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Summary: Conocer la relación entre las palabras y los espíritus que transportan

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Introducción

En esta mañana quiero enfatizar o concentrarme en un aspecto de la palabra que di dos domingos atrás, cuando hablé del espíritu del anticristo. El lunes pasado, cuando estaba enseñando el evangelio de Marcos en un seminario bíblico, hubo una presencia muy fuerte, y sentí que el Señor me estaba diciendo que tocara este tema y le diera más claridad. De alguna manera me hizo sentir que algunos no entendieron estas palabras y eran muy importantes. ¿Por qué? Porque de esto depende cómo se forman comunidades de personas (para hablar en grande), inclusive pueblos o ciudades, o simplemente parejas o amistades.

Jesús termina da dar un discurso tremendo. No podemos leerlo porque demandaría mucho tiempo (te invito a leerlo en tu casa), y que trata sobre el pan del cielo que es él mismo. El maná que comieron los israelitas era simplemente una figura de Jesucristo. Ellos comieron y murieron, pero Jesús dice, el que come de él nunca morirá. E inclusive fue una enseñanza escandalosa porque habla de comer su carne y beber su sangre. Esto, leyéndolo literalmente, era obviamente repugnante para el judío porque hablaba de canibalismo. Muchos no llegaron a comprenderlo. E inclusive muchos de sus discípulos ya dejaron de seguirlo (6:66).

Pero luego vislumbra algo más escandaloso que esa palabra: “¿qué si vierais al Hijo del Hombre ascender a donde estaba antes?” (6:62). Sin embargo, en lo que me quiero detener en esta mañana es en la relación que Jesús establece entre sus palabras y el Espíritu Santo; la función que tiene uno y la función que tiene otro.

Antes de encarar el estudio, déjame darte una pequeña introducción para que entiendas el problema que estuve discutiendo con los hermanos (algunos pastores) los otros días.

I. Juzgar o no juzgar

Nosotros solemos decir: “Hermano, no juzgue, porque la Biblia dice de no juzgar, sino amar. Uno no puede saber lo que hay en el corazón” (Mt. 7:1-5). Pero cuando confrontamos este texto, con el de 1 Co. 2:15 tenemos un problema. Allí dice: “En cambio, el que es espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie”.

El hombre o la mujer de Dios que es espiritual tiene capacidad de juzgar, pero esa persona, por otro lado no puede ser juzgada, porque justamente es espiritual. Esto puede darse a confusión y a un malentendido dejando ver una cierta hilacha de orgullo. “¿Quién se cree este que es?” Pero justamente, el o la espiritual no va a tener esa cuota de orgullo molesto, chocante, anti testimonial. O sea, la vida del hombre o la mujer espiritual es un paquete completo que afecta a la persona.

Acuérdate de esto: lo primero que es afectado por la comunión con Dios, paso primordial para ser espiritual, es el carácter. El que no tiene el carácter formado, es porque no tiene vida de comunión con Dios. Vuelvo a repetir, no estamos hablando de perfección, sino de tratamiento con resultados (frutos).

Pero el espiritual, por causa de su comunión puede juzgar. Y para juzgar, lo primero que tiene que tener es discernimiento en el espíritu para separar lo bueno de lo malo. Sabe discernir.

Al mismo tiempo, no es juzgado por nadie, porque el carnal o el natural no ven o no entienden esta dimensión, y aunque juzguen, lo hacen superficialmente y mal, y ese juicio no es válido.

II. La palabra creativa y el Espíritu de Dios

Habiendo dicho esto, pasemos al famoso pasaje de Gn. 1:2, donde dice que el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas, hasta que Dios da la palabra y comienza la re-creación de los cielos y la tierra. La palabra da forma, la palabra da vida, la palabra pone orden, la palabra discierne, marca diferencias, crea cosas de la nada, etc. El Espíritu Santo solo no hace nada. Tiene que estar allí para canalizarse a través de la palabra creativa u ordenadora.

Entonces, la Palabra de Dios, transporta el Espíritu de Dios. Y al mismo tiempo, la Palabra de Dios surge del contexto del Espíritu de Dios. Déjamelo poner de esta manera: no hay palabra de Dios, si el Espíritu de Dios no está detrás y delante de ella.

Particularmente, pensemos en la creación del ser humano. Dice Dios “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gn. 1:28). Y luego en Gn. 2:7 dice que “formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”.

O sea la palabra junto con el aliento (y la palabra por aliento es la misma que por espíritu). Ambos están juntos.

En la recreación del ser humano, cuando Jesús resucita dice “Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’” (Jn. 20:22).

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