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Summary: Primero mis vigas, luego sus pajas.

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Primero mis vigas

Intro: Unos estudiosos del comportamiento humano realizaron en alguna ocasión un experimento sencillo. Le pidieron a un grupo de personas que describieran algún episodio de sus vidas en las que hubieran lastimado a alguien, y otro en el que ellos hubieran resultados lastimados. Los incidentes descritos fueron similares, independientemente de que ellos se vieran en el papel de las víctimas o de los perpetradores.

Lo que se observó fue que cuando las personas describieron episodios en los cuales ellos fueron los responsables de una mala acción, invariablemente dijeron que sus acciones sólo causaron un poco de dolor a los demás. Muchos señalaron que esos actos de su parte fueron justificados o que no había manera de evitarlos.

Sin embargo, cuando esas personas hablaron del mismo tipo de incidentes pero en los que ellos fueron las víctimas, invariablemente describieron las acciones de los demás en su contra como algo inexplicable, insensible e inmoral. No describían las acciones de los demás como inevitables y sí hablaban que el dolor que les causaron se prolongó durante mucho tiempo.

Las personas minimizaban la seriedad de sus acciones en comparación con las acciones que los demás hacían en su contra. Realmente este estudio lo único que hace es describir lo que todos sabemos que ocurre en la realidad. No es nada nuevo.

¿Acaso no tendemos a hacerlo así nosotros también?

Hasta en las cosas más sencillas actuamos así. Ilustra: Cuando éramos niños jugábamos fútbol en la calle. Y cuando alguien cometía una falta o tocaba el balón con la mano, enseguida cantábamos “Penalti”. Acto seguido comenzábamos a contar los 11 pasos reglamentarios partiendo desde la portería improvisada con piedras. Y dependiendo quién contaba los pasos, se escuchaban los reclamos. Si alguien del equipo penalizado contaba los pasos, éstos eran muy largos. Si alguien del equipo ejecutor del penalti contaba los pasos, éstos eran muy cortos. La verdad es que no mediamos nuestros pasos con la misma medida que los del equipo contrario.

No usamos la misma medida para medir nuestras acciones y las acciones de los demás. Somos severos con los demás y misericordiosos con nosotros mismos. Hay algo dentro de nuestro corazón que nos hace pensar que:

Nosotros sólo compartimos información importante, los demás son chismosos.

Nosotros sólo tomamos un justo descanso, los demás son unos flojos.

Nosotros hacemos un respaldo de la película, los demás hacen piratería.

Nosotros sólo decimos la verdad tal cual es, los demás son insensibles.

Nosotros sólo compramos cosas que realmente necesitamos, los demás son despilfarradores.

Nosotros sólo somos flexibles con el tiempo, los demás son impuntuales.

Nosotros cometemos errores, los demás pecan.

Desde la entrada del pecado a la humanidad, la tendencia mía y tuya es ver las acciones pecaminosas de los demás como mayores o más serias o graves que las nuestras. Es fijarnos con mayor facilidad en lo que los demás están haciendo mal que en lo que nosotros mismos estamos haciendo mal.

Jesús nos recuerda en Lucas 6.38b “con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. Nos recuerda que debemos medir igual tanto lo que los otros hacen como lo que nosotros hacemos. La medida es la misma…es la Palabra de Dios. No sólo las acciones de los demás deben ser vistas en esta luz, sino también las nuestras.

Es tu lucha y la mía, porque se nos hace más fácil esconder la seriedad de nuestros pecados detrás de los pecados de los demás. Si mantengo la mirada en el otro, me doy permiso de no tener que lidiar con mis propios pecados. Es más fácil, más cómodo, más conveniente quedarme fijo en la paja de los demás para no tener que atender primeramente mis vigas.

Ilustra: Recuerdo una noche que llegue a la casa y Delia, que había tenido un día largo ya se había acostado. Yo también había estado bastante ocupado, así que lo que más quería era acostarme inmediatamente a dormir. En el momento en que estaba a punto de acostarme, Delia me dijo: “No seas malito, dale un masajito a mis pies”. Yo sólo lancé un suspiro y continué recostado. Ella insistió: “Dale, qué te cuesta…un ratito”. Yo le contesté finalmente: “Delia, no seas egoísta”. Ella, como es buena cristiana reflexionó y ya no insistió. Yo me quedé tranquilo porque me salí con la mía. ¿Qué estuvo mal de mi comportamiento? Si hubiera puesto más atención me hubiera dado cuenta de que la acusación que le hacía a Delia, también me la podía hacer a mí mismo. Yo también estaba siendo egoísta. Como dijimos, es más cómodo, más conveniente quedarme fijo en la paja de los demás que atender primero mis vigas.

Pero el Señor Jesús nos llama a actuar diferente. Su obra de gracia a nuestro favor y el poder del Espíritu Santo nos habilitan para revertir esta tendencia. Nos fortalecen para cambiar el orden de las cosas. En vez de fijarme primero en lo que los demás hacen mal, yo puedo y debo fijarme en lo que yo hago mal en cualquier situación. Es decir, en Cristo, en la nueva vida caracterizada por una relación creciente con Cristo, puedo vivir practicando esta regla: Primero mis vigas, luego sus pajas.

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