Summary: La cruz no fue un fracaso. Fue el cumplimiento exacto de un plan de redención divinamente orquestado.

Cuando hablamos de Jesucristo es imposible hacer a un lado lo que recordamos esta tarde. Podemos hablar de sus enseñanzas y milagros por mucho tiempo, pero tarde o temprano, tendremos que hablar de su crucifixión. De hecho, Cristo es representado en nuestro lenguaje simbólico con una cruz.

La muerte de Jesucristo es un punto central en el mensaje que su iglesia ha predicado desde el principio. Si no incluye la muerte de Cristo, como un punto central, entonces no sería el mensaje auténtico del evangelio.

El apóstol Pablo, resumiendo el mensaje del evangelio en sus frases esenciales lo expresa así en 1 Corintios 15:3-4, 3 Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, 4 que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras.

La muerte y la resurrección de Cristo son puntos esenciales e indispensables en el mensaje del evangelio puro.

Así que hoy al considerar la muerte de Cristo y los eventos que la rodearon, estamos resaltando algo que es de vital importancia para todo discípulo de Cristo. Y como sabemos, estamos considerando el recuento de los hechos desde el reporte que nos da el evangelio de Marcos.

Si algo nos debe quedar claro al considerar la enseñanza bíblica es que La cruz no fue un fracaso. Fue el cumplimiento exacto de un plan de redención divinamente orquestado.

A la vista del ser humano, estos acontecimientos finales en la vida de Cristo en su primera venida, pudieran parecer el desenlace funesto de un intento fallido, pero en realidad es todo lo contrario. Cada acontecimiento, cada interacción, cada acción, estaban cumpliendo el plan amoroso de redención que nuestro Dios de gracia armó desde la eternidad. Todo se cumplió al pie de la letra. Todo ocurrió como debía pasar.

Jesús mismo, desde el principio, conocía el programa y estuvo dispuesto a cumplirlo. En Marcos 10:33-34, lo comunica de antemano a sus discípulos: «Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero a los tres días resucitará».

Jesús conocía cada detalle del plan y lo que iba a acontecer con exactitud milimétrica. Y así lo comunicó a sus discípulos. El programa para esos días finales era claro:

1. Jesús sería traicionado y entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley.

2. Ellos lo condenarían a muerte y lo entregarían a las autoridades gentiles. En este caso al procurador romano, Pilato.

3. Antes de su muerte, iba a ser víctima de la saña, escarnio y la tortura.

4. Iba a ser ejecutado.

5. Finalmente, iba a resucitar al tercer día.

Este anuncio de Jesús en Marcos 10, luego se ve desarrollado con mayor detalle de los capítulos 14 al 16 del mismo evangelio.

Así que hagamos un breve recorrido por los hechos narrados en el evangelio corroborando el programa anunciado de antemano para que nos convenzamos que La cruz no fue un fracaso. Fue el cumplimiento exacto de un plan de redención divinamente orquestado.

Primero, Jesús anunció que sería entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley.

Marcos 14:53-56 dice: Llevaron a Jesús ante el sumo sacerdote y se reunieron allí todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. […] Los jefes de los sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban alguna prueba contra Jesús para poder condenarlo a muerte, pero no la encontraban. Muchos testificaban falsamente contra él, pero sus declaraciones no coincidían.

Esta intención de acabar con Jesús de parte de las autoridades religiosas judías, no era algo nuevo. En muchas ocasiones el evangelio nos menciona que estaban fraguando un plan acabar con Cristo. Jesús era un inconveniente del que querían deshacerse.

¡Esta era su oportunidad! Así que queriendo dar legalidad a sus intenciones nefastas, comenzaron a traer supuestos testigos, pero ni eso les salía bien, porque no lograban que coincidieran los testimonios como para armar un caso que mereciera la pena capital.

Les estaba saliendo mal el plan, y Jesús no colaboraba, porque permanecía callado ante las acusaciones. Su única salida era que Jesús mismo declarara algo que lo hiciera parecer culpable. Mas Jesús, permaneció callado, como el profeta Isaías visualizó de antemano: como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca. (Isaías 53:7).

Finalmente, el Sumo sacerdote le preguntó a Jesús que, si era el Cristo, el hijo del bendito. A lo que Jesús respondió en Marcos 14:62, —Sí, yo soy —dijo Jesús—. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo.

Esta gran verdad era la oportunidad que estas personas estaban esperando. Esta declaración fue de lo que se agarraron para condenarlo. Con dramatismo el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras en indignación por esa supuesta blasfemia y alborotándose, todos lo consideraron digno de muerte.

Pero ellos no podían ejecutarlo. Los judíos estaban bajo el yugo de Roma y eran las autoridades romanas las únicas que podían ejecutar a alguien. Así es como pasamos al segundo paso del programa anunciado por Jesús.

