El Calor de las Circunstancias 11/02/09
Éxodo 17:1-7
Intro: Hay dos meses en el año que de manera natural se prestan para iniciar cosas nuevas. Me parece que son los meses de septiembre (sobre todo para los que estudian o tiene hijos que estudian) y el otro más general es el mes de enero. Por eso, nos pareció que el mes de enero era muy apropiado para hablar de cambios. Todos tenemos algo que deseamos cambiar en nuestro carácter, en nuestra manera de ser, en nuestra manera de llevarnos con los demás. En fin, todos queremos experimentar cambios positivos en nuestras vidas.
Precisamente, para hablar de los cambios, desde la perspectiva de la Escritura, estamos usando una metáfora bíblica muy interesante: La metáfora bíblica de los árboles. La Biblia usa la metáfora de los árboles para hacer referencia a la vida de las personas. La vida de las personas es comparada con dos tipos de plantas. Una zarza o arbusto seco que no tiene hojas ni florece en contraste con un árbol siempre verde y frondoso, lleno de frutos. En esa metáfora bíblica hay un ingrediente que también entra a colación: el sol o el calor.
El sol o el calor es todo lo que trae algún tipo de tensión, presión o prueba a la persona. Son las circunstancias o entorno en el que se desarrolla la persona. Estas circunstancias pueden ser percibidas como buenas o como malas, pero igual la persona toma decisiones y acciones respecto a ellas.
Por ejemplo, ese contexto en el que la persona de desarrolla, esas circunstancias o calor del que estamos hablando puede ser, básicamente, cualquier cosa: la situación económica, un jefe petulante, un cónyuge egoísta, el hambre, el clima, unos hijos ruidosos, un maestro estricto, un compañero de escuela presumido, un neumático ponchado, una enfermedad Terminal, la pérdida de un ser querido, una televisión que está fallando, un aumento de salario, un cumpleaños, una cena romántica…en fin cualquier situación en la que tomamos decisiones, interactuamos, hablamos y actuamos. Estas circunstancias, como dijimos, pueden percibirse como buenas o malas por la persona, pero igual nos afectan de algún modo.
Esta es una realidad, todos vivimos en algún tipo de circunstancia. En este mismo momento, estoy seguro que tienes en mente circunstancias por las que estás pasando y respecto a las cuales estás tomando decisiones, estás hablando y actuando. Todos nos movemos y somos en el contexto de las circunstancias. A veces nos sentimos tensionados, presionados, asfixiados o aprisionados por las circunstancias y es allí cuando comienzan los problemas.
Cuando el calor de las circunstancias aprieta, tensiona, asfixia nuestras vidas comenzamos a creer que tales circunstancias nos dan derecho de actuar como pensamos que corresponde a esas circunstancias, siguiendo un consejo necio, en vez de confiar en la Palabra de Dios. Nos sentimos justificados para actuar, hablar y pensar en maneras pecaminosas porque las circunstancias son difíciles. Comenzamos a explicar nuestras respuestas o reacciones poniendo como causa de nuestra conducta a las circunstancias.
Seguramente lo has escuchado o tú mismo has dicho o hecho algo parecido a esto:
• Le tuve que contestar ásperamente, porque llegó gritando y ofendiéndome.
• Ella sabe que eso me molesta y lo seguía haciendo, así que no tuve más remedio que tratarla mal.
• Si mis padres no fueran tan estrictos, yo no les tendría que mentir tanto para poder salir con mis amigos.
• ¡Ni modos! Tuve que hacerlo, porque para avanzar hay que hacer trampa. Así se manejan las cosas en este país.
• Es que el niño está cansado, no durmió en la tarde, por eso está siendo grosero y anda pateando a los demás niños.
• Es que si no como a mi hora, me convierto en el ogro verde.
