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Summary: La gracia recibida ha de convertirse en gracia compartida

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Intro: ¿Te has dado cuenta cómo la idea o concepto que tengas de una persona afecta la manera en la que te relacionas con ella? Si tienes la idea de que la persona es muy culta, pues tratas de no platicar trivialidades con ella, sino tratas de cuidar lo que dices, cómo lo dices y los temas que sacas a colación en la plática. En fin, el concepto o idea que tengamos de una persona afecta la manera en la que nos relacionamos con ella.

Esto me quedó muy claro hace muchos años, cuando siendo joven y soltero conocí a una señorita. Sabía que venía de fuera de nuestro Estado y esto era evidente por su manera de vestir, su manera de hablar y de relacionarse. Debo confesar que cuando recién la conocí no me agradaba mucho pues la había clasificado con la etiqueta de “pesada” (como decimos por acá). Este concepto afectó mi escasa relación con ella. Por lo mismo, casi no coincidíamos en los mismos círculos y mucho menos, buscaba ocasión para interactuar con ella.

Pasó el tiempo y providencialmente en una ocasión tuve la oportunidad de platicar a mayor profundidad con ella. A partir de ese momento, mi concepto de ella fue cambiando favorablemente y llegó a cambiar de tal modo que tres años después me casé con ella hace casi 30 años. ¡Cuán equivocado era mi concepto de Delia! Pero mi concepto equivocado me llevó, por mucho tiempo, a no intentar si quiera conocerla más.

Algo similar nos puede pasar con relación a Dios. A nuestro alrededor hay muchas ideas respecto a Dios que cuando las creemos, afectan de una u otra manera, la forma en la que nos relacionamos con él.

Este mes en nuestra serie: “Gracia Incansable” hemos estado explorando un pequeño libro del Antiguo Testamento, el libro de Jonás y lo que hemos estado resaltando del mensaje de este libro es un atributo del ser de Dios: la gracia. Si hay un atributo del ser de Dios que permite que nos acerquemos a él, que permite que podamos relacionarnos con él, es precisamente, la gracia.

Conocer a Dios, como un Dios de gracia, es algo muy importante que afectará todo en la vida y cómo nos relacionamos con él.

Cuando hablamos de la gracia estamos tratando de describir algo que caracteriza a Dios que consiste en que él da cosas buenas, regalos, dones maravillosos a personas que no lo merecemos. Lo hace no porque el que recibe tenga algo en particular que atraiga el favor o la atención de Dios, sino simplemente porque él se complace en dar por amor y para Su gloria.

Cuando Dios actúa en su gracia hacia alguien, Él asume la cuenta, el que recibe no merece para nada la bendición que se le da y por lo tanto, no hay lugar para la jactancia personal, sino lo que resplandece es la gloria de Dios. Él se lleva todo el crédito y la gloria. Dios es un Dios de gracia y éstas son buenas noticias para todos nosotros. Porque cuanto más indigno es el que recibe, más glorioso es el que da.

Hoy cerramos nuestra serie con el último capítulo del libro de Jonás. Algo particular del libro de Jonás es que quizá es el único libro profético que no trata acerca de las palabras del profeta, sino más bien de la vida del profeta. A través de este libro hemos estado conociendo la vida interior del profeta y cómo Dios trata con él, tanto o más, que lo que trata con las personas a las que Jonás les da su anuncio.

El último es el capítulo 4 y éste comienza con estas palabras: Jonás 4:1: Pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse.

En la primera escena de este capítulo, vemos al profeta llamado Jonás, enfurecido. Si fuera la primera escena de la historia que viéramos, no sabemos que fue aquello que lo puso tan mal. Tenemos que hacer un flash-back para entender, qué está pasando hasta este punto para darle sentido a lo encontramos en el capítulo 4.

Haciendo un poco de memoria, recordemos que historia comienza con un profeta llamado Jonás enviado a la gran ciudad de Nínive, capital del reino Asirio y ciudad pagana, para anunciarles su destrucción porque su maldad había colmado la paciencia del Señor. Dios traería su justo juicio sobre Nínive.

Pero Jonás, en vez de ir a Nínive, se embarcó hacia Tarsis, en dirección opuesta, huyendo del Señor y la encomienda que le había hecho. Pero del Señor, no podemos escondernos ni podemos huir. Dios envió una tormenta que azotó la embarcación cuyos tripulantes agotaron todos sus recursos infructuosamente. Iban a perecer todos si no hacían algo radical.

Jonás les había dicho que lo arrojaran al mar para que la tormenta se calmara y al final de cuentas, muy a pesar de los marineros, lo tuvieron que hacer, y la tormenta se calmó inmediatamente.

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