaban…ya tienen su propia recompensa”. La gente ya los admiraba por su religiosidad, disciplina y dedicación. Si eso era lo que buscaban, lo habían conseguido.
Pero Jesús nos enseña que ese no es el propósito de la oración. El dice “no sean como ellos”. No quieran ostentar su “espiritualidad” delante de los hombres. No busquen que su audiencia en la oración sean los hombres. No busquen el reconocimiento y admiración de los hombres. Si eso es lo que buscas, en verdad te conformas con muy poco. Es algo relativamente fácil de conseguir.
Jesús nos enseña que “La oración no es ostentación”. No oramos para que la gente tenga una buena opinión de nosotros. No oramos para que la gente nos admire por nuestra profundidad espiritual. No oramos para que los demás nos vean pasar y digan: “allá se va un hombre o una mujer de oración”.
Jesús nos enseña que ganamos muy poco si eso es lo que buscamos, lo único que conseguiremos es la admiración de los demás. Pero hay algo mucho más hermoso y profundo en la oración que nos perderemos si la usamos como ostentación ante los hombres.
Muchos de nosotros somos tentados a caer en esta falta. Nos gusta el reconocimiento de los demás y tendemos a publicar a los cuatro vientos cuánto tiempo pasamos orando o leyendo nuestra Biblia. Nos gusta hablar de nuestra disciplina espiritual porque en el fondo, deseamos quedar bien ante los que nos escuchan. Quizá lo disimulemos un poco, aduciendo que se trata de dar un buen ejemplo para los que inician su relación con Dios.
Pero Jesús pone un rayo potente de luz sobre nuestros corazones y nos indica que la oración nunca es ostentación. Una buena vida de oración se verá reflejada en una sencillez, humildad, mansedumbre y gozo en nuestro trato a los demás. La verdadera comunión con Dios no se publica, se vive y se hace autoevidente.
Pero Jesús no sólo señala la falta de los “hipócritas”, sino llama nuestra atención a otro grupo de personas. En Mateo 6:7 nos dice: “Y al orar, no hablen sólo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras”.
En la Biblia, los “gentiles” son las personas que no son judíos. Es decir, todo el resto de los pueblos del mundo somos gentiles. En los tiempos de Jesús, los gentiles que vivían en su entorno eran personas que practicaban religiones paganas y politeístas. Normalmente, en estas religiones se interactuaba con los dioses falsos que adoraban por medio de rituales estrictos y precisos; por medio de oraciones preestablecidas y repetitivas.
Todo esto se hacía con la idea de que diciendo las palabras “correctas” o haciendo el ritual “correcto”, la deidad se vería forzada a contestar la oración y hacer lo que quisiera el devoto. Se pensaba que por medio de estos rituales uno podía manipular a la deidad.
Jesús nos dice: “No seas como los gentiles” que piensan que en la oración hay ciertos rituales, o palabras secretas que son la clave para manipular a Dios. Jesús nos enseña que La oración no es manipulación.
La oración se trata de algo más que sólo lograr que Dios haga lo que quiero. En la oración no hay palabras claves o secretas, posturas corporales o rituales específicos que forcen a Dios a responder mi oración como yo quiero o pienso que debe hacerlo. La oración no se trata manipular a Dios o acorralarlo de tal forma que cumpla mi capricho. Jesús nos dice que la oración no se trata de decirle a Dios: “Mira, Dios, dije las palabras correctas, tengo las postura corporal esperada, he hecho el ritual indicado y específico….tienes que cumplir tu parte….ya no tienes salida….estás obligado a hacer lo que quiero”.
Muchos tenemos la tendencia de ver la oración así. Primero, la vemos sólo como una manera de lograr que Dios haga lo que queremos; y segundo, tendemos a pensar que hay un secreto, un ritual, una clave específica para asegurar que Dios nos de lo que pedimos. Algunos usan la postura del cuerpo al orar de esta manera (“Si lo pido de rodillas, entonces, Dios me lo tendrá que dar) o bien, las palabras o el formato que siguen (“No dijo las palabras ‘en el nombre de cristo’, entonces no sirve su oración” o “no cerró los ojos, esa oración no la escucha Dios”) Es decir, usamos la forma y palabras de la oración de una manera muy ritualista pensando que con eso podemos manipular a Dios para nuestro provecho.
Pero Jesús nos aclara que la oración no es manipulación. Nos dice, “No sean como los gentiles que imaginan que pueden manipular a Dios con sus rituales y palabrerías”. Dios no necesita que oremos ni hay una manera específica de “torcerle el brazo”. De hecho, no hay necesidad de todo esto. En el mismo pasaje, Jesús nos enseña la esencia y propósito de la oración.