Jesús había anunciado en marcos 10 que sería entregado a los gentiles (a los que no son judíos), en este caso, el que estaba al cargo de los asuntos legales en Judea era un funcionario romano de nombre Pilato.

Nos dice Marcos 15:1 Tan pronto como amaneció, los jefes de los sacerdotes, con los ancianos, los maestros de la ley y el Consejo en pleno, llegaron a una decisión. Ataron a Jesús, se lo llevaron y se lo entregaron a Pilato.

La autoridad del concilio judío era solo declarativa, no podían ejecutar a nadie. Pero ahora, habiendo sido condenado ya por la autoridad religiosa, ahora estaban ante la instancia civil que podía llevar a cabo su plan de ejecutar a Jesús.

Pilato hace lo que tenía que hacer, escuchar e indagar las acusaciones para poder determinar si concedía o no la petición que le reclamaban los judíos. Pero Jesús no contestó nada.

Pilato se estaba quedando sin opciones. No había suficiente evidencia para condenar a la pena de muerte a Jesús. Las acusaciones no tenían suficiente sustento como para enviar a una persona para ser ejecutada.

Así que queriendo salir bien librado de esta, Pilato recurre a un as bajo su manga. Solía mostrar clemencia hacia un reo cada año que se celebraba la fiesta de la pascua en Jerusalén. Quizá pensó, seguro que, si les ofrezco esta opción, entre Jesús y Barrabás (un asesino confeso y alborotador), siendo sensatos pedirán que libere a Jesús que no ha cometido ningún delito digno de muerte. Así saldré bien librado de esta. Liberaré a este inocente y ejecutaré a Barrabás que de todas maneras ya lo iba a hacer.

Pero le salió mal porque las autoridades judías influyeron en la multitud para que pidiera a Barrabás y exigiera que crucificaran a Jesús. Y dice Marcos 15:15: Como quería satisfacer a la multitud, Pilato les soltó a Barrabás; a Jesús lo mandó azotar, y lo entregó para que lo crucificaran.

Cuán poco rigor legal se siguió en estos juicios. Condenado por los religiosos tramposamente y condenado por meros caprichos y conveniencias y no por evidencias por la autoridad civil. Cualquiera pudiera sentir esa sensación de frustración y fracaso. No estaban saliendo las cosas para Jesús, como pensaríamos que debían pasar.

Jesús tenía los argumentos y el poder para convencer a cualquiera de su inocencia ante estos juicios tramposos. Jesús tenía el poder para liberarse a sí mismo en cualquier momento. Pero no hizo nada en ese sentido. Estuvo dispuesto a soportar estas injusticias, porque estaba cumpliendo lo pactado con el padre antes de que el mundo fuese.

Porque hermanos, La cruz no fue un fracaso. Fue el cumplimiento exacto de un plan de redención divinamente orquestado.

Jesús había anticipado en Marcos 10 que sería entregado a las autoridades religiosas y a las autoridades romanas, pero también habló del escarnio, burla y tortura que sufriría previo a su muerte. Y eso es precisamente lo que sucedió después de ser condenado a muerte.

Primero, los soldados romanos se reunieron en el patio del pretorio para divertirse haciendo sufrir a Jesús, en Marcos 15:17-18: Le pusieron un manto de color púrpura; luego trenzaron una corona de espinas, y se la colocaron. —¡Salve, rey de los judíos! —lo aclamaban. Lo golpeaban en la cabeza con una caña y le escupían. Doblando la rodilla, le rendían homenaje.

Cuando piensas a quién estaban golpeando estos hombres y sabes que con el poder de su palabra este hombre era capaz de calmar los vientos y el mar alborotado en una tormenta. Aun así, dejó que lo humillaran a este nivel, quedamos simplemente asombrados de su dominio propio y su enfoque en hacer la voluntad del Padre. Tener el poder y el derecho de hacer algo, no es el único factor de decisión, como vemos.

Jesús soportó todo esto y más con tal de cumplir el plan acordado en la eternidad. Incluso ya crucificado, no pararon los abusos, las burlas y el escarnio.

En son de burla, pusieron un letrero sobre su cruz que mostraba la causa de su condena y decía “Rey de los judíos”. Dice el evangelio que los que pasaban, meneaban la cabeza y le proferían insultos.

Le decían cosas como estas, en Marcos 15:29-30: —¡Eh! Tú que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes —decían—¡baja de la cruz y sálvate a ti mismo!

Incluso los mismos principales de los sacerdotes y los maestros de la ley que lo habían condenado, saboreando el triunfo de su estratagema, se burlaban de Jesús diciendo en Marcos 15:31-32: —Salvó a otros —decían—, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! Que baje ahora de la cruz ese Cristo, el rey de Israel, para que veamos y creamos.