• Y demás casos similares
Lo que tienen en común todos estos ejemplos es que explican, justifican, o ven la causa de la conducta en las circunstancias. Se asume que la persona es básicamente pasiva y bastante buena. Se cree que si no fuera por las circunstancias, (las otras personas, las situaciones difíciles a las que se enfrenta), la persona no tendría que responder como lo hace, no actuaría como lo hace, no hablaría como lo hace. Son las circunstancias las que causan o forzan a la persona a hablar o actuar de una u otra manera. Es decir, el sol o el calor es la causa del fruto malo.
Si bien es cierto que las circunstancias son importantes e influyentes, (y no queremos menoscabar la realidad del sufrimiento que infligen y el daño que experimentamos), sin embargo, al considerar la enseñanza bíblica concluimos que la Escritura explica las cosas de una manera distinta a como nosotros solemos explicarlas. La Biblia nos enseña que Las circunstancias NO causan la conducta, sólo revelan tu CORAZÓN.
Si quieres entender por qué haces lo que haces y cómo cambiar perdurablemente aquellas cosas que no agradan a Dios, no debes estar buscando fuera de ti para encontrar la causa o razón de eso que quieres cambiar, sino debes mirar adentro. Las circunstancias son sólo el contexto, al ambiente, la situación donde el corazón revela su verdadera lealtad, su verdadero color, su verdadera fe.
El calor de las circunstancias aprieta el corazón y el fruto que sale es el reflejo, no de las circunstancias, sino del corazón. Porque las circunstancias no causan la conducta, sólo revelan tu corazón. La próxima semana hablaremos más como funciona el corazón para guiar la vida; pero hoy queremos enfocarnos en esta verdad bíblica respecto a las circunstancias.
La Biblia abunda en casos que ilustran esta verdad central, pero en particular hoy me gustaría que consideremos juntos el caso registrado en Éxodo 17:1-7.
En Éxodo 17 encontramos al pueblo de Israel después de haber salido libres de la esclavitud que tenían en Egipto, gracias a la poderosa mano de Dios que envió plagas al faraón para que dejara ir a Su pueblo. Habían cruzado ya el mar rojo y Dios ya estaba haciendo entregas diarias del maná (o e pan del cielo) que caía todos los días para que ellos lo recogieran. Dios había mostrado su poder, protección y sustento para ellos todos los días. Pero llegan a un lugar desértico llamado Refidín y el versículo 1 nos dice que “no había allí agua para que bebieran”
Los israelitas se enfrentan ante una circunstancia difícil (y el calor comenzó apretar); no había agua y respondieron a estas circunstancias así: (v.2-3) “así que altercaron con Moisés. —Danos agua para beber —le exigieron. —¿Por qué pelean conmigo? —se defendió Moisés—. ¿Por qué provocan al SEÑOR? Pero los israelitas estaban sedientos, y murmuraron contra Moisés. —¿Para qué nos sacaste de Egipto? —reclamaban—. ¿Sólo para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?
¿Era difícil su situación? ¡Claro! ¡Nadie niega eso! ¿Fue correcto quejarse, murmurar, desconfiar, amenazar y casi apedrear a Moisés? ¡No! ¿La sed causó esos pecados? Nuestra tendencia moderna sería decir “sí”, pero la enseñanza bíblica es distinta.
Nos dice la Biblia en los versículos 4 al 6, que Moisés clama al Señor y Dios le dice que en compañía de los ancianos de Israel caminarán hacia una roca que estaba en el monte Horeb. Allí Moisés debía tomar su vara y golpear la roca y de esas peña saldría agua para todo el pueblo. Efectivamente, Moisés lo hizo y el pueblo pudo saciar su necesidad.
Pero el versículo 7 nos aclara un poco más el fondo de este asunto. Nos dice: Además, a ese lugar lo llamó Masá (Prueba o provocación) y también Meribá (altercado), porque los israelitas habían altercado con él y provocado al SEÑOR al decir: «¿Está o no está el SEÑOR entre nosotros?»
Este versículo nos muestra el problema de raíz o el fondo del asunto. Nos muestra de donde surgieron esos reclamos, murmuraciones, quejas y deseos de homicidio. No fue de la sed que experimentaban, eso sólo fue el contexto o el entorno o la ocasión. El asunto de fondo de donde provinieron todos esos pecados estaba dentro de ellos mismos. Estaba en lo que creían de Dios y lo que deseaban de Dios. Es decir, el problema real no estaba en sus circunstancias, sino en su corazón (en lo que creían y deseaban).
