Jesús es nuestra Paz 16/12/07
2 Corintios 5:18-21
Intro: ¿Te das cuenta qué tan fácil es terminar con la paz en nuestras vidas? Sí, me refiero a ese estado de armonía, concordia, satisfacción, plenitud, tranquilidad que anhelamos en nuestras vidas y relaciones. Es tan fácil acabar con la paz, por ejemplo, en tu matrimonio:
1. Señores. se suben al automóvil un tanto apurados para llegar a esa junta importante y ven el marcador del tanque de gasolina más allá de la marca roja…completamente vacío. Piensas: “Cuántas veces le dije a mi esposa que llenara el tanque ayer antes de llegar a la casa, siempre hace lo mismo” Y estás listo para soltar el primer misil atómico.
2. Señora, pasa por la mesa del pasillo o al borde de la escalera y ve la pila de ropa limpia y doblada que dejó allí hace dos horas. Su esposo ha pasado junto a esa ropa como diez veces en las últimas dos horas y no ha sido capaz de llevarlas a su lugar. Al verlo pasar una vez más por allí y no tener la iniciativa, usted ya comienza a dar la orden para que despegue del portaviones el cazabombardero f14
Es tan fácil acabar con la paz, por ejemplo, en las relaciones con tus padres o tus hijos.
1. Papá o mamá, ustedes han establecido la regla “cuando llegues de la escuela no me dejes la mochila o los zapatos debajo de la mesa”, al rato encuentras la mochila, los zapatos y hasta basuritas de lápices tajados y papeles arrugados debajo de la mesa; es cuando te gustaría que Rambo existiera para enviarlo al frente de batalla.
2. Hijos, mamá o papá ya les regañó por fallar de nuevo en su obediencia. El sermón estuvo bastante largo. No obstante, en la noche se vuelve a dar la oportunidad y papá o mamá sacan de nuevo el tema y continúan con la segunda parte del sermoneo, y sabes que cuando mamá o papá empiezan se parecen a la guerra de la Galaxias…el sermón tendrá como 6 episodios. Y en cada uno de ellos ya estás enviando al primer regimiento de infantería.
Y podríamos seguir dando ejemplos. También se pierde fácilmente la paz en las relaciones obrero-patronales, con los vecinos, entre las instituciones, entre los gobiernos, entre los estados, entre los países…la paz parece ser algo tan frágil, tan fácil de acabarse. Ese espíritu belicoso, pleitista, divisivo, conflictivo, nos viene con mucha facilidad.
¿Sabes por qué no es tan fácil perder la paz? Porque como raza tenemos un problema de raíz que da origen, de una u otra manera, a todos los demás problemas y discordias en las relaciones. Se trata también de otro problema relacionado con la paz, pero se trata de la paz con Dios.
Dios creó a los seres humanos para vivir con El en una completa armonía, concordia, y plenitud. Al estar en paz con Dios, el ser humano tendría paz el uno con el otro, porque es imposible amar a Dios perfectamente y con todo el corazón y odiar al hermano. Así fuimos creados para vivir en paz con Dios y los hombres. Pero lamentablemente, hubo un día en la historia en el que nuestra relación con Dios cambió y la realidad que hoy vivimos tuvo su origen en ese día aciago.
Nos relata el libro de Génesis que Adán y Eva, nuestros primeros padres, en el huerto del Edén decidieron vivir en independencia de Dios; decidieron vivir separados de Dios, y de hecho en contra de Dios. Ese día, como raza, nos constituimos en enemigos de Dios. Desde ese día estuvimos en una guerra contra Dios.
Pero la implicación de esta ruptura de la paz con Dios, se reflejo de inmediato en la ruptura de la paz a todo nivel del cosmos. Entre los seres humanos entre sí, entre los seres humanos y la creación, del ser humano consigo mismo…en fin, caímos en un estado y una tendencia hacia el conflicto, la discordia, la intranquilidad, el complot, la guerra en vez de la paz. La pérdida de la paz entre nosotros, tiene su origen en la pérdida de la paz con Dios.
