NUESTRAS PALABRAS: Semilla que Sembramos
Mt. 12:33-37
Intro. Las secuoyas o redwoods que crecen en los bosques del norte de California son los árboles más grandes y altos del mundo. A pesar de ser los más grandes, nacieron de una pequeña semilla. ¿Quién podría imaginarse que una pequeña semilla que puede caber en la palma de la mano daría como fruto un árbol tan grande? Solamente alguien que en realidad conozca los diferentes tipos de semilla.
Proposición. De la misma forma cada persona debe comprender que las palabras que dice expresan la semilla que germina en su corazón.
T.S. Basados en este pasaje quiero mostrarle tres razones porque examinar la semilla que germina en nuestro corazón.
1. Porque nuestras palabras son el fruto de lo que hemos permitido germinar (12:33-34).
El momento en que Jesús pronuncia estas palabras es muy importante ya que ha sido acusado de obrar un milagro por el poder de Satanás. El asunto es que los líderes religiosos, los fariseos, atribuyen al diablo el milagro realizado por Dios. Lo que Jesús está mostrando es que lo que hablan expresa lo que hay en su corazón.
Esto significa que hay que cuidar los sentimientos que generamos.
También, lo que hemos permitido germinar, significa hacia quien y en que sentido abrimos el corazón.
El corazón es lo que más debemos cuidar (Prov. 4:23), porque también nuestros sentimientos nos pueden engañar (Jer. 17:9).
Por lo que hay que vivir por “el Espíritu y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa” (Gal. 5:16).
Es necesario que saquemos lo que nos atormenta, especialmente cuando hay una condición de pecado (Sal. 32:1-5).
2. Es necesario examinar la semilla que germina en nuestro corazón porque las palabras que hablamos revelan lo que atesoramos en el corazón (12:35).
Este pasaje muestra que las palabras revelan o dejan al descubierto lo que hay en el corazón.
Algunas veces las palabras son duras cuando hay amargura y hieren (Prov. 12:18).
El corazón resentido dice palabra que penetran como cuchillos (Sal. 57:4).
Las palabras pueden producir rebeldía (Nm. 14:4).
Cuando tenemos dudas y temor, con nuestras palabras sembramos duda e incredulidad (Nm. 13:25-14:3).
Cuando atesoramos temores nuestras palabras afectan la actitud (Nm. 13:31-33).
Cuando hay desconfianza y celos, nuestras palabras producen estancamiento, también en la iglesia (Nm. 12).
Considera una vez más lo que atesoras en tu corazón.
3. También es necesario examinar la semilla que germina en nuestro corazón porque nuestras palabras tienen poder para la vida o la muerte (12:36-37).
Sin lugar a dudas todos daremos cuenta de nuestras acciones ante Dios. Pero este pasaje también nos muestra que daremos cuenta de las palabras que decimos. Es decir, de palabras sin sentido, vanas, deshonestas y ofensivas.
El v. 36 se refiere a que la declaración verbal nuestra fe en Jesús nos da la vida abundante (Rom. 10:8-10). Pero también negarse a confesar a Jesús como el Señor y dueño de nuestras vidas, dará como fruto la muerte.
Además, nuestras palabras pueden dar vida cuando bendecimos, o maldición y muerte cuando decimos mal a la gente (Prov. 18:21).
Las palabras son semillas que sembramos y que en su debido tiempo germinarán o darán fruto (Prov. 12:14). Por ejemplo cuando le decimos a alguien: no sirves para nada; eres un tonto, o nunca lograrás nada; ojala te suceda lo mismo y te vaya peor, y cosas semejantes.
Conclusión.
Debemos examinar cuidadosamente la semilla que permitimos germinar en nuestro corazón. O permites que germine la semilla de la fe por la acción de Espíritu Santo en tu vida, o la semilla de maldad, por continuar viviendo separado de Dios y sin Jesucristo.
Considera entonces qué semilla germina en tu corazón; mira el daño que has causado con tus palabras. Ten en mente que todo lo que uno siembra eso vuelve a cosechar (Gal. 6:7).
Jeremías 4:14 dice: “todavía puedes salvarte. Sólo tienes que quitar de la mente todos esos malos pensamientos. Hasta cuando vas a dejar que esos malos pensamientos te dominen?” (BLA)
Ora conmigo de esta forma: Dios, te pido perdón por el daño que he causado con mis palabras. Reconozco que mi corazón está lleno de maldad. Necesito tu ayuda, pues solo no puedo cambiar. Públicamente confieso que soy pecador y ruego tu perdón. Creo que Jesucristo murió para perdonar mi pecado y que resucitó para darme vida abundante. Hoy te entrego mi corazón y confieso a Jesucristo como el Señor y dueño de mi vida. A partir de este instante comienzo un nuevo vivir. Amen y Amen!!