En sus corazones ellos murmuraron contra Dios porque dejaron de confiar en Dios. Notemos la pregunta que se hacen a manera de reclamo: ¿Está o no está Dios con nosotros? ¿Este Dios es digno de confianza si nos tiene en un lugar donde no hay agua? ¿Será “bueno” un Dios así si nos tiene con sed? ¿Será que debamos hacer lo que dice un Dios que permite que suframos? ¿Será que debemos seguir confiando en este Dios?
Las circunstancias no causaron su conducta sino fueron el contexto en el que se reveló el verdadero color de su corazón. Era un color de desconfianza, de duda, de amor a sí mismos, de ingratitud e incredulidad. El calor de las circunstancias apretaron de tal forma sus corazones que sus verdaderas e íntimas creencias y deseos fueron expresados en forma de palabras, actitudes y acciones pecaminosos. Moisés evaluó el proceder del pueblo como Masá (provocación) y Meribá (Altercado). Porque habían tenido un corazón rebelde, incrédulo y desconfiado contra Dios que tanto había hecho por ellos.
Las circunstancias, (en este caso la falta de agua) no fue lo que causó los frutos (acciones y palabras) que mostraron. Las circunstancias fueron ese calor, esa presión, esa tensión que apretó sus corazones lo suficiente como para que revelaran su verdadero contenido, mostraran la realidad interna oculta a simple vista. Porque las circunstancias no causan la conducta, sólo revelan tu corazón.
Este es sólo un ejemplo de esta revolucionaria verdad. La Biblia abunda de esta enseñanza. Los personajes bíblicos que agradaron a Dios trascendieron a sus circunstancias. Su conducta no fue determinada por sus circunstancias, sino por lo que creían de Dios. A pesar de enfrentarse a persecución, desolación, enfermedad, exilio, ruina económica, inmoralidad social, etc. ellos vivieron de acuerdo con lo que creían de Dios y regularon su vida de acuerdo con lo que Dios deseaba de ellos en esas circunstancias. Así podemos hablar de José, Daniel, Habacuc, El apóstol Pablo, por mencionar sólo algunos.
Aunque todos estos personajes bíblicos son de gran ejemplo para nosotros, nadie se compara con el ejemplo de ejemplos: con el Señor Jesucristo. Porque Jesús no sólo es un ejemplo más, sino que por su vida, muerte y resurrección, habilita por su gracia, a todos los que se identifican con él, a todos los que están en una relación creciente con él, los habilita para poder seguir sus pisadas.
Si reconocemos que necesitamos cambios en nuestras vidas, Jesús es el experto en la transformación perdurable. Jesús es el experto en el cambio de corazón. Y Jesús no rigió su vida por las circunstancias que le rodearon, sino por las verdades de Dios que gobernaban su corazón.
Mira lo que dice el apóstol Pedro acerca de Jesús y nosotros en 1 Pedro 2:21-24: Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos. «Él no cometió ningún pecado, ni hubo engaño en su boca.» Cuando proferían insultos contra él, no replicaba con insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se entregaba a aquel que juzga con justicia. Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia.
Mira como respondió Cristo a sus circunstancias, cuando lo insultaban, no insultaba (al contrario, pidió perdón por los que lo estaban crucificando). Cuando lo amenazaban, no respondía de la misma manera pagando mala por mal, sino bien por mal. Las circunstancias no determinaron la conducta de Jesús, sino en esas circunstancias él mostró lo que había en su corazón: gracia, perdón, misericordia, amor, y el propósito de glorificar a Su Padre.
¡Estas son buenas noticias para nosotros! Para nosotros que hemos creído por años la mentira de que nuestro entorno o nuestras circunstancias son la causa de nuestras palabras, acciones y actitudes. Cristo nos muestra y asegura que podemos vivir de otra manera; nos habilita, por su gracia, a vivir vidas que trasciendan las circunstancias y honren a Dios.