Desde entonces, vivir entre nosotros en paz o en armonía ha sido un verdadero esfuerzo descomunal. En su afán por lograr la paz, los seres humanos han propuesto varias maneras de buscarla y conservarla. En la historia humana, vemos que los pueblos han practicado estrategias para resolver las guerras y conflictos. Por ejemplo,
Paz por Imposición
Esta se da cuando un bando del conflicto vence o conquista al otro e impone las condiciones de la paz. Por ejemplo, La guerra del golfo pérsico, cuando Irak invadió Kuwait, y una coalición de países del mundo atacaron a Irak. Hubo paz porque Irak perdió la guerra y se retiró de Kuwait.
Paz por Negociación
Cuando las partes en conflicto entran a un estira y encoge, y van cediendo en sus posturas iniciales para llegar a un punto de acuerdo. La culminación de la guerra de independencia de los Estados Unidos es un ejemplo de este tipo de paz. Llegaron a un acuerdo en 1783 en el tratado de Versalles o de París firmado por el representante del Rey Jorge III y representantes de las 13 colonias, entre ellos Benjamín Franklin. La guerra se podía seguir prolongando, pero se sentaron y negociaron la paz y así terminó el conflicto armado.
Estos son esfuerzos humanos por buscar la paz y la concordia a nivel mundial e inclusive personal. Tienen su valor, pero no pudieron resolver nuestra más grande necesidad de paz…la paz con Dios. Entonces, Dios introdujo un nuevo concepto nunca visto ni practicado antes en la historia humana. No hay ningún referente humano para este tipo de paz.
Paz por Amor
Este tipo de paz se logra cuando el ofendido, el agraviado, el traicionado, tiene la iniciativa y lo sacrifica todo, en un acto de misericordia hacia el ofensor, el perpetrador, el traidor, el enemigo, con tal restablecer la paz entre los dos. Este es el tipo de paz que Dios decidió traernos en la persona de Jesucristo a quien celebramos en estas fechas. Jesús es nuestra paz por amor.
El apóstol pablo en 2 Corintios 5:18-21 dice:
18 Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: 19 esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación.20 Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.»21 Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios.
El versículo 19 nos dice “que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo”. Esto es maravilloso. Nosotros los que éramos enemigos declarados de Dios, los que no queríamos nada con Dios, recibimos un regalo nacido en Belén. Un niño que traía la paz con Dios. Dios mandó lo más preciado, su hijo amado al campamento enemigo para buscar la paz. Esa es paz por amor.
Luego, el versículo 21 nos dice, “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” Dios, tomando la iniciativa y sacrificándolo todo, en una acto de misericordia hacia nosotros sus ofensores y enemigos, envía a este niño para morir. Lo envía para que sustituyera a sus enemigos en el castigo por su rebelión. Lo envía para ser tratado como pecador, siendo justo y santo, para que así la deuda fuera pagada y los pecados fueran perdonados, y los enemigos jurados de Dios pudieran volverse parte de su familia, adoptados como herederos y coherederos juntamente con Cristo. Esto es paz por amor.
Dios tomó la iniciativa y lo sacrificó todo para que sus enemigos lleguen a ser sus hijos. Sólo Jesús trae paz verdadera con Dios. El origen de todos nuestros problemas relacionales humanos tiene su solución en Jesucristo. Esa intranquilidad, esa falta de armonía, esa falta de concordia con tu entorno, tiene su origen en una enemistad con Dios. Precisamente eso vino a cambiar Jesús. Jesús es nuestra paz. El trae verdadera reconciliación con Dios. Dios reconcilió en Cristo todas las cosas consigo mismo. Estas sí que son buenas noticias.
Ahora bien, aquellos que han sido objeto de la paz por el amor de Dios; aquellos que están en una relación creciente con Cristo, aquellos que han sido reconciliados con Dios en Cristo por la gracia de Dios, son afectados en la naturaleza misma de su ser y en el propósito su vidas. Estar en paz con Dios por la obra y amor de Jesucristo te convierte en un embajador de la paz, te convierte en un pacificador.
