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Pregúuuntame Series
Contributed by Scott Hudgins on Feb 17, 2015 (message contributor)
Summary: Nuestro Salvador, nuestro Creador tomó la naturaleza de siervo y luego dijo, “Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.” ¿Quieres marcar la diferencia? ¡Toma la toalla y sé siervo!
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¡Marca la Diferencia! — Pregúuuntame
23 Noviembre 2014
Introducción
(Lo siguiente es una traducción de lo que Bob Hostetler escribió en su sermón The Problem of Dirty Feet y me pareció excelente)
Llegaron en grupos de dos o tres, hablando duro, riéndose felizmente… Eran hombres de Galilea, pues todos salvo uno. Eran hombres del mar, hombres de la tierra y un par de ellos eran hombres de la espada. Todos eran discípulos del maestro, hacedor de prodigios y milagros quien se llamaba Jesús, Yeshu´. Varios ingresaron al mismo tiempo al aposento alto de una casa en Jerusalén donde habían ido antes. Jesús también entró y estaba en medio de ellos. En unos minutos, todos se habían reunido en la sala rectangular que tenía un techo bajo. Sin embargo, de repente algo cambió. Gestos faciales que, hace poquito, estaban animados — sonriendo, riéndose, hablando — reflejaron incertidumbre e incomodidad.
Aunque nadie lo mencionó, todos enfrentaron el mismo dilema, todos sintieron la misma ansiedad desconcertante. Es que, las calles y los callejones en los cuales usaron los discípulos para llegar al aposento alto no eran pavimentados. De hecho, calles con asfalto no eran comunes. Eran caminos de tierra cubiertos con una capa gruesa de polvo. Imagínense el barro cuando llovía. Por lo tanto, era costumbre que el anfitrión de la casa colocara un esclavo al lado de la puerta para lavar los pies de las visitas. El siervo se arrodillaba con una jarra de agua, una bandeja y una toalla. Lavaba los pies de todos los invitados; quitaba toda la tierra, el polvo y el barro para que pudieran ingresar en la casa. Dejaban los zapatos y las sandalias al pie de la puerta. Si el dueño de la casa no podía conseguir un esclavo, la costumbre era que uno de los invitados se ofrecería gentilmente como el siervo y lavaría los pies de todas las personas que llegaran después. Para ellos, entrar a una sala de banquetes como el aposento alto sin lavarse los pies era como en nuestra época entrar a un restaurante descalzo y sin camisa. Era en contra de las normas sociales de cortesía. Aunque nadie no lo mencionó, todos los discípulos enfrentaron el mismo dilema: alguien debería lavar los pies.
En medio de la conversación incómoda, Jesús — su maestro, su rabí — fue silenciosamente a la mesa baja que ocupaba el centro de la sala. La mesa estaba rodeada con 13 sofás como los rayos de las ruedas de una bicicleta. Jesús tomó su lugar, inclinándose sobre un codo de tal manera que podía ver a los doce que había escogido. Luego los doce lentamente tomaron sus lugar en los sofás de la mesa…dejando la jarra, la bandeja y la toalla al lado de la puerta, sin tocarlas.
La mesa estaba organizada con los platos, los vasos y todo lo que necesitaban para disfrutar el banquete. La fragancia del cordero asado junto con las especias y el pan se mezcló con el olor de los pies sucios, que estaban colgados en los sofás alrededor de la mesa. Unos minutos pasaron mientras el último hombre tomó el sofá que quedó por últimas.
Jesús sin decir una palabra se retiró de la mesa, y silenciosamente se quitó la túnica y con la toalla, la jarra y la bandeja en las manos se arrodilló delante de los pies del primer discípulo. Todos se callaron. Jesús se arrodilló y lavó los pies de cada uno de sus seguidores mientras todos lo miraron fijamente. Los discípulos estaban sin palabras mientras su maestro desempeñó la tarea de esclavo, regando el agua de la jarra encima de cada par de pies, dejando que la bandeja recolectara el agua y tierra que se derramaba, luego Jesús lavó y secó los pies de sus discípulos con la toalla.
Al lavar los pies de Andrés, Jesús fue al siguiente sofá donde Pedro estaba sentado. Pedro, obviamente molesto recogió sus pies y dijo, “¿Señor, me vas a lavar los pies a mí?” Jesús extendió la mano para jalar los pies de Pedro y dijo, “Ahora no entiendes lo que estoy haciendo…pero lo entenderás más tarde.” Jesús, notando el orgullo de Pedro disfrazado como humildad, se fijo la mirada en los ojos de Pedro y dijo, “Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo.” Pedro contemplando lo que acababa de escuchar respondió diciendo, “Entonces, Señor, ¡no sólo los pies sino también las manos y la cabeza!” Jesús nuevamente miró los pies de Pedro y tiernamente tomó su pie para continuar la tarea. Luego, Jesús se refirió a la costumbre de aquella época de bañarse antes de ir a un banquete para sólo tener que lavarse los pies a fin de llegar al encuentro. “El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies —le contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio…” Y dijo, “…ustedes ya están limpios, aunque no todos.” Se refirió a Judas porque ya sabía quién le iba a traicionar. Y luego, lavó sus pies.