Termina lo que empieces
Intro: Este mes estamos hablando de la importancia de la responsabilidad. Creo que todos estamos de acuerdo que ser responsable es algo muy bueno. Cuando no eres responsable te afectas tú mismo y también afectas a los que te rodean.
Un aspecto importante de lo que implica ser responsable es “terminar aquello que has empezado”. Si no terminas lo que has empezado a la larga te perjudicas a ti mismo.
Ilustra: Recuerdo que siendo niño le dije a mi papá que quería aprender a tocar acordeón. No recuerdo cuánto lo pedí o cómo lo pedí, pero todavía puedo recordar el día que mi papá descendió del avión de un viaje que había hecho al Distrito Federal, trayendo un maletín grande color vino. Recuerdo que me dijo: “esto lo traje para ti”. Y allí estaba...un acordeón azul hecho en Brasil. Comenzaron mis clases. Mi profesor fue don Francisco Zapata (padre del pastor aarón Zapata y la hermana Miriam). Me comencé a dar cuenta que esto del acordeón no era cosa fácil. Había que abrir con fuerza el fuelle y había que practicar bastante para poder tocar bien. Para no hacerles larga la historia, después de un tiempo abandoné las clases de acordeón, y este instrumento comenzó a quedar arrumbado y empolvado Hasta el día de hoy desconozco su paradero. Lo que sí se, es que a larga, por no haber concluido lo que empecé el perjudicado fui yo, porque perdí la oportunidad de tocar un instrumento musical. Quizá hubiera llegado a tocar con “Julieta Venegas”....¿quien sabe? ¿verdad?
Pero la verdad es que cuando no terminas lo que empiezas no sólo te perjudicas a ti mismo, sino también perjudicas a los demás.
Ilustra: Siendo ya un joven como de dieciséis o diecisiete años anuncie en la iglesia que iba a dar clases de guitarra para todos los que quisieran los domingos por la tarde. Varias personas se animaron, inclusive algunos compraron sus guitarras. Las clases comenzaron y estaba muy animado. Los domingos fueron transcurriendo y cada vez se hacía más pesado para mí. Porque iba a la iglesia en la mañana y luego tenía que regresar temprano, antes del culto de la noche, para dar mi clase de guitarra. A rastras llegué a la época de vacaciones de verano y suspendí las clases por las vacaciones. Pero el problema fue que nunca más reabrí las clases. Debo confesar que nunca pensé cómo había afectado a las personas que estaban animadas a tomar las clases y habían comprado sus guitarras. Cuando no terminas lo que has empezado te afectas tú mismo y también afectas a los que te rodean.
Seguramente, en tu vida también puedes recordar cosas que dejaste irresponsablemente inconclusas. Y estoy seguro que también como yo estás avergonzado por el daño que hiciste a las personas que te rodeaban en aquel entonces y el daño que te hiciste a ti mismo. Quizá piensas si pudiera regresar el tiempo haría las cosas de manera diferente. Como vemos tanto ustedes como yo, necesitamos ser responsables terminando lo que empezamos porque al no hacerlo nos dañamos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
Pienso que estas dos razones serían suficientes para ser responsables en terminar aquello que hemos empezado, pero la Biblia nos da un marco de referencia aun más grande e importante para cumplir terminando lo que empezamos. Esta razón o verdad espiritual la encontramos en varios pasajes de la Biblia, pero la vemos de una manera histórica o anecdótica en el libro de Nehemías.
Recordemos que el año 586 AC, Jerusalén fue arrasada por los Babilonios y los conquistadores llevaron cautivos a varias personas judías a Babilonia. Jerusalén quedó reducida a escombros. El templo, las murallas que rodeaban la ciudad quedaron en ruinas.
