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Summary: Somos Peregrinos enviados a glorificar a Dios en el Mundo

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La semana pasada cumplí mis 15 años…pero al revés. Y en todo este tiempo he vivido en esta ciudad excepto por los tres años que estudié el Seminario en Orlando, Florida.

Vivir fuera de México, y fuera de Yucatán, fue una experiencia interesante porque por primera vez tuve la experiencia de ser extranjero. Tener que vivir lejos de casa, de lo acostumbrado. Tener que adoptar nuevas rutinas, nuevos procesos de vida, nuevas maneras de comunicarse.

Por ejemplo, en ese tiempo, hace alrededor de 25 años, allá todo se pagaba con cheque. En mi vida había yo llenado un cheque. El agua, la luz, el teléfono, el súper, todo era por cheque, y en inglés, por supuesto. Así que este fue un aprendizaje y adaptación que como extranjeros tuvimos que tener.

En fin, cuando eres extranjero, hay muchos ajustes y desafíos. Por supuesto, fue un tiempo bueno y de experiencias de vida, pero también hubo momentos complicados y lo que sostenía era saber que el Señor me había enviado allá y que estaba temporalmente en ese país. En esos tres años siempre supe que no me quedaría para siempre, sino que regresaría un día a casa. Y esa convicción daba dirección a mis decisiones, expectativas y acciones.

Ser extranjero o peregrino es una experiencia muy interesante y reveladora. Y es precisamente una de las metáforas con las que se refiere la Biblia al pueblo de Dios.

1 Pedro 2:11: dice “Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y peregrinos..” Sí, mi hermano, tu y yo aunque nunca hallamos salido del lugar donde nacimos o salido de nuestro país, somos extranjeros y peregrinos por el simple hecho de ser discípulos de Cristo.

¿Extranjeros y peregrinos en donde? ¿En esta tierra? ¿Somos extraterrestres? ¿Somos de otra galaxia? ¡No! Cuando dice que somos extranjeros y peregrinos no está diciendo que no somos terrícolas o de la tierra. Somos seres humanos y como tales pertenecemos a la tierra donde el Señor nos puso desde el principio.

Pero a lo que se refieres que aunque vivimos en esta tierra y somos de la tierra, de todas maneras somos extranjeros porque no somos del mundo. Aquí mundo, no se refiere a las tierra o al planeta, sino se refiere al sistema de vida humano sin Dios, contrario a Dios, y todo lo que ello implica: la cultura del mundo, las ideas del mundo, las costumbre del mundo. Entonces, somos extranjeros porque tenemos que vivir cada día en un sistema de vida que es contrario a Dios en su generalidad, con valores distintos a los del Reino, con una ética contraria a la ética bíblica, con metas y propósitos distintos a la gloria de Dios.

El Señor Jesús mismo dijo que estamos en el mundo (en ese mundo del que estamos hablando) pero no somos del mundo. Y el Señor oró para que el Padre no nos quite del mundo sino nos guarde del mal. Nuestra ciudadanía está en el cielo, pero un día el cielo y la tierra se fusionarán, a la venida del Señor, en el cielo nuevo y la tierra nueva, y ya nuestro peregrinaje habrá acabado y habremos llegado a casa.

Pero mientras eso ocurre, necesitamos seguir aprendiendo cómo vivir como extranjeros y peregrinos. Cómo quiere el Señor que viva su pueblo en el peregrinaje en el mundo.

Para iniciar nos puede servir mucho un pasaje del Antiguo Testamento que abarca una época en que el pueblo del Señor se encontraba en el exilio en Babilonia y recibieron una carta del profeta Jeremías que les daba instrucciones de parte de Dios en cómo vivir en el tiempo del exilio, en tanto llegaba el día del regreso a casa.

Dando un poco de contexto, debemos decir que desde el principio de la ley de Moisés se advirtió que la pena máxima contra el pecado de Israel sería el exilio. Dios expulsaría de la tierra, en una especie de purga, a su pueblo infiel que le hubiera llegado hasta el colmo.

Y con el paso del tiempo así sucedió, por supuesto, que no pasó en seguida porque Dios es un Dios lento para la ira y grande en misericordia, pero llegó el momento después de años y años de paciencia de parte de Dios, y primero el Reino del Norte fue exiliado por los Asirios. Pasó un tiempo, y el Reino de Sur con capital en Jerusalén, habiendo sido llamado al arrepentimiento muchas veces, también fue enviado al exilio por los conquistadores babilónicos.

Alrededor del año 597 aC. Jeremías envía una carta a algunos de los primeros grupos que fueron deportados a Babilonia. Todavía faltaba por pasar más adelante en el 586 aC la destrucción de Jerusalén y el templo y la deportación masiva a Babilonia.

Pero a esos primeros peregrinos en tierras babilónicas, Jeremías les dice de parte de Dios.

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