Jesús nos enseña a ti y a mí que La oración no es ostentación ni manipulación, sino relación con Dios. La oración se trata básicamente de comunicación íntima y cercana con el Padre. Es una oportunidad de crecer en tu relación con Dios. Es en un medio para que entres a su presencia y seas conmovido y transformado en lo más íntimo de tu ser. Y ese cambio sea evidente de dentro para afuera.
A los que tendemos a ostentar nuestra vida de oración Jesús nos dice en Mateo 6:6, “Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará”. Lo importante no es que te vea la gente sino que tengas relación íntima con el Padre. Lo importante es crecer en tu relación con el Padre que tiene ese encuentro contigo en lo íntimo. Cuando has estado a puerta cerrada con el Padre, no necesitarás publicar tu espiritualidad, será evidente a los que te rodean.
Para los que tendemos a querer manipular a Dios por medio de ver la oración ritualistamente, Jesús nos dice en Mateo 6:8 “No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan”. La oración no se trata de forzar a Dios a hacer lo que yo quiero, sino se trata de pasar tiempo con él. Después de todo, cuando oró no le estoy dando información nueva a Dios que él no conozca. Dios no necesita que ore para enterarse cuál es mi necesidad. El las conoce antes de que las presente en oración…entonces, ¿Por qué orar? Porque la oración se trata de tener relación con el Padre que nos ama y nos conoce como nadie más. No tengo por qué intentar manipularlo, pues es mi Padre celestial que usa nuestro tiempo de oración para relacionarse con nosotros. La oración no es ostentación ni manipulación, sino relación con Dios.
Jesús, nuestro maestro, no sólo nos enseña acerca de la esencia de la oración (relación con Dios), sino lo mostró viviéndolo. El no era pecador como nosotros, él tenía el agrado de Padre, él era la persona más plena y segura que ha pisado la tierra. Podríamos pensar que él no necesitaba orar. Sin embargo, los evangelios dan testimonio que de manera regular tomaba tiempo diariamente para estar a solas comunicándose con el Padre, mostrándonos así que la oración no se trata de ostentar una espiritualidad o de intentar manipular a Dios para que haga lo que queremos, sino de pasar tiempo en relación con el Padre celestial que tiene este íntimo encuentro con nosotros y conoce nuestras necesidades antes de que las pidamos.
Por su vida, muerte y resurrección, Jesucristo no sólo nos enseña acerca de la oración, sino nos habilita para poder también nosotros disfrutar de esa relación con Dios por medio de la oración. Si confiamos en él y llegamos al Padre por medio de él, podemos dejar de la ostentación y la manipulación y comenzar a encontrarnos con el Padre en una deleitosa comunión.
Por eso dijimos que hay buenas noticias para todos los que luchamos con un desgano, indisciplina o falta de interés por la oración. Dejemos de verla como lo que no es y comencemos a concentrarnos en encontrarnos con el Padre que nos ama.
Así que si tienes la tentación de hablar de tu vida espiritual con cierto matiz de presunción, frena tus labios y concéntrate en lo que realmente importa: en la relación íntima con el Padre Celestial. Tu comunión con Dios será evidente al salir de tu cuarto sin necesidad de publicarla, por haber estado a solas con el Padre.
Si tiendes a ver la oración sólo como un deber cristiano, pero no sueles gozarte en ella, comienza a verla por lo que es: una oportunidad de conocer y experimentar crecimiento en tu relación con Dios.
Si en la oración tiendes a concentrarte en lo que puedes obtener de Dios, recuerda que lo más importante de la oración no es lo que puedes lograr que Dios haga por ti, sino fortalecer una sólida relación con el Padre celestial.
Si sueles pensar que Dios no escuchará porque no tienes experiencia orando o no sabes qué y cómo decirlo, y esto te desanima a orar con regularidad, recuerda que la oración no se trata de palabras claves o rituales especificados, sino de gozar de una relación rica y abundante con Dios. Así que deja ese temor y comienza a hablar con tu Padre en la intimidad de una relación de comunión.
La oración no es ostentación ni manipulación, sino relación con Dios. Esta verdad puede revolucionar nuestra comunicación con Dios. La oración para ti y para mí puede dejar de ser una carga y comenzar a ser una bendición. Esto es, cuando realmente oremos buscando crecer en nuestra relación con el Padre ante quien vivimos y somos, y que nos conoce y ama, y tiene a bien encontrarse con nosotros cuando humildemente le buscamos a puerta cerrada y con el corazón dispuesto a conocerle y vivir para su gloria.