Dice Pablo en el versículo 20, “Encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.»” La paz con Dios nos convierte en pacificadores. Somos embajadores de Cristo que promueven, que ruegan, que exhortan, que dan el ejemplo, que viven buscando la paz entre los hombres y Dios, y por ende, entre las personas entre sí.
Estar en paz con Dios por medio de Cristo nos vuelve personas activas en la búsqueda de la paz. Personas que sigamos el ejemplo de Dios, que tomó la iniciativa y lo sacrificó todo por sus enemigos para reconciliarnos con él. Personas que estén listas a arrepentirse de sus pecados haca los demás, personas que confiesen sus faltas, que pidan perdón y también que perdonen de todo corazón. Si estamos en paz con Dios, podemos estar en paz con los demás. Jesús es nuestra paz, y Sólo él trae paz verdadera con Dios y los demás.
Ilustra: Esta semana ha sido muy hermosa pero muy intensa. Hemos tenido familia visitando en la casa y esto ha implicado momentos muy agradables, pero sí un poco más de trabajo sobre todo para mi esposa (lo cual nunca ha sido un problema para ella). El jueves adelantamos nuestra cena familiar navideña porque con estos familiares no podremos compartir la cena de noche buena. Después de toda la actividad, yo estaba listo para ir de inmediato a dormir y me adelanté a Delia que se quedó todavía un rato más acomodando algunas cosas. Entré al cuarto y vi la cama llena de ropa doblada y limpia que necesitaba ser acomodada en los cajones. Confieso que aunque escuché una vocecita interior que me decía que acomodara la ropa para despejar la cama, preferí hacer caso a mi deseo de dormir de inmediato y colgué la hamaca para evitar la fatiga. Estando acomodado en mi hamaca, anticipé que cuando entrara Delia al cuarto y viera la situación haría alguna observación, con toda razón, así que preparé mi respuesta de ataque en caso de ser necesario. Efectivamente, cuando Delia entró al cuarto, hizo un comentario con buen espíritu, pero yo ya estaba predispuesto a atacar y lo hice, dándole con mis palabras allí donde más daño podía causar. Lo logré, la lastimé. Y todavía así, hice caso omiso a mi conciencia que me decía reconcíliate, pide perdón. En mi orgullo, sencillamente me di la vuelta y me acomodé para dormir. Aun era de madrugada cuando desperté y Dios no me dejaría seguir durmiendo sino hasta buscar la paz. Dios no me iba a dejar en mi orgullo, en mi egoísmo, en mi pecado. Porque cada vez que peco, afecto primeramente mi paz con Dios. El es un Dios de paz que me estaba impulsando a buscarla. Así que salí de mi hamaca y me acerqué a Delia que estaba dormida, y esperé un momento oportuno para pedir perdón y ¿saben? Fui perdonado. La paz regresó a nuestros corazones.
Si Jesús es mi paz no puedo descansar, en cuanto dependa de mí, para estar en paz con los que me rodean. El orgullo, el pecado, no debe separarnos porque Jesús es nuestra paz; nos reconcilió con el Padre, y ahora nosotros podemos tener paz unos con otros, una paz por amor como Jesús. Una paz que toma la iniciativa y lo sacrifica todo. Una paz que implica arrepentimiento, confesión de pecados, perdón de pecados, nuevas actitudes, nueva obediencia a la Palabra y un cambio de vida.
Jesús es nuestra paz. Sólo el trae paz verdadera con Dios y con los demás. Que su paz te lleve hoy a tomar acciones de pacificación con los que te rodean, con tu cónyuge, con tus padres, con tus hijos, con tus autoridades, con tus subalternos, con tus vecinos, con todas las personas con la que se ha interrumpido la paz. Pues Jesús dice: “Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios”.