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Summary: En todo momento, la gracia es nuestra única esperanza.

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Una de las bendiciones que tuve por haber crecido en una familia donde se ama a Dios, es que desde muy pequeño escuchaba y aprendía de las grandes y bellas historias de la Escritura.

Cómo no recordar la emoción de escuchar la historia del pequeño pastor de ovejas que vencía a un gigante malvado. O bien, la historia de cuando el mar se abrió en dos y el pueblo de Dios pasó en seco, para luego cerrarse y derrotar a los egipcios que los perseguían. Historias recordadas con añoranza.

Pero una de las historias más repetidas en la infancia fue la del profeta que fue tragado por un gran pez. Hasta nos aprendimos el canto: “Jonás no le hizo caso a la Palabra de Dios, por eso en la mar profunda, la gente lo tiró, y vino un pez muy grande y “gluck” se lo tragó, porque no le hizo caso a la Palabra de Dios”.

Es precisamente de este profeta y de este libro que nuestra nueva serie de sermones, “Gracia incansable”, estará tratando. Una buena idea sería leer varias veces, este mes, los cuatro capítulos de este pequeño libro del Antiguo Testamento.

Si bien, el canto nos sirvió mucho para recordar la historia, al mismo tiempo, pudiera ser que nos estorba un poco para entender de qué trata en realidad el libro de Jonás.

Al escuchar el canto, podemos quedarnos con la impresión de que el libro trata en verdad de la obediencia a Dios. (Y Sí, no podemos negar que está ese tema presente) pero en el fondo básico, está el tema de la gracia de Dios, de la incansable gracia del Señor.

Cuando hablamos de gracia divina ¿de qué estamos hablando? Gracia es el atributo del ser de Dios por el cual nos da toda bendición, no porque las merezcamos, sino porque Él se complace en dar con amor y para su gloria.

Cuando Dios da algo por gracia, entonces podemos encontrar las siguientes características:

• Dios asume la cuenta.

• No tenemos mérito alguno para obtenerlo.

• No lo merecemos.

• No tenemos ni el más mínimo espacio para la jactancia.

• La gloria es para Dios.

Y en el libro de Jonás, encontraremos este atributo de Dios mostrado en todas las acciones descritas en él. Esperamos que al final, podamos tener un aprecio y gratitud mayor a nuestro Dios por su gracia incansable.

Hoy comenzamos considerando el primer capítulo del libro de Jonás. Y descubriremos cuatro realidades de nuestras vidas que nos llevan a apreciar más la gracia incansable del Señor.

A través de la narrativa de esta historia, podremos ir identificando 4 realidades que hacen tan necesaria la gracia incansable de Dios.

La primera realidad de nuestras vidas que hacen tan necesaria la gracia incansable de Dios es esta:

1. Tarde o temprano, las consecuencias de nuestras decisiones nos alcanzan.

La historia comienza con la declaración de misión por parte de Dios para Jonás. El capítulo 1:1-2 nos dice: “La palabra del SEÑOR vino a Jonás hijo de Amitay: «Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia.»”

La gran ciudad de Nínive era la capital del reino Asirio al norte de Israel. Nínive era una ciudad pagana y ahora le había llegado su momento. Su maldad había colmado al Señor quien ahora le enviaba a su profeta, Jonás, para anunciarles su destrucción. El mensaje era concreto y exacto: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»

No había por donde confundirse. Jonás debía ir a Nínive y dar este mensaje claro y concreto. La maldad de Nínive era grande y Dios estaba trayendo su justo juicio sobre ella. Nínive era culpable. Su pecado era real y sonante. Eran reos de muerte. Eran, como decimos, un caso perdido. Jonás sólo debía cumplir la misión encomendada.

Tarde o temprano, las consecuencias de nuestras decisiones nos alcanzan. Este es un principio básico en la Escritura. Podemos contar con ello. A todos nos llega la hora de enfrentar lo que hayamos hecho, dicho o pensado.

La Escritura enseña esto en muchos pasajes. Viene a la mente lo que dice Gálatas 6:7: No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra.

Hay una relación directa entre cómo vives hoy y los resultados futuros, a corto, mediano o largo plazo en tu vida. Aunque inmediatamente no veas el resultado, (como el que siembra y espera la cosecha), tarde o temprano recogerás el fruto de lo que estés haciendo hoy.

A veces, esa cosecha es inmediata, a veces tarda en llegar. Pero no dudes de que llegará. Cuando tarda en llegar, puedes confiarte o desanimarte. Si estás sembrando algo que no es correcto, puedes pensar que no pasa nada y sigues y sigues, pero la Escritura dice que de Dios nadie se burla. Si estás sembrando lo que es de acuerdo con el evangelio y tardas en ver el fruto, puedes desanimarte, pero de igual manera, no te desesperes, a su tiempo cosecharás, porque cada uno cosecha lo que siembra. No te canses de hacer el bien.

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