Por eso, si las circunstancias no son la causa de la conducta y sólo revelan tu corazón, confiando en el amor de Dios, confiando en el poder de Dios, te animo a aplicar esta verdad a tu vida:
1. Deja de desesperarte por cambiar las circunstancias
Cuando estamos siendo sofocados por el calor (por las circunstancias) nuestro primer pensamiento es querer cambiar inmediata y desesperadamente nuestras circunstancias. Queremos terminar la relación, abandonar ese trabajo, cambiarnos de escuela, salirnos de esa casa, encontrar la cura a esa enfermedad, etc
No estamos diciendo que no cambies esas circunstancias que estés convencido que es necesario y posible cambiar. Lo que estamos diciendo es que no te enfoques en cambiar sólo las circunstancias ni te desesperes por aquellas que no cambian. Porque la realidad es que hay circunstancias que nunca cambiarán. Tendrás que vivir con ellas el resto de tu vida. Y está bien…porque por la gracia de Cristo, puedes ir más allá de tus circunstancias y agradar a Dios a pesar de tus circunstancias.
2. Deja de condicionar tu cambio a las circunstancias
Todos tenemos algo que cambiar. Todos tenemos áreas de nuestras vidas que necesitamos entregar a Cristo para experimentar un cambio de corazón. Pero muchas veces, en vez de enfocarnos en esos cambios en nuestras palabras, acciones y actitudes, comenzamos a condicionar ese cambio a un cambio de circunstancias.
Por ejemplo alguien dirá: “Yo voy a ser un mejor marido, cuando mi esposa comience a respetarme”. Otro más dirá: “Obedeceré a mis padres, cuando ellos comiencen a dar instrucciones más sabias”. Otro más dirá: “¡Qué cambie él primero! ¿Por qué tengo que ser yo siempre la que de su brazo a torcer primero?”
Dejemos de condicionar nuestro cambio necesario a las circunstancias. Somos responsables de nuestros actos, palabras y actitudes delante de Dios y daremos cuenta de nuestras vidas, no de la de los demás.
3. Deja de vivir con una mentalidad de víctima
Quizá has sido víctima del pecado o malas acciones de otra persona. Nadie minimiza este hecho. Esas personas no debieron haber hecho tales cosas en tu contra. Estuvo mal y darán cuentas a Dios por ello. Pero si bien no somos responsables por aquellas cosas malas que nos hicieron, sí somos responsables por todo lo que dijimos, hicimos y pensamos después de haber sido víctimas de esos pecados.
No justifiquemos nuestro pecado por el pecado que otros han cometido en nuestra contra. Lo malo que otros han hecho en nuestra contra no es la causa de nuestras palabras, acciones y actitudes. Esas palabras, acciones y actitudes no vienen de las circunstancias, sino de lo que hay en nuestro corazón. Vivamos cada momento de acuerdo con lo que Dios pide de nosotros, no de acuerdo con las acciones de las personas que nos rodean y de las situaciones en las que nos vemos envueltos.
4. Enfócate en un cambio de corazón
Realmente lo que necesita cambiar con urgencia no son necesariamente las circunstancias, sino lo que crees y deseas en esas circunstancias, lo que atesoras y anhelas en esa situación, lo que buscas y te mueve en esa relación. Necesitamos un cambio de corazón.
Si las circunstancias no determinan nuestra conducta, sino sólo ponen de manifiesto lo que hay en nuestro corazón, entonces, necesitamos rogarle a Dios como el salmista: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí”
Conclusión: Para ser ese árbol frondoso que da su fruto a tiempo y su hoja no cae, tenemos que confiar en el amor de Dios manifestado en la obra de Jesucristo que nos muestra que las circunstancias no causan nuestra conducta sino sólo revelan nuestro corazón. Que tu corazón y mi corazón estén siendo nutridos y siendo dependientes del torrente de amor y poder que vienen de una relación creciente y real con el Señor Jesús que nos ama y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.