Por supuesto, que eran puras burlas, porque, aunque hubiera cumplido el desafío que le planteaban, aun así no creerían.

Y por si fuera poco, dice Marcos 15 que recibió injurias incluso de personas que estaban siendo ejecutados juntamente con él. La gente que morbosamente atestiguaba la ejecución, los líderes religiosos e incluso los criminales, todos se confabularon para burlar, ofender, escarnecer al santo hijo de Dios.

¿Tenía el poder Cristo de salvarse a sí mismo? ¿Tenía Jesús el poder de bajarse de la cruz y dejar atónitos y hasta desmayados a todos los que le estaban injuriando injustamente? ¿Tenía el poder y el derecho Cristo de defender su honor y su gloria ante esas personas blasfemas? Por supuesto que sí.

Pero ¿Qué lo retuvo en la cruz? Su apego al plan trazado desde la eternidad. Jesús mismo dijo que su vida nadie se la quitaba, sino que él la ponía voluntariamente. En obediencia al Padre, Jesús estuvo dispuesto a pasar por todo esto porque por medio de este sacrificio, Dios estaba reconciliando todas las cosas consigo mismo.

La cruz no fue un fracaso. Fue el cumplimiento exacto de un plan de redención divinamente orquestado.

En el anuncio anticipado de Marcos 10 de los eventos finales de la vida de Jesús, él mencionó que en verdad iba a morir. Iba a experimentar lo que todos los seres humanos experimentaremos, a menos que Jesús regrese antes.

Marcos 15:37, Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró.

Marcos nos dice que cerca de las tres de la tarde, en un ambiente oscurecido inexplicablemente, Jesús finalmente, murió. Este era el punto más crucial del plan. Esto tenía que acabar en una muerte. Todo el sistema sacrificial del Antiguo Testamento apuntaba a este momento. En cada sacrificio del Antiguo Testamento, este momento era representado o señalado. Por fin, la muerte del cordero de Dios, una vez y para siempre, cumplía el plan definitivo y eterno de redención.

El efecto fue instantáneo. Dice Marcos 15:38, La cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.

Esa cortina separaba el lugar santo del lugar santísimo en el templo en Jerusalén. Esta cortina marcaba la separación entre Dios y el pueblo. Nadie podía atravesar por esa cortina confiadamente, era una muerte segura el que osara hacerlo. Sólo el sumo sacerdote podía hacerlo, pero no sin antes, haber cumplido una serie completa de requisitos, normas y estipulaciones.

Pero a partir de la muerte de Cristo, esa cortina fue rota de arriba abajo. Como dice el autor de hebreos, ahora tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina.

Gracias a su muerte tenemos acceso al Padre por nuestro único mediador que es Cristo Jesús.

Como vemos hermanos, ese día en que el Señor fue levantado en la cruz, así como todo lo que sufrió anteriormente, no fue un plan fallido o un fracaso. No fue un error en los cálculos. No fue un imponderable.

Fue el cumplimiento exacto de un plan de redención divinamente orquestado.

Cuando lo ves desde esta perspectiva cómo debemos responder. Cuando consideras el plan todo abarcador de Dios para la vida de sus hijos ¿Cómo debemos reaccionar o cómo nos debemos sentir?

Cuando ves la intencionalidad férrea y la acción decidida por parte de Dios para reconciliarnos con él por medio de Cristo, ¿qué debe mover en nosotros?

El Apóstol Pablo al considerar la soberana mano de Dios en la salvación de sus hijos, responde así en Romanos 8:31-39,

31 ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? 32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? 36 Así está escrito:

«Por tu causa siempre nos llevan a la muerte;

¡nos tratan como a ovejas para el matadero!»[f]

37 Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, 39 ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

¿Te das cuenta hermano? La obra de redención en Cristo siguió un plan soberana y divinamente orquestado y garantiza no sólo nuestro pasado o nuestro presente, sino también nuestro futuro en Cristo. Por siempre y para siempre estamos seguros en las manos fuertes e invencibles de Dios porque un día cristo estuvo dispuesto a cumplir al pie de la letra el plan soberano y divinamente orquestado desde la eternidad.

Todo ha sido cumplido. En Cristo estamos asegurados por siempre. Por lo tanto, podemos vivir seguros del amor de Dios. Podemos seguir arraigados en su verdad. Podemos seguir batallando contra el pecado remanente y a nuestro alrededor. Podemos seguir proclamando el evangelio que es verdad y poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. Podemos seguir respondiendo a tan grande amor, amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Podemos seguir doblando nuestra rodilla ante el Rey de reyes y Señor de señores. Podemos seguir viviendo cada día para la gloria del Señor. Porque de él, por él y para él son todas las cosas desde ahora y para siempre. Amén.