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Summary: El Creador, que hizo al ser humano a su imagen, establece un diseño del sexo del ser humano bien definido, inalterable y específico. No hay variantes ni opciones en estas dos categorías absolutas. Dios hizo al ser humano con la variedad de dos sexos: hizo varones e hizo mujeres.

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“Homofóbico”, “Intolerante”, “Retrógrada”, “fanático”, “ignorante” son algunos de los calificativos que podrías esperar como respuesta a alguna publicación en las redes sociales si te atrevieras a sugerir que la ideología de género no corresponde a la verdad. Estamos viviendo ya los efectos de una dictadura ideológica. Todos parecen tener derecho a la libre expresión, excepto los que expresan la verdad de la Escritura. Si expresas la verdad de la Escritura que es opuesta a la ideología de género es considerado, casi automáticamente, como un discurso de odio, aunque sea con las palabras más suaves y amorosas.

Hoy día hay una gran intolerancia, pero hacia la verdad de Dios en la Escritura. Y nosotros como creyentes, somos llamados a sostener la verdad a cualquier precio, porque eso es la iglesia de Cristo, es columna y baluarte de la verdad.

Por eso este mes en nuestra nueva serie de sermones, Diseño Divino, estaremos reflexionando en la Escritura para saber cómo enfrentar estos tiempos complejos en los que vivimos, para que sepamos dar respuesta a todo aquel que nos pregunte o cuestione sobre la esperanza que hay en nosotros. Por supuesto, no se pueden abarcar todas las aristas de este tema, pero nuestra oración es que lo que estudiemos en la Escritura estimule un hambre por compartir y practicar el evangelio en un mundo que presenta nuevos desafíos para la Iglesia.

Hoy queremos plantear, de manera sucinta, el diseño divino del sexo en el ser humano. Pero antes me gustaría subrayar algunos puntos que es importante establecer como un acto de reconocimiento de nuestra parte, como iglesia en la tierra, de cosas que quizá no hemos hecho tan bien que digamos, que han contribuido para que la tensión llegue hasta donde ha llegado.

1. Creemos que la homosexualidad es pecado. La Escritura señala y condena este pecado. Pero, aunque sea pecado, es importante recalcar que la Escritura no lo presenta como el único ni peor pecado. Es decir, tendemos a darle un estatus sobrevalorado como pecado, como si se tratara del pecado imperdonable. Se nos olvida que cuando este pecado aparece en listas de pecados que descalifican a una persona de entrar al Reino de Dios, se encuentra al lado de otros pecados que la gente suele “tolerar” o “aceptar” como pecados comunes.

Por ejemplo, 1 Corintios 6:9-10 RVC: 9 ¿Acaso no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se equivoquen: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se acuestan con hombres, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los malhablados, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.

Como vemos, la homosexualidad como pecado no se clasifica a parte, sino que forma parte de la misma lista de otros pecados, los cuales tendemos a verlos como más “normales”, tales como el adulterio, la avaricia, el robo y la borrachera. Por eso, como iglesia no debemos tratar la homosexualidad como un pecado que se cueza aparte o como poniéndole la letra escarlata, sino como cualquier otro pecado cuya solución es la misma: el Evangelio de la gracia del Señor Jesús.

2. También debemos reconocer que ha sido pecaminoso el trato que a veces se les ha dado a las personas que luchan con el pecado de la homosexualidad. Incluso en círculos cristianos, en lugar de mostrarles el amor de Cristo como lo debemos hacer con cualquier persona necesitada de la gracia, han sido objeto de burlas, de insultos, de rechazos, de dobles sentidos, de ridiculizaciones, y tristemente, hasta de violencia. Si hemos alguna vez incurrido en estos pecados contra las personas debemos arrepentirnos. No nos prestemos este tipo de maltrato hacia ninguna persona, sea quien sea. Debemos tratar a todas las personas con respeto y consideración, aun cuando no comulguemos con la manera en la que viven.

Es importante, pues, acercarnos a estos temas con humildad y sacando también primero nuestra viga. No somos mejores que nadie. Todos necesitamos la gracia del Señor.

Así que, por favor, que quede claro que cuando estemos hablando de lo que dice la Escritura al respecto y al señalar el engaño de la ideología de género, no lo hacemos porque odiemos a los homosexuales, esto no es un discurso de odio, o para alborotarnos o para burlarnos y maltratar a personas. Simplemente, tenemos que mantener la verdad de Dios que es luz en las tinieblas. La iglesia muestra su amor hablando y sosteniendo la verdad en el mundo.

Porque nuestro punto de partida es la Escritura. La Biblia es nuestra única regla de fe y práctica y en ella encontramos la verdad para entender nuestras vidas y todo lo que nos rodea.

Así es hermanos, porque si no tuviéramos la Escritura como nuestra ancla de la verdad, si la Escritura no fuera la Palabra inerrante de autoridad del Creador del cielo y de la tierra y del sexo, entonces, no tendríamos por qué objetar las enseñanzas de la ideología de género, sino que tendríamos que decir, como quieren que digamos, “que cada quien haga lo que le dé la gana”. Pero no podemos hacerlo, no podemos simplemente ceder a la presión tremenda que está ejerciendo la comunidad LGTBetc en la educación, gobierno, entretenimiento y cultura, porque tenemos una autoridad sobre nosotros que es la norma absoluta de lo bueno y lo malo, de la verdad y de la mentira: la bendita Palabra del Señor de los ejércitos.

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