Pero los Babilonios, con el tiempo, fueron conquistados por los Persas. El gran emperador Ciro el año 538 antes de Cristo hizo un decreto el que se declaraba que todos los judíos tenían permiso de regresar a Jerusalén para reedificar el templo de Dios. Y así hubo una primera oleada de judíos que fueron y con muchos trabajos y oposición de los enemigos lograron reconstruir el templo. Pero la muralla que rodeaba la ciudad quedó inconclusa.
El tiempo pasó y la gente se comenzó a acostumbrar a vivir así entre los escombros de la muralla. Acaso no te ha pasado así alguna vez, que de tanto vivir en medio de un desorden, te deja de importar el desorden en el que vives. Ilustra: Cuando estudiaba en el seminario en Orlando, un departamento cercano al nuestro vivía era rentado por tres solteros. A veces iba a visitarlos y me llamaba mucho la atención la pila de platos que siempre había en la cocina, las migajas de pan que había siempre sobre la mesa, lo sucio que siempre se encontraba el baño...y lo peor de todo que ellos ya no les importaba vivir así. Cuando vives demasiado tiempo en una condición, llega el momento que ya no te importa cómo se ve o las condiciones en las que vives.
Eso le había pasado al pueblo de Dios. Llegaron con mucho ánimo y reconstruyeron el templo, pero no concluyeron toda la obra. Porque la obra completa incluía las murallas y las puertas de la ciudad. Pero se acostumbraron a vivir en medio de ruinas.
Pasaron más de 60 años viviendo así hasta que un día, un judío hombre llamado Nehemías, coopero del rey artajerjes, allí en una ciudad lejana llamada Susa escuchó la condición en la que vivía el pueblo de Dios y se sintió muy triste por esto. Oró, confesó el pecado de su pueblo y se preparó para pedir al rey algo grande. El quería permiso del hombre más poderoso sobre la tierra en ese entonces para que hiciera algo por Jerusalén. El rey le concede todo lo que le pide porque la mano de Dios estaba sobre Nehemías.
Y así es como llega Nehemías a Jerusalén. Y es así como nos enteramos, por sus propias palabras, de lo que ocurrió.
Versículo 15 y 16: “Y subí de noche por el torrente y observé el muro, y di la vuelta y entré por la puerta del Valle, y me volví. Y no sabían los oficiales a dónde yo había ido, ni qué había hecho; ni hasta entonces lo había declarado yo a los judíos y sacerdotes, ni a los nobles y oficiales, ni a los demás que hacían la obra.”
Al llegar a Jerusalén, Nehemías hace un recorrido nocturno alrededor de la ciudad. Hace una estimación de los daños y el trabajo que se requeriría para lograr levantar las murallas y concluir el trabajo iniciado hacía ya más de 60 años. Pero aun no le había comentado nada a nadie hasta ese momento cuando les dice lo siguiente.
V. 17-18 “Les dije, pues: Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego; venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio. Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien”
Nehemías por fin habla con la gente de Jerusalén. Con la gente que se había acostumbrado a vivir en medio de ruinas y no les importaba ya terminar lo que habían comenzado. El les dice está mal como estamos viviendo. Está mal que vivimos teniendo inconclusa una tarea encomendada por Dios. Está mal que vivamos como si nada pasara y las murallas y las puertas de la ciudad están derrumbadas. ¡Hay que hacer algo! ¡Vamos a reedificar el muro y las puertas! Y luego les dice la razón: “¡y ya no estemos más en oprobio!” Ya no estemos más siendo la burla de los demás pueblos que no conocen a Dios. Ya no estemos dando este tan mal testimonio de quienes y de nuestro Dios. Ya no estemos poniendo en juego la reputación de nuestro Dios.
Nehemías, como todos los judíos sabían, que lo que ellos hicieran o dejaran de hacer afectaba en primer lugar, la reputación de Dios. Nehemías les dice “Ya no estemos poniendo tan mal a Dios ni un minuto más”.
Debían reconstruir la muralla, no sólo porque sería bueno para ellos por comodidad y seguridad, sino porque más allá de ellos estaba en entredicho la reputación del gran Dios que los había hecho volver de entre todas las naciones en las que estaban dispersos. La reputación de Dios estaba en juego con esa muralla derrumbada.
Ellos lo entendieron inmediatamente y dijeron: v.18b: “Levantémonos y edifiquemos”. Así esforzaron sus manos para bien, para lo que es bueno, para lo que trae gloria a Dios.
Como vemos hermanos, debemos ser responsables terminando lo que empezamos porque es bueno para nosotros mismos; porque beneficiamos a los que nos rodean, pero sobre todo y por encima de todo, debemos ser responsable, terminando lo que hemos empezado porque la reputación de Dios está en juego con nuestras acciones. Por eso decimos a todos los que estamos en una relación creciente con Cristo, “Termínalo, la reputación de Dios está en juego”.
No pienses que es una exageración. ¡Es la verdad! Si no terminas lo que empezaste, puesto que estás tan identificado con Cristo, las personas a tu alrededor acabarán hablando mal de Dios. Comenzaran diciendo como “¡Qué barbaridad este joven!...etc. Pero terminaran con “De nada le sirve ir a esa iglesia a la que va” “No que está muy cerca de Dios” “Así son todos los cristianos” y cosas semejantes. Como vemos, no se trata de que hablen mal de nosotros (pues en algunos casos bien merecido lo tenemos); el verdadero problema es que acabarán hablando mal de Cristo y de su Iglesia. Por eso “Termínalo, la reputación de Dios está en juego”.
Este sentir tuvo nuestro Señor y Rey Jesucristo. El le dijo al Padre: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). Gracias a que él no buscó su comodidad o lo que más le convenía, sino concluyó la obra encomendada por el Padre es que podemos estar aquí. El vivió en obediencia perfecta, murió y resucitó al tercer día y subió al cielo para ser coronado Reye de reyes y Señor de señores. Él terminó la obra que inició porque sabía que la honra y gloria del Padre estaba en Juego con sus acciones. El glorificó al Padre terminando lo que había iniciado. Por su gracia, derramada sobre todo aquel que tiene una relación creciente con Él, podemos ahora dar esos pasos de acción que nos lleven a terminar aquello que hemos dejado inconcluso porque algo más que nuestra comodidad o futuro están en juego, sino está en juego, la honra, la reputación, el buen nombre de nuestro Señor.
Quizá joven has suspendido tus estudios por razones que sabes que no son justificables. Te animo que retomes lo que dejaste inconcluso.
Quizá hermano comenzaste a hacer una buena acción por alguien más, pero por razones inexcusables has dejado de hacerlo. Es tiempo de levantarte y recomenzar lo suspendido.
Quizá iniciaste un buen proyecto de ministerio pero te desanimaste en el camino, hoy es tiempo de terminar lo que empezaste.
Quizá te comprometiste a realizar un trabajo y lo has abandonado, la gente está esperando que cumplas y tu no quieres ni siquiera pensar en ello. La reputación de Dios está en juego, levántate y termínalo.
Quizá iniciaste a hacer tu devocional “A solas con Dios” o comenzaste a hacer un devocional familiar pero por negligencia o desidia lo has abandonado, por la gracia del Cristo puedes levantarte y reedificar ese tiempo perdido. Puedes terminar lo que has iniciado.
En fin, cuando pensemos en ser responsables en terminar lo que hemos iniciado, no sólo pensemos en cómo la irresponsabilidad nos perjudica a nosotros o a los que nos rodean, sino pensemos también en cómo nuestra irresponsabilidad pone en juego la honra, la gloria, la reputación de Cristo y de su iglesia y termínalo. El es glorificado cuando tu y yo somos responsables. Es exaltado cuando terminamos las cosas buenas que hemos iniciado. Cuando concluimos las obras buenas que hemos iniciado su fama crece y su nombre es alabado. Para esto hemos sido constituidos sus hijos: para honrar a nuestro Dios y vivir para